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viernes, octubre 10, 2025

Una psiquiatra escribiendo cuentos rulfianos en el desierto

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Emma Dolujanoff llegó a Sonora en los años cuarentas para hacer sus prácticas como medica cirujana en la región del río mayo. Esa experiencia marcaría su vida por siempre. De ahí saldría “Cuentos del desierto”, su primer libro, un cuentario que da voz a indígenas mayos, y que se convierte en un vinculo inquebrantable entre la autora y Sonora.

La producción literaria de Dolujanoff no fue muy prolífica, y quizás esto hizo que su obra literaria no fuera tan valorada por algunos críticos literarios del centro del país; sin embargo, con el tiempo vale la pena hacer una relectura de su obra como propone Eve Gil en su libro “Jardines repentino en el desierto”, y revalorizar así el legado literario de la psiquiatra escritora.

Compañera de generación de Elena Poniatowska en el Centro Mexicano de Escritores, de 1957 a 1959, las dos autoras construyeron una amistad que nunca terminaría pero que de acuerdo a muchos se mantuvo en la memoria de los círculos literarios del país. Comparada en muchas ocasiones con Rosario Castellanos o Nelle Campobello, por las búsquedas literarias indigenistas de las tres escritoras, no se ha valorado de la forma correcta la profundidad con la cual Dolujanoff recrea la conciencia indígena en “Cuentos del desierto”, porque mientras ellas describen escenas costumbristas de las culturas indígenas, Emma puso su atención en convertir en literatura los hábitos y el lenguaje de los mayos, indígenas que conoció de manera muy cercana cuando fue medica rural en su región.

Cualquier lector que antes haya leído el “Llano en llamas” de Juan Rulfo encontrará similitudes con las atmosferas rurales que retrata Dolujanoff en “Cuentos del desierto”. Eso no es un defecto de la narrativa de Emma, todo lo contrario. Es una característica de la veta literaria que dominaba la narrativa nacional en la década de los cincuentas. Sin embargo, lo que diferenciará a la escritora psiquiatra del maestro Rulfo será su capacidad, no sólo de retratar el mundo rural del México profundo, sino también por poderlo narrar a través de la voz de los indígenas mayos, de su conciencia y sus formas del lenguaje. Cuando leemos los “Cuentos del desierto” son los indígenas mayos quienes nos hablan y nos muestran una ventana de como ellos ven el mundo que les toca vivir, con sus hábitos y sus creencias. En este sentido el logro literario de Emma Dolujanoff es mayúsculo y sus cuentos son de un gran valor para Sonora y el país por su forma de dar voz a los sin voz.

Cuenta Eve Gil en su texto sobre Emma Dolujanoff en el libro “Jardines repentino en el desierto”, que la escritora psiquiatra, mucho tiempo después de haber publicado su libro de cuentos y sus dos novelas – “Adiós, Job” y “La calle de fuego”-, tuvo como paciente psiquiátrico al maestro Rulfo. Quizás en esas sesiones los dos narradores, el jalisciense y la psiquiatra escritora, encontraron coincidencias de por qué dejar de escribir sobre ese México profundo que conocieron y del cual nos mostraron sus retratos más profundos a través de la literatura. Sin importar la brevedad de su producción literaria, la huella que deja la narrativa de Emma Dolujanoff es honda y merece seguir siendo una fuente a la que debemos volver continuamente. Por este motivo es que da gusto saber que los “Cuentos del desierto” pueden leerse de manera gratuita en la biblioteca digital del Instituto Sonorense de Cultura. Sigamos leyendo “Cuentos del desierto” en esta generación.

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