La “gesta” electoral del 2 de julio del 2000 no dio paso a un cambio de régimen. Hoy, tras una nueva alternancia, se espera un cambio verdadero y no otro episodio decepcionante de nuestra democracia interrumpida.
A Jo Tuckman
Pasó desapercibido, pero el pasado 2 de julio se cumplieron 20 años desde que México vivió su primera alternancia en la Presidencia de la República.
Lo que alguna vez Vicente Fox y el PAN propusieron celebrar como “el día de la democracia”, en este 2020 pasó sin pena ni gloria, incluso para los protagonistas de aquella historia.
El Partido Acción Nacional, quizás avergonzado de los expresidentes, que ya no militan en sus filas, se olvidó de la efemérides.
Marko Cortés, actual dirigente nacional de ese partido, dedicó sus mensajes del día a criticar que Andrés Manuel López Obrador haya dirigido un mensaje por los dos años de su triunfo del primero de julio, cuando “no hay nada qué celebrar”.
Felipe Calderón, quien también llegó al poder luego de unas dudosas elecciones celebradas un 2 de julio -en su caso de 2006-, también prefirió mantener su atención en López Obrador.
Ni siquiera Vicente Fox, con su característica incontinencia tuitera, recordó los 20 años del día en que le prometió a México un cambio y el desmantelamiento del régimen priista.
Si uno revisa los tuits de los panistas y ex panistas, es notorio que están muy ocupados en demostrar cómo López Obrador se equivoca igual que ellos.
Tuitean que también el gabinete de la 4T usa camionetas y personal que los cuida, les abre la puerta y les carga el portafolios. Señalan y magnifican cualquier dislate, tropiezo e infortunio. Acusan que en Morena también hay corruptos. Se vanaglorian porque en lo que va del actual sexenio van más muertos que cuando ellos gobernaron e iniciaron esa guerra sin sentido.
Destacan los malos augurios en materia económica y las cifras de la crisis sanitaria por la pandemia de COVID-19.
Nada dicen del cambio que prometieron hace 20 años, ni de lo que le quedaron a deber a México tras dos sexenios de políticas fallidas.
Ni una palabra del régimen autoritario que no desmontaron, de la corrupción que no combatieron, de la paz que no garantizaron, de la pobreza que no redujeron, de la prosperidad que no generaron, del bien común que no procuraron y de la patria “ordenada y generosa” que no construyeron.
Hoy sabemos que, en realidad, no hay nada qué celebrar el 2 de julio, pues la alternancia electoral no se convirtió en alternativa de gobierno.
No hubo cambio de régimen, ni ajuste de cuentas con el pasado, ni desmantelamiento del sistema de corrupción, ni eficacia gubernamental.
Fox no acabó, ni siquiera, con los símbolos del viejo régimen. Y, llegado el momento, usó todo el poder de su Presidencia -y pactó con los poderes que había derrotado en el 2000- para colocar a un sucesor con el que no simpatizaba, pero que le garantizaba cubrirle las espaldas.
Al final de los dos sexenios panistas, la periodista británica Jo Tuckman publicó un libro al que tituló “México: democracia interrumpida” (DEBATE, 2013), en el que narra cómo su llegada a México como corresponsal de The Guardian, en el año 2000, coincidió con el furor del cambio prometido por Fox y los panistas.
La periodista escribe: “No sonaron balazos el día en que la democracia mexicana vio la luz en el año 2000, después de siete décadas de hegemonía política ejercida por el PRI. No hubo claveles que adornaran los cañones de los rifles, ni golpes de Estado fallidos, vuelos al exilio producto de tortuosas negociaciones o resoluciones emitidas por Naciones Unidas. No hubo millones de personas que salieran a las calles. En México, el momento clave fue un breve mensaje televisivo transmitido poco antes de la medianoche del 2 de julio, seguido por bocinazos aquí y allá”.
Tcukman, quien acaba de fallecer a sus 53 años el pasado 9 de julio, cuenta cómo, en su ingenuidad de recién llegada, imaginaba que el 2 de julio del 2000 daría pie a una profunda transformación, “una suerte de combinación entre la caída del Muro de Berlín y la transición democrática en España, con un intenso cambio político desde el primer momento y un florecimiento cultural”.
Pero no, la propia Tuckman narra en las siguientes 400 páginas de su libro, el naufragio de todas esas expectativas e ilusiones ciudadanas. Y define el momento del regreso del PRI al poder, en 2012, como “democracia interrumpida”.
Cuánta razón tenía Jo al describir la democratización de México como una novela cuyo hilo ha quedado empantanado a causa de sus propios argumentos secundarios.
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Veinte años después del cambio foxista, México vive un nuevo proceso político, producto de una nueva fiesta en las urnas y una nueva alternancia.
Se le ha denominado “cuarta transformación” y, como aquella del 2000, se ha propuesto explícitamente producir un cambio de régimen.
López Obrador ha ido más allá que Fox en su promesa: ha dicho que acabará con los privilegios, con la complicidad entre empresarios y políticos, con la corrupción, con la injusticia social, con las prácticas autoritarias, con los fraudes, con la censura, con la persecución, con la simulación y con un sinfín de males más.
Él mismo ha edificado el ambicioso parámetro con el que será medida su obra; no sólo al final del sexenio, sino en las próximas elecciones intermedias de 2021 y en la consulta de revocación de mandato que él mismo promoverá en 2022.
Aunque ya abundan los detractores y los decepcionados, aún falta tiempo para juzgar si lo suyo fue un cambio verdadero o un episodio más de nuestra democracia interrumpida.