Omar y Francely son los dos jóvenes comcaac que enfrentan al COVID-19 en El Desemboque de los Seris. En el Centro de Salud Rural de esta comunidad indígena, con recursos limitados y sin recibir un pago por su labor, atienden la salud de las personas que han resultado infectadas por el virus.
Las autoridades tradicionales de la Nación Comcaac solicitaron, mediante una carta, apoyo a la Secretaría de Salud para darles los insumos que necesitan y una remuneración por el trabajo que realizan como promotores de salud desde hace dos semanas y media, cuando inició el brote en la comunidad.
Omar Casanova y Francely García, de 27 y 28 años, fueron capacitados durante ocho meses con el doctor Franco Padilla, quien estuvo a cargo del centro de salud por más de un año y atendieron juntos los graves problemas de enfermedades crónicas como diabetes e hipertensión en el pueblo, hasta que Padilla resultó positivo a COVID-19 y tuvo que irse, y ellos, con apoyo a distancia de personal del sector salud pero con limitaciones, asumieron la responsabilidad de cuidar de las personas.
“Queremos algún tipo de apoyo económico del gobierno del estado o federal, de donde se pueda, y un contrato para poder estar trabajando de lleno”, dijo Omar, “hemos estado esperando mucho tiempo e invertido mucho esfuerzo y esperamos que la autoridad de fuera no deje este esfuerzo en vano”.
Laura Monti, una académica estadounidense y organizadora del Fondo de Auxilio a la Salud Comcaac (Comcaac Health Relief Fund, en inglés), llegó al pueblo indígena sonorense desde Arizona la tarde del jueves 2 de julio con compresores de oxígeno y medicamentos para atender a las personas con síntomas asociados al virus, así como equipo de protección y un apoyo económico para los promotores de salud.
Al día siguiente, la jornada de salud que llegó a El Desemboque de los Seris organizada por la Jurisdicción Sanitaria No. 2 con sede en el municipio de Caborca, arrojó como resultado ocho pruebas rápidas positivas de COVID-19 en la comunidad, sin embargo, a partir de ahí y con el paso de los días, los casos sospechosos han ido en aumento, afirmó Omar.
Mientras tanto, a ellos solo les quedan trajes protectores para dos días más de trabajo a partir de hoy.
“A diario, nos ponemos la ropa que usamos normalmente y el traje encima, guantes dobles, caretas y las gafas, también protectores para zapatos”, explicó el promotor. “Nos hace falta todo eso, pero también, al menos, un par de camillas más para atender mejor a los pacientes que necesiten quedarse y un tanque de oxígeno móvil para los que necesiten un traslado, porque los que nos donaron muy amablemente, son fijos”, agregó.
Aunque son valientes y capaces, Omar y Francely trabajan con miedo. No por ellos, sino por sus respectivas familias, por la gente que aman y que les espera en casa. Ambos están casados y son padres de niños pequeños que viven las carencias de la falta de un ingreso económico: antes de ser promotores de salud de tiempo completo, los jóvenes eran un pescador y una artesana.
“Soy pescador como toda la gente de aquí, trabajé casi toda mi vida de pescador y, cuando se abrió la ventanita de unos cursos de enfermería y otras cosas e instruirnos en este camino que nos ha enseñado el doctor Franco, lo hicimos; ahora él tiene covid”.
Luego agregó: “En lo personal, estoy en cuarentena constante porque siempre tengo contacto con la gente; la mayoría del tiempo nos quedamos acá, estamos trabajando casi 24 horas y los siete días, hemos tenido el contacto mínimo con nuestras familias y amigos: queremos cortar la cadena de contagio, que es lo más importante y necesario. Pero también me ha afectado de forma negativa porque, aunque estoy aprendiendo de todo esto y me ha ayudado a crecer como una persona que quiere ayudar a la gente, en lo económico estoy muy bajo, con las carencias de apoyo y de paga”.
Otro de sus miedos es que, a pesar de que ya han estabilizado personas que llegaron al centro de salud con un cuadro delicado ocasionado por el virus, también temen por los pacientes que, eventualmente, pueden agravarse y que ellos no tengan las herramientas suficientes para responder: el pueblo se encuentra prácticamente aislado en el desierto, no hay una ambulancia cerca y cualquier ciudad con hospital está entre una y tres horas de distancia por un camino de terracería y luego carretera.
“Siendo honesto, creo que ahorita no podemos desmayarnos, no podemos descansar, no podemos decir no puedo”, aseguró Omar, “tenemos que salir adelante con o sin miedo, creo que no podemos decir que no”.
Proyecto Puente solicitó respuesta a la Secretaría de Salud, a la Coordinación Estatal de Atención a la Salud de Pueblos Indígenas -que depende de la Secretaría- y a la Comisión para la Atención de los Pueblos Indígenas de Sonora (Cedis) sobre la carta que les hicieron llegar. Todas respondieron que darán seguimiento a la petición de las autoridades tradicionales comcaac y de los jóvenes.