En seis días tres amigos recorrieron un total de 136.5 kilómetros con el objetivo de atravesar el Gran Desierto de Altar. Se trata de Michael Bach, Luis Omar Calva y Osamu Uehara desde Hermosillo, Sonora. Del 29 de marzo al 4 de abril caminaron más de 30 kilómetros diarios para hacer realidad este proyecto.
¿Qué fue lo más difícil? ¿Cómo se prepararon física y mentalmente para esto? ¿De dónde salió la idea? ¿Cómo cambió su forma de ver la vida después de la travesía?.
Se conocieron en el Club de Exploración y Aventura de Sonora -una agrupación donde se reúnen personas amantes de la naturaleza. Allí coincidieron en que querían recorrer el Gran Desierto de Altar.
“Entre Michael y yo empezamos a organizarnos y a extender la invitación a la gente del club para ver fechas, logística, preparación y entrenamiento, no es algo que surgió de un día para otro”, contó Luis Omar Calva, de 31 años de edad.
Fueron cuatro meses de entrenamiento; progresivamente subieron tanto el kilometraje, como el peso de sus mochilas, hasta poder cargar 10 kilogramos aproximadamente, explicó Osamu.
“Teníamos por ejemplo una sesión larga de 60 kilómetros en un fin de semana, no podíamos prolongar más el entrenamiento porque nos adentraríamos más en el verano”.
Inicio del reto y altas temperaturas
Michael Bach vive en Hermosillo desde hace tres años, pero es de Alemania. Fue el 28 de marzo cuando llegaron a San Luis Río Colorado y el 29 inició la caminata con dirección a Puerto Peñasco.
“En nuestro caso fue difícil el clima, sabíamos que iba a estar caliente, pero nos tocó una semana con un frente de calor, una sensación térmica más alta de lo que calculamos previamente y eso nos llevó a un mayor consumo de agua y un cambio de ruta”, aseguró Michael, de 31 años.
Cada uno traía una casa de campaña, bolsa para dormir, seis litros de agua, comida un kit de primeros auxilios y un kit de supervivencia, baterías, GPS, lonas y objetos especiales que les dieran fortaleza.
Para Luis Omar Calvo -maestro de sexto de primaria- las cartas que le escribieron sus alumnos del Colegio Palo Alto lograron ser un impulso. “Cada día leía algunas para motivarme”, compartió.
Ampollas, rozaduras y kilómetros de más
Los tres coinciden en que el día más complicado del recorrido fue el segundo, pues ahí se dieron cuenta de lo difícil del trayecto y que al desierto hay que tenerle respeto:
“El calor. Tuvimos que hacer muchos ajustes de planes, disminuir el consumo de agua de manera grupa, caminar de noche que era algo que no habíamos hecho en el plan original”, dijo Osamu Uehara.
“Lo más difícil fue en el segundo día. Debimos de haber caminado 35 kilómetros pero fueron cuarenta y algo, esquivando dunas, narró Michael Bach, quien suele pasar la mayor parte de su día sentado pues es maestro en en el Tecnológico de Monterrey.
“Al segundo día las ampollas en los pies, las rozaduras en el talón, las uñas de los pies, batallé al caminar y fue cuando el calor apareció más, yo tenía los pies muy mal”, dijo también Luis Omar Calva.
El desierto
Al tercer día tuvieron que seguir haciendo adaptaciones, pues el calor siguió incrementándose. “Tuvimos muchos desvíos, caminábamos más de lo planeado, vimos dunas de todo tipo, colores y alturas”, agregó Osamu Uehara.
Conforme pasaba el tiempo los cambios no sólo eran de ruta, sino también en la mentalidad de cada uno de los amigos, pues durmiendo en las dunas tuvieron muchas horas para reflexionar al respecto.
“Cuando uno está en el Desierto de Altar uno se da cuenta de lo chiquito que somos, como un insecto, el desierto te pone en tu lugar y cuando el agua se hace poca es cuando se trata de sobrevivir; son ridículas las cosas por las que nos quejamos día a día”, consideró Michael Bach.
Luis Omar Calva reflexionó sobre la migración en la caminata de más de 100 kilómetros: “Gente que cruza sin todos estos lujos que nosotros tenemos, cada paso que dábamos era pensar cómo pueden caminar tanto, hay que ser empáticos”.
“Tantas horas solo contigo mismo, con tus pensamientos, es terapéutico, más allá del reto físico, cumplir con algo de esta magnitud te da un alza en el autoestima, empiezas a replantearte que puedes lograr muchas cosas en la vida”, dijo Osamu Uehara.
Regreso a Hermosillo y reflexiones
Finalmente, en el día número seis completaron 136.5 kilómetros al llegar a la meta: el rancho Pozo Nuevo de la familia Barba localizado en la carretera que va de Sonoyta a San Luis Río Colorado. Ahí los estaba esperaba su equipo, había comida ilimitada y un buen baño.
“El solo hecho de abrir la llave y ver el agua te sorprende luego de estar días racionando cada mililitro, consideró Osamu Uehara.
Los tres amigos no contemplan ponerle punto final a este tipo de aventuras, sino planear nuevos retos:
“Lo que más me hace falta es caminar en el bosque, después de tantas dunas, necesito ver bosques, comentó Michael, quien es originario de Marl, un pequeño pueblo de Alemania, tan chiquito que opina que “ni en Alemania lo conocen”.
Como reflexión final Luis Omar habló de la basura. “Es algo que me desilusionó, encontrar por ejemplo un globo, hay rastro de nosotros los humanos en los lugares más recónditos”, dijo el maestro de sexto de primaria.
¿Y si alguien quiere hacer el recorrido?
El mensaje general de los tres para la gente que está interesada en realizar recorridos de este tipo es que lo hagan, siempre y cuando se preparen físicamente para la travesía y tengan comunicación con las autoridades.
“El Gran Desierto de Altar es parte de la Reserva de El Pinacate y no fuimos a meternos así nomás, desde el inicio estuvimos en contacto con el director para que lo aprobaran, también con las personas del rancho Pozo nuevo porque sin su monitoreo no lo hubiéramos logrado”, aseguró Luis Omar Calva.
A la gente que piensa que hacer este tipo de cosas “es una locura”, Michael Bach les dice que todo se puede, siempre y cuando sea de forma responsable.
“El desierto te pone en tu lugar y si lo subestimas es bien peligroso, sin miedo pero con mucho respeto”, finalizó el joven alemán.