Por Paty Godoy
La pandemia es una historia en plural. Un plural que une todas esas historias que han sucedido a lo largo de varios meses y de forma simultánea en todos los rincones del mundo, también en Sonora.
Esa historia en plural bien podría resumirse con la que es quizá la imagen que mejor simboliza este tiempo: un mosaico hecho con rectángulos digitales metidos dentro de una pantalla durante una videoconversación. Una colmena de ventanas de pixeles que son rostros y son historias.
Una de esas ventanas podría ocuparla el doctor Arturo Ballesteros que ante la imposibilidad de seguir atendiendo a sus pacientes de forma presencial durante la pandemia –sus 64 años y una hipertensión lo obligaron a confinarse– montó desde el comedor de su casa un consultorio virtual. Enseguida estaría José Martínez Laureano, un especialista en marketing digital de 25 años al que la cuarentena le regaló tiempo y espacio para cumplir su sueño: crear un espacio para la conversación y la empatía, un podcast llamado “Qué sarra”.
También ocuparía un espacio dentro de esa pantalla virtual Manuela Rábago, una actriz de teatro a la que la pandemia le impuso el reto mayúsculo de tener que actuar “en vivo” ante una fría pantalla e imaginar que del otro lado había un público que se reía con los “chascarrillos” de su teatro cabaret.
Otra ventana sería para la historia de Sebastián Valdéz, un fotografo aficionado al viaje que tuvo que suspender sus recorridos por Sonora y repensar la forma en la que viajamos; y a un lado estaría la experiencia de Lynda Carrasco que durante la pandemia alumbró la idea de personalizar sombreros pintados a mano con sus propias creaciones y nombrar su emprendimiento con el apodo con que la llamaba su abuelo “porohui”, es decir, cachorita del desierto.
Seguro que habría otro espacio para la rapera y activista indígena comcaac, Zara Monrroy, que tras haber visto peligrar su vida por el contagio de Covid-19 aprendió a valorar mejor sus afectos y a darse cuenta que, por mucho que lo pensemos, “nunca estamos solos”. También habría una ventana reservada para Suzette Navarro, una estudiante de medicina que aprovechó el parón de esta pandemia para aprender a jugar ajedrez y, de paso, demostrar que “no hay nada que las mujeres no sean capaces de hacer”.
Estas son las historias de “Vidas en cuarentena”, un corto documental colectivo de Proyecto Puente, dirigido por Paty Godoy en colaboración con Astrid Arellano, María Montijo y Ana Gamboa, que reúne una serie de testimonios que nos hablan de cómo, desde la intimidad de las cuatro paredes de nuestras casas, la vida siguió adelante, a pesar de todo.