La pandemia de coronavirus de 2019 (COVID-19) es una emergencia de salud pública de importancia internacional, con impactos sin precedentes en el siglo XXI y hoy representa un gran desafío para la salud mental. La investigación de epidemias pasadas ha revelado una amplia y profunda gama de consecuencias psicosociales a nivel individual y comunitario durante los brotes. Existen múltiples trastornos psicológicos asociados, que van desde síntomas aislados hasta trastornos complejos con un marcado deterioro de la funcionalidad, como insomnio, ansiedad, depresión y trastorno de estrés postraumático.
Desde el punto de vista de la psicología expongo una explicación de lo que sucede con nuestra salud mental en esta crisis de pandemia.
Los seres humanos cuentan con recursos personales para protegerse de las adversidades y, como estrategia de adaptación, involucran pensamientos, emociones y acciones para acomodarse a situaciones nuevas (agradables, amenazantes, imprevistas, etc.). La mente ingenia maneras asombrosas para explicar y evaluar las situaciones.
En general, la crisis pandémica que vivimos se percibe como “un hecho amenazante” aquello que se interpreta como peligroso para la vida o para la estabilidad psicológica, ante lo cual se puede experimentar un sentimiento de ausencia de recursos internos para hacerle frente de manera exitosa.
Una noticia que aparentemente no es importante adquiere otra relevancia cuando se vuelve a comentar y se amplía; si es algo que no repercute en la integridad del ser humano o algún otro aspecto de la vida, tiene tendencia a no ser importante. Pero si la información continúa presentándose, se instaura de manera permanente en el conocimiento de las personas, acentuándose al implicar situaciones de sufrimiento o de adversidad.
El contexto de esta epidemia, que evolucionó a pandemia, genera temores que determinan ciertos comportamientos de control, protección o evasión cuando se percibe la probabilidad de afectación a la propia vida y a la de los cercanos. Aquí, aparecen vivencias entre la consideración de peligro y la percepción de irrealidad (como estrategia mental de control o protección).
La necesidad de adaptación lleva a intentar normalizar, minimizar o maximizar la información que se recibe, para tener tiempo de asimilar lo que sucede. Es por esto, que se recurre a chistes y memes con el objetivo de apaciguar la percepción inminente de peligro. Las personas se ríen de la tragedia como forma de tolerar una realidad dramática. Pero la situación en el mundo cada vez se hace más amenazante, por lo tanto surgen sentimientos de vulnerabilidad y persecución de un enemigo invisible. Ante estas situaciones amenazantes para la integridad física o psicológica, se activan en el cuerpo sistemas neurobiológicos equivalentes al miedo y la ansiedad, produciéndose un estado hiperalerta que se puede manifestar fisiológicamente con aceleración del corazón, inquietud, aumento de la respiración, alteración del sueño, del apetito, entre otras.
Es normal sentir miedo y ansiedad por la actual contingencia, lo cual puede incrementarse por la incertidumbre, pero se deben generar estrategias para controlar estos sentimientos. Si no se crean estas estrategias se puede ver amenazada la salud mental. Si se permite la invasión del temor, no se acepta con entereza las medidas tomadas, se lamenta continuamente de las cosas que se querían hacer y no se pudieron, si no se logra tomar un control activo de esta nueva realidad, no se tendrá reposo, ni tranquilidad. El cuerpo liberará continuamente adrenalina y cortisol, que si bien ayudan en el momento de la adaptación, pueden provocar, con el transcurso de las semanas, depresión o ansiedad anormal.
En situación de pandemia como la actual, se conjugan tres componentes que generan ansiedad: la amenaza a la vida, el cambio de las rutinas cotidianas y la incertidumbre. No es posible vivir una pandemia sin sentir temor; los involucrados como profesionales de la salud mental, ante esta situación, también hemos sentido miedo, pasando por momentos de intranquilidad, frustración, incertidumbre y desesperanza.
En otros momentos, surgen sentimientos de esperanza, aceptación y compensación, al pensar, por ejemplo, que ésta es una lección para la humanidad y, después de que pase la crisis, la apreciación que se tendrá de la vida, de los congéneres y del planeta, será diferente.
Finalmente es muy importante señalar que la salud mental no recibe la misma atención que la salud física, lo cual espero que cambie su estatus en países como México.
En el contexto de la pandemia por covid, la salud mental de millones de personas se ha deteriorado. Urge que los gobiernos hagan de la atención psicológica una prioridad.