Poco después de la elección en 2016, recuerdo claramente decirle a un buen número de colegas y amigos que el mayor riesgo de una administración como esta estaba más allá de las políticas públicas. Uno de mis temores que creo se ha cumplido, aunque sea de forma parcial, es que el gobierno federal se convirtiera en un refuerzo de la alta militarización policiaca. Todas y todos entendemos que el complejo sistema de la industria militar (que en los Estados Unidos cuenta con $650 mil millones de dólares anuales) ha sido el arma principal para ejercer los intereses económicos norteamericanos en el resto del mundo.
Sin embargo, me preguntaba en aquel entonces, ¿qué sucedería cuando los intereses de la nación se vuelquen hacia una represión interna de la oposición? Si no el ejército, ¿quién ejerce la fuerza en el territorio nacional norteamericano? La respuesta creo que ha sido muy clara en estos últimos meses en donde hemos visto, a todo lo largo y ancho del país, las consecuencias más claras de la militarización de las policías.
Esta y otras preocupaciones (políticas contra inmigrantes, contra la protección del medio ambiente y recursos naturales, contra la democratización de la salud, y un largo etcétera) caían siempre en oídos sordos e incrédulos. Recuerdo muy bien a uno de mis amigos más cercanos diciéndome: dale una oportunidad, es un cambio y hay que darles el beneficio de la duda. Con el plural se refería a lo que conocemos ya como la muestra más clara del nepotismo en la administración actual en la que prácticamente toda la familia del presidente está involucrada en
Lo extraordinario de estos momentos, a menos de 100 días de la elección, es que todo pareciera indicar que Trump y su campaña está destinada al fracaso. Todos los esfuerzos que ha hecho desde las instituciones federales para subir su popularidad e, incluso, para deslegitimar el proceso electoral y el resultado, se leen como “patadas de ahogado”, como esfuerzos inútiles de un avión que va en picada.
Es muy tentador pensarlo así, en especial si se trata de alguien como yo que lo último que me gustaría ver es la reelección del presidente. Quisiera ser lo suficientemente optimista para aceptar esto como una verdad absoluta y pensar de forma transparente que lo único bueno que esta pandemia puede traernos es que Trump pierda la elección. Sin embargo, como antes, una colega y amiga muy querida me puso en mi lugar.
Al hablar con ella de encuestas y resultados, de porcentajes de popularidad y demás minucias electorales, su respuesta fue contundente: no es suficiente. Hablábamos de cómo la administración se ha encargado en los últimos meses en desmantelar la estructura de una de las instituciones más queridas por el pueblo norteamericano: USPS, el servicio postal de los Estados Unidos. El servicio postal es, por decirlo pronto, increíblemente eficiente (en especial comparado con Correos de México que ha sido un desastre desde que tengo memoria). Ante la inmensa demanda para votar a través del servicio postal por obvias razones, la administración de Trump se ha encargado de hacer todo lo posible por hacer de correos una instancia de gobierno inoperante.
Cuando mencionaba la nueva táctica para ir contra el derecho a votar de las y los norteamericanos, mi amiga y colega lo dijo con todas sus luces: lo que ves no es lo que hay, es decir, el espíritu detrás de la elección de 2016 no está en las ciudades, sino en el grueso de la población que vive en el resto del territorio. Eso, junto con todo lo demás, es lo que hará que Trump se reelija.
Quiero ser optimista. Decir que la dupla Biden/Harris es histórica; que se parece a la mayoría de quienes vivimos en este país; que todo apunta para un cambio de régimen. Pero no lo sé. Lo que sí puedo decir es que la huella del nacionalismo proto fascista de la administración de Trump no se acabará en noviembre, todo lo contrario. El profundo resentimiento que le precede seguirá vigente incluso si pierde la elección. Y, sobre todas las cosas, ¿qué pasará cuando, en caso de perder la elección, el presidente decida no acatar el resultado y permanecer en el poder? ¿Qué pasa entonces?
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