Columna Agenda Abierta
La educación es sin duda el elemento que más coadyuva a la movilidad económica y social de las personas. Es una valiosa herramienta para elevar la calidad de vida y el instrumento más efectivo para reducir la vulnerabilidad y desigualdad de los segmentos más desfavorecidos de la sociedad.
Por ello, son de gran utilidad los primeros resultados que arroja la Encuesta para la Medición del Impacto del covid-19 en la Educación (ECOVID-ED) elaborada por el INEGI y publicada esta misma semana. En ella, se puede destacar una serie de elementos importantes, como por ejemplo que de los estudiantes inscritos en el ciclo escolar 2019-2020 el 2.2% (740 mil alumnos) no concluyó el ciclo, y de estos el 58.9% abandonó los estudios por alguna razón asociada al covid-19, como la enfermedad o la pérdida de un ser cercano y un 8.9% por falta de dinero o recursos.
En cuanto al ciclo 2020-2021, la encuesta reflejó que no se inscribieron para continuar sus estudios 5.2 millones de niños y jóvenes, lo que equivale al 9.6% de la población entre 3 y 29 años del país. Entre las razones figuran que muchos estudiantes consideran que las clases a distancia son realmente poco funcionales para el aprendizaje, que sus padres o tutores se quedaron sin trabajo, que carecían de computadora o de un dispositivo adecuado o bien de una conexión de internet, así como por falta de dinero.
Sin embargo, es importante destacar que más de la mitad de todos los estudiantes inscritos en el presente ciclo manifestaron una alta disponibilidad para asistir a clases presenciales una vez que el gobierno lo permita. Los estudiantes de entre 13 a 18 años, son el grupo de mayor disponibilidad, pues el 64.1% se manifestó una alta disponibilidad de regresar a las aulas, seguido del grupo de 6 a 12 años con un porcentaje de disponibilidad del 60.7%.
No obstante, reconocen que las clases a distancia tienen ventajas, ya que el 56.4% considera que esta modalidad permite que no se ponga en riesgo la salud de los alumnos, al mantenerse seguros en casa, seguido por la posibilidad de tener mayor convivencia familiar con el 22.3%, el ahorro en gastos diversos con 19.4% y el ahorro de tiempo en traslados con 15%, entre otros aspectos positivos.
Por otro lado, en el rubro de desventajas se identificó que no se aprende o se aprende menos que de manera presencial, existe ausencia en el seguimiento al aprendizaje del alumno, además de la falta de capacidad técnica o habilidad pedagógica de padres o tutores para transmitir conocimientos y un exceso en la carga académica.
Un aspecto a destacar es que, de los encuestados, el 65.7% utiliza teléfonos inteligentes para llevar sus clases en línea, un 7.2% lo hace por computadora de escritorio, 5.3% por televisión digital y 3.6% tableta.
También sobresale el papel de las mujeres, ya que son las que se “rifan” en el apoyo a los estudiantes, pues las mamás son las que asisten en casa al 84.4% de los alumnos en nivel preescolar, mientras que en primaria el porcentaje es del 77% y 60% en secundaria, seguido de las tías, las abuelas o las hermanas mayores con 6.6% en preescolar, 10.9% en primarias y 17.1% en secundarias. En contraste, los papás tienen una participación marginal del 5.9% en los alumnos de preescolar, 7.9% en los de primaria y 10.2% en los de secundaria.
Estos números nos dejan 3 mensajes muy claros: Primero, debe ser una prioridad para las autoridades federales y estatales el regreso a las aulas, en cuanto las condiciones de la pandemia lo permitan; segundo, es importante identificar y desarrollar mecanismos externos a las escuelas que complementen y refuercen de forma autodidacta la formación de nuestros hijos y, tercero, es fundamental reconocer la participación de las mujeres en apoyo a la enseñanza de sus hijos, pero igual de importante es que los varones asuman mayores responsabilidades en la educación en casa.
México no puede darse el lujo de que 5.2 millones de sus niños y jóvenes deserten de la educación. Es vital buscar la forma de reincorporarlos a sus estudios a la brevedad o las secuelas de la pandemia podrían acompañarlos de por vida, con una baja calidad de vida y mayor desigualdad frente a quienes sí tuvieron la fortuna de continuar su educación.
Por Moisés Gómez Reyna