Columna Desde la Polis
En mi anterior reflexión, narré la historia de Marisela Escobedo, quien -movida por su amor de madre y su hambre de justicia- evidenció la torpeza y corrupción del sistema de justicia en México, pues lo que padeció en Chihuahua no es ajeno al resto del país. Esta señora, después de hacer -con todas las imaginables limitaciones- justamente lo que el Estado existe para hacer (investigar, perseguir, capturar) y dejarlo en ridículo, finalmente fue ejecutada en la puerta del Palacio de Gobierno de Chihuahua. En sus últimos segundos de vida, corrió hacia el lugar donde desde el principio ella -y la memoria de su hija- siempre debieron haber encontrado protección y refugio, pero la bala mortal la alcanzó. Hablé de Marisela porque estiró a niveles extraordinarios su papel como ciudadana: no sólo se involucró en la cosa pública, sino que sacudió las rejas de una estructura que servía a narcos y a sus socios en la política.
En conferencias, clases, entrevistas y en estas reflexiones siempre reitero: durante muchísimos años, un pervertido sistema político como el que reinó las últimas décadas en México, pretendió hacernos creer que “ser ciudadano” significaba sólo ir a votar. Quizá alguien que lea esto recordará los spots del IFE y cómo nos bombardearon con esa errónea noción. Claro, en la descomposición de la polis, la participación electoral de la mitad de los habitantes era el legitimador perfecto para el engaño. Ser ciudadano es muchísimo más que eso; además del trabajo enfocado a atender y resolver los problemas individuales (y de la familia), los ciudadanos son quienes se involucran en una o más acciones encaminadas directamente a mejorar su entorno… su calle, su colonia, su ciudad o su país. El ciudadano no sólo no roba o paga impuestos; pregunta cómo puede ayudar y lo hace. Quizá el mayor obstáculo frente al desarrollo, por más “gente buena” que tenga México, es su profundo déficit de ciudadanos.
Si tuviéramos más ciudadanos (y por lo tanto, gente obrando activamente al fortalecimiento del bien común), viviríamos en una sociedad más estable, más fuerte y definitivamente menos violenta, injusta e inequitativa. Inevitablemente, tendríamos otro tipo de políticos dirigiendo los destinos de nuestra nación. En este sentido, quienes desconocen la naturaleza del neoliberalismo (como forma de interacción social) ignoran que uno de sus presupuestos centrales es el individualismo sobre todo lo demás. Por las trampas del subdesarrollo, en México este sistema vino a trastocar nuestra esencia cultural, social y económica. Para los más despistados, un botón de muestra: los hijos del gran progreso y desarrollo (según la óptica neoliberal) que traería la maquila en lugares como Ciudad Juárez, fueron 20 años después, los feminicidas y sicarios en ese lugar.
Por eso siempre simpaticé con el discurso progresista que señala la correlación de una actitud egoísta y ajena a los problemas compartidos como un producto de este sistema que mucho daño nos ha hecho. Sin embargo, sigo esperando que a nivel nacional se pase de un excelente y atinado diagnóstico (y un hábil manejo retórico) a una serie de políticas gubernamentales que poco a poco comiencen a revertir -en lo educativo y en lo formativo- esta conciencia dormida que prevalece en la mayoría de los habitantes mexicanos, para comenzar a convertirlos en ciudadanos. En Palacio Nacional les gusta mucho escucharse a sí mismos repetir que “están haciendo historia”; con todo respeto creo que se están quedando cortos. El “sólo el pueblo puede salvar al pueblo” debe (y puede) pasar del slogan a la política pública.
Sí, el neoliberalismo nos ha dañado mucho… pero urgen estrategias donde los gobiernos y lo más proactivo y rescatable de la sociedad (ciudadanos) unan esfuerzos para crear capacidades en esta sociedad desapegada, desmotivada y apática.
Esta es la creación de ciudadanos. Hoy, no existe un sólo estado en la República Mexicana donde su gobierno encabece un esfuerzo de esta índole. Por los terribles obstáculos financieros que se habrán de encarar los próximos seis años, sólo podrá ser viable un gobierno que -como dijo Lincoln hace 160 años- sea del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Y en medio de la adversidad, las bases descansan en dos pilares: el Estado de Derecho y el involucramiento activo, protagónico de la ciudadanía.
En Sonora debemos dejar de ser ciudadanos imaginarios para pasar a ser verdaderos agentes de cambio. Una sociedad con estas características, inevitablemente produciría un gobierno más justo, honorable, responsable y solidario, pues sería este un reflejo de su base social. No es una utopía, sino las bases más elementales de las naciones que sí han logrado el desarrollo integral. Invito a mis lectores -habitantes y ciudadanos- a que estudien con atención el mensaje (y la autoridad moral de los mensajeros) en las próximas semanas y meses, de cara al proceso donde se renovará todo el gobierno en Sonora. Quienes enarbolen genuinamente estas banderas, deben contar con nuestro respaldo.
El autor es Presidente Fundador de CREAMOS México A.C. y especialista en políticas públicas por la Universidad de Harvard. jesus@creamosmexico.org