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viernes, abril 26, 2024

Tsundoku o la biblioteca circular

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Una etiqueta pegada en la contraportada del libro señala el costo de 180 pesos y debajo del precio aparece la fecha 09/05/07. El título reza “Ensayos Completos” de Michel de Montaigne, editado por Porrúa. Me lo regaló de cumpleaños mi hermana mayor aunque no recuerdo en qué aniversario.
El marbete me permite suponer que fue obsequiado hace 13 años y ante la duda recurro a ella, dice que debió ser antes del 2009. Me pregunta por qué el cuestionamiento y le respondo que recientemente lo terminé.
No es que el libro haya permanecido intacto todos esos años, esporádicamente lo tomaba para leer algún ensayo pero inevitablemente regresaba a su lugar de espera. Fue el 25 de junio de 2018 que pasó a ocupar un lugar en mi buró e inicié su lectura formalmente.
Los Ensayos ameritan una esmerada reseña que esbozaré más adelante, hoy, por el contrario, hablaré del sentimiento de sorpresa que experimenté cuando noté la cantidad de años que pospuse su lectura mientras seguí comprando infinidad de títulos, pese a que deseaba leerla desde su adquisición.
Recordé que existe un vocablo japonés para designar el síndrome que consiste en poseer más libros de los que uno puede llegar a leer, “tsundoku”; no hace mucho había leído algo al respecto que llamó profundamente mi atención porque constantemente me encuentro preguntándome si vale la pena “gastar” en libros, pese a que me guste leer y tenerlos físicamente.
Este dilema no existe tratándose de libros digitales, formato que jamás he comprado ni me veo haciéndolo en el corto y mediano plazo, sin embargo, cuando el tema versa sobre la acumulación, se confunde el debate con el del libro “digital vs. impreso” o el de “la muerte del libro”.
El antemencionado neologismo se compone de los términos “tsunde-oku” (apilar cosas y retirarse) y “dokusho” (leer libros), que en tanto no conozcamos el idioma nipón solo podemos apegarnos a su traducción literal, es decir, el tsundoku solo existe para el libro impreso, debido a la imposibilidad física de “apilar cosas” digitalmente.
¿Entonces por qué se entrelazan estos debates? Mi creencia es que incurren en este error quienes buscan debatir el método como debiera consumirse una sustancia, en este caso la “realidad” contenida en el texto. Esa disputa sólo se concluye institucionalizando arbitrariamente un ritual ecuménico sobre la forma de lectura.
Pero la forma (digital o impresa) en que leemos sí determina el padecimiento de “bibliomanía”, que sería la traducción generalmente aceptada del concepto, porque además de muchos otros factores, el espacio digital y la falta de exposición al libro físico permite omitir la reflexión sobre nuestros hábitos de consumo.
También debemos reparar en que la traducción no es “bibliofilia”, que según leo, es un concepto moralmente positivo que implica un amor prudente y razonable por los libros, mientras que el sufijo “manía” sí refiere a la codicia o el mal hábito psico-emocional que implica la personalidad acumuladora.
Me causó perplejidad permitirme 13 años para leer una obra a la que deseaba acceder desde que me fue obsequiada, ¿quién era yo entonces y por qué deseaba leerlo? ¿por qué me abstuve de un conveniente atajo al autoconocimiento? ¿Qué buena o mala fortuna determinó que lo tomara?
No puedo contestar esas preguntas pero puedo sentar las bases para iniciar el registro de mis elecciones literarias y en qué dirección ha evolucionado mi gusto a través de los años. ¿Por qué escojo leer lo que leo? ¿Qué determina que una compra reciente sea leída de inmediato o tenga que pasar a la lista de espera?
Hace 2 años pasé de leer novelas a incursionar en los diarios, autobiografía, ensayos, aforismos, memorias o novela metaliteraria, y en últimos días me he desviado a la filosofía política, sociología, autoficción y teoría literaria, pero con certeza lo primero me llevó a lo segundo.
No me considero afectado por el síndrome de tsundoku porque soy un consumidor escrupuloso, la pienso mucho porque, involuntariamente, consumir me genera angustia. Si lo padeciera sería de forma atenuada, debido a que la llegada de nuevos títulos limita la adquisición al género o temática respectiva.
Así sucede que de mi lista de libros pendientes algunos sobresalen e impiden que me dedique a la acumulación indiscriminada de nuevos volúmenes, por ejemplo, “La novela luminosa” de Levrero, que actualmente me encuentro leyendo, es una constante invitación a dejarla inacabada y dedicarme a hacer otras cosas. Lo irónico es que me está encantando, y sin embargo, si puedo evitar su lectura procuro seguirme la corriente.
En lugar de eso, Levrero me motivó a procurarme “Una teoría de la democracia compleja” de Daniel Innerarity, en el que mientras paseaba mi vista encontré un epígrafe que rezaba “Y si hay alguna conclusión que me gustaría evitar especialmente es la conclusión estéril de que una política virtuosa debería buscar la simplicidad y disolver la ambivalencia y ambigüedad de nuestra política, o, al menos, una fórmula bajo la cual pudieran ser vencidas”.
La frase es de Michael Oakeshott, autor hasta entonces desconocido y que ante la insoportable condición de ignorante del mismo tuve que leer este sábado su ensayo “La actitud conservadora”. Posteriormente indagué más al respecto de este pensador y me encontré con que Montaigne fue una de sus grandes influencias.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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