Vitamina espiritual #5
Tú que tienes un familiar adicto quiero que escuches lo siguiente…
Yo sé lo que estás viviendo, sé lo que es vivir con un familiar adicto a las drogas, te preocupa cuando suena el teléfono porque vives esperando malas noticias, te preocupa verlo, pero también no verlo, sé que prefieres evadir el tema porque duele hablar de lo que amas, duermes con miedo y te tapas con una sábana de resentimientos.
Evades el tema, prefieres no platicarlo y ahogarte con tu sufrimiento. La familia de un adicto sufre y sufre mucho. Nos han roto el corazón con cada promesa incumplida, perdemos la esperanza con tanta recaída, ¿por qué te drogas? Nos preguntamos todos los días.
La culpa es un sentimiento que aplasta.
La culpa es un asesino en serie, estoy seguro de que vive dentro de ti, te apuñala con recuerdos de las cosas que debiste o pudiste haber evitado, por la culpa no te cuidas, por la culpa no viajas, por la culpa tienes conflicto contigo y los demás, por la culpa lo mantienes, por la culpa toleras lo intolerable.
Pero sabes… Hay dos tipos de culpas. La culpa falsa y la culpa verdadera…
La culpa verdadera es un recordatorio de nuestra conciencia de que hicimos algo incorrecto, pero ¿Quién no sé equivoca? ¿Qué padre o madre no comete errores? La aceptación de nuestra responsabilidad y el arrepentimiento nos desata. La culpa verdadera solo se cura con la gracia de DIOS. Después de esto, crecemos y maduramos.
La culpa falsa es la crítica que los demás nos hacen por su propio juicio, esta culpa nos lleva a la tristeza, el enojo, la rebeldía, el miedo, la ansiedad y la depresión. Si es así, identifícala, recházala y recházala, cuantas veces sea necesario….
Tú no eres la culpable del alcoholismo de tu papá.
Tú no eres la culpable de drogadicción de tu hijo.
Tú no eres el culpable de la conducta adictiva de tu hermano.
Pero, si aun así te sientes culpable, recuerda, solo la gracia de Dios borra la culpa.
Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. 1 de Juan 1:9.