Este martes me reuní a comer con un amigo y opté por dirigirme a la cita en Metro. En el transcurso de mi casa a la estación Portales, pasé por una escuela anfitriona de una casilla electoral y llamó poderosamente mi atención ver a un transeúnte mirando los resultados que anunciaban las sábanas electorales.
Con la típica arrogancia de un solipsista pensé que esa conducta era algo muy normal, pero después caí en cuenta de que, no porque yo sea ese tipo de persona significa que los demás también lo sean. ¿Existirá un dato histórico sobre la cantidad de gente que se interesa por las sábanas dos días después de unas elecciones intermedias?
Considero que no. El dato es tan banal que no le dice mucho a la gran masa, pero pensemos en una variable proxy que nos ayude a explicar algo. Los mexicanos somos tan fieles a las actitudes o frases cursilongas y resultonas, como #FuerzaMéxico y #EstoTieneQueParar, o la joya de la corona, #MeDuelesMéxico, que haber bautizado el proceso electoral como “La Fiesta de la Democracia”, alguna esencia o simbolismo de nuestros anhelos y deseos más profundo debe contener.
Pero dejando de lado la crítica de nuestra inclinación por la cursilería, la verdad es que hay cosas de sobra positivas para resaltar del proceso recientemente celebrado. Primero mencionaré la victoria pírrica, el caballito de batalla de la oposición, que es el hecho de que Morena no ganó mayoría; que cada quien viva con su versión de la historia no afecta mas que a quienes estén equivocados.
Lo anterior termina por aniquilar la creencia de que el Presidente es un dictador, autoritario, reeleccionista, demagogo y cualquier otro calificativo o improperio que la oposición nunca tiene la prudencia de callar.
Por primera vez, bajo el mando del Presidente más votado de la historia reciente, así como más vilipendiado por sus malquerientes, se han celebrado unas votaciones en las que el tema principal no es la discordia ni la descalificación. En todo caso se ha festejado la alta participación y, como señalé anteriormente, haberle “quitado” la mayoría a un partido que nunca la tuvo.
También es positivo que las fuerzas políticas se hayan conformado de manera equiparable en el Congreso; 49.99% para un bloque y 50.01% para el otro, lo suficiente para cambiar las formas, procedimientos y procesos, sin necesidad de cambiar el fondo, pues a fin de cuentas todos deseamos “lo mejor”.
“Lo mejor”, es verdad, teóricamente lo define el individuo, pero la sociedad del espectáculo nos ha demostrado que hay líderes y seguidores, por lo que el individuo no es cada uno de los ciudadanos, sino conjuntos de personas que comparten ciertas convicciones. A mí me parece que actualmente el conjunto mayoritario es el que tiene como prioridad número uno el combate a la corrupción.
Otra de las ventajas de lo balanceado que terminó el Congreso es que ahora ambos bloques políticos van a cargar, más o menos, con la misma responsabilidad de los eventos políticos que acontezcan o se implementen activamente desde la Cámara.
Además, el hecho de que la oposición y el oficialismo representen, según argumenta la oposición, casi la misma cantidad de gente, será un aliciente para proponer políticas moderadas, se incremente la participación ciudadana y ambos bloques gestionen sus conflictos de manera pacífica, propiciando cambios formales y no sustantivos.
Los cambios que se deseen materializar tendrán que ser más asequibles y conservadores, es decir, deberán centrarse en los procedimientos, en los cambios metodológicos y en acciones adjetivas, que análogo a las reglas gramaticales y de puntuación, darán otro sentido a las leyes vigentes.
De igual forma, creo que existe una explicación positiva para los resultados obtenidos en el D.F. -ahora Ciudad de México-, que justificaría perfectamente por qué Morena ganó perdiendo, pero ya no deseo continuar con este escrito.
Por el contrario, me gustaría confesar que estoy pasando por un momento donde escribir o comunicar algo me causa tremendo tedio, y que por eso mismo, no sé si deba continuar haciendo esto que usted lee. No digo que mi deseo es abandonar la columna, pero no se me ocurre con qué nutrirla.