Hannah Arendt contaba que alguna vez su madre le dio un consejo que le serviría para toda la vida, “si te atacan como judía”, decía, “defiéndete como judía; no como alemana, ni como ciudadana del mundo, ni como defensora de los derechos humanos o lo que sea”.
Recordé la anécdota a propósito de “La conformidad. El poder de las influencias sociales sobre nuestras decisiones”, del abogado y académico, Cass R. Sunstein, que trabajó para la administración Obama como Director de la Oficina de Información y Asuntos Regulatorios.
Su esposa, Samantha Power, es la actual directora de la Agencia Internacional para el Desarrollo (USAID), a la que recientemente el Presidente reclamó el apoyo brindado a una asociación civil mexicana que promueve intereses privados y obstaculiza la implementación del proyecto político del actual gobierno.
De forma implícita “La conformidad” habla un poco de estas situaciones. ¿Cómo es posible que una comunidad pueda transigir ante acciones nocivas para la misma? ¿Cómo se producen los consensos, la mayoría, los fanatismos, la polarización?
Sunstein refiere que la conformidad “proporciona una especie de pegamento social” que puede propiciar cosas tan positivas como la generosidad, amabilidad, consideración por los otros, respeto por la dignidad humana, pero también puede provocar atrocidaes del tamaño del Holocausto.
Otros acontecimientos menos aparatosos pero igual de trágicos que pueden resultar de la conformidad son el terrorismo contemporáneo y el nacionalismo -en su manifestación positiva y negativa-, y también la podemos ver “cuando personas de un partido político marchan juntas, fomentan dogmas y enconos, y ridiculizan a personas de otro partido político”.
Dos cuestiones dominan el ámbito de la conformidad, la primera es la creencia de que la información disponible y que se ofrece trata “sobre lo que es verdadero y lo que es correcto”; esto pone el terreno fértil para las fake news. La segunda es que las afirmaciones de otras personas indican lo que uno debe hacer o decir “si quiere seguir teniendo buena relación con ellas”; podemos mencionar la necesidad de pertenencia, la falacia ad verecundiam, de autoridad o magister dixit.
Casi todo el libro consiste en citar estudios, muy interesantes, sobre cómo es que las decisiones llegaron a ser en tal o cual sentido, y si éstas fueron las mismas o se llegó al mismo resultado si se tomaron de manera individual, colegiada o mixta.
Uno de estos casos trata sobre cómo los individuos que conforman un jurado pueden tener una opinión conservadora o progresista sobre un tema, y posteriormente, una vez que entran en un intercambio reflexivo con el resto de los integrantes, su opinión se radicalizará en cualquier sentido que opine la mayoría.
Otro caso es el de los jueces estadounidenses que forman parte de un tribunal colegiado. Si el tribunal está integrado por dos jueces republicanos y uno demócrata, el demócrata tenderá a votar como republicano, y viceversa si la mayoría es demócrata. En el ámbito judicial, la conformidad es un camino perfectamente pavimentado hacia el fascismo; tal vez por eso veamos que el último reducto para conservar el statu-quo en México es el Poder Judicial.
Derivado de las dos actitudes que imperan en el campo de la conformidad, puede suceder que la gente “acate” una instrucción, o la “acepte”. En el primer caso, es cuando sin compartir la opinión, se adhieren a lo que la mayoría decida; cuando la opinión es coincidente, entonces se interioriza la opinión del grupo y se hace propia.
También existen factores que hacen más probable la conformidad, como el hecho de enfrentar al individuo a tareas difíciles o si éste es adverso al riesgo. A mi parecer, estos factores están plenamente identificados con la voluntad, el propósito o la misión de vida. Es muy probable que un individuo sin propósitos claros, considere compleja cualquier tarea, o bien, no le interese salir de su zona de confort.
En sentido contrario, los sujetos con alta posición social o que se sienten sumamente seguros de sus opiniones, difícilmente serán conformistas; más bien su labor social es la de ser los inconformes que provocan cambios sociales. De hecho, el autor enfatiza que los inconformes procuran beneficios para terceros que rara vez alcanzan a gozar ellos mismos. Los conformistas buscan satisfacer el interés propio, son individualistas.
La conformidad genera cascadas, que no son otra cosa que una masa de gente acrítica actuando por inercia. El fatalismo ignorante generado por los académicos de las ciencias sociales mexicanos en relación con la pandemia, fue una cascada. Sunstein sostiene que “las cascadas se dan con opiniones sobre hechos y valores, y también con opiniones sobre gustos […] Y cuando a la gente la unen vínculos afectivos, la probabilidad de las cascadas aumenta”.
Sinceramente pienso que “La conformidad” es un libro que debemos leer, sobretodo ahora que supuestamente estamos atravesando por una “transformación”. Seguramente le ha tocado experimentar alguna situación en la que alguien, incluso usted mismo, justifica una acción o forma de actuar afirmando que así se ha hecho siempre o así lo hacen los demás.
No podemos negar que existe un “conocimiento” implícito cuando uno actúa por usos y costumbres, por hábito; sin embargo, cuando una comunidad o sociedad se encuentra en franco deterioro es importante renovarla mediante el establecimiento de mecanismos que hagan posible, alienten, den voz y amplifiquen los mensajes de inconformidad.
Personalmente creo que “La conformidad” es una obra que vale la pena leer. Contiene muchos y muy variados estudios e investigaciones científicas sobre el comportamiento interpersonal, habla sobre el conflicto, evidencia la problemática del “juicio experto” y enfatiza la importancia del debate como vehículo a una verdadera, o por lo menos más sana, convivencia intercultural.
Sunstein se despide afirmando que “es sumamente importante crear instituciones que promuevan la revelación de opiniones e información personales. Las instituciones que, por el contrario, premian la conformidad son proclives al fracaso; es mucho más probable que las instituciones prosperen si crean una norma de apertura y disentimiento”.