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martes, abril 16, 2024

Lo insostenible del aislamiento: lecciones desde Texas

Bruno Ríos
Bruno Ríos es doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Houston. Escritor, académico y editor.

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El punto de quiebre

Una de las cosas que ha caracterizado a la respuesta oficial ante la pandemia del coronavirus en Texas es que, casi por pura suerte, tiene una infraestructura médica extraordinaria. El Texas Medical Center es el centro de atención e investigación médica más grande el mundo. Por sí solo, ubicado en uno de los centros estratégicos de Houston, tiene una capacidad de 9 mil 200 camas. De esas, por lo menos 2 mil 800 son de cuidados intensivos. Incluso cuando la ciudad (que tiene aproximadamente 2.5 millones de habitantes) lleva a la fecha poco menos de 4 mil casos confirmados de COVID-19, lo que implica que unos mil 500 + son casos activos, ha habido una especie de complacencia por parte de la población por el hecho de tener una infraestructura médica tan amplia.

El punto de quiebre no está, en este caso en específico, en la forma en la que se ha respondido a un alza incontrolable de casos, sino que está en la forma de convencer (o no) a la población para dejar de hacer sus vidas de manera más o menos normal. Hasta ahora, este delicado equilibrio se ha logrado – en comparación con Hermosillo – con una serie de medidas de distanciamiento social que buscan proveer una válvula de escape a los ciudadanos. Los parques están abiertos, y las actividades al aire libre (siempre promoviendo y vigilando la sana distancia) están permitidas. Es la única manera en la que se ha podido mantener por más de un mes y medio la orden del “quédate en casa”.

La ideología

Hay una especie de creencia central en este estado en la que el gobierno, incluso cuando está alineado ideológicamente a la mayoría de las y los ciudadanos, siempre rebasa los límites de lo aceptable al ejercer el poder. El Estado, entonces, siempre es el enemigo. Esto se ha agravado con la pandemia y por eso vemos tanto protestas más o menos multitudinarias contra las medidas de prevención como prácticas en lo individual que ignoran por completo lo propuesto por las autoridades.

Si bien esto no es exclusivo de Texas, ya que ha habido protestas en otros sitios, sí hay una especie de arraigo a esa desconfianza ante el gobierno aquí. Esto, además, va junto a la preponderancia incomprensible de la posesión y portación de armas de fuego, así como de sentimientos antiinmigrantes y racistas por parte de ciertos grupos.

Ninguna medida de prevención ha podido aplacar esta llama, esa rebelión.

Ignorar la ley por mero machismo

Otra de las lecciones que se repiten aquí y en todas partes es un síntoma de un machismo internalizado que justifica una especie de inmunidad ante dos cosas fundamentales: la enfermedad y la ley. Pasa lo mismo con el vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence, al visitar un hospital sin cubrebocas, que con López Obrador y su renuencia (hasta que la realidad lo acomodó) a seguir los lineamientos de su propio gobierno (aunque sigue haciendo las conferencias de prensa en Palacio Nacional). La actitud es la misma en ambos casos: yo no me enfermo ni tampoco sigo las medidas de prevención “por mis huevos”, o “porque me la p*la el coronavirus”, etc. Esta actitud de superhéroe adolescente responde a algo más profundo que el simple desafío. Es, a final de cuentas, la forma en la que nos han enseñado a ser hombres. Incluso cuando las mujeres lo repiten, viene de esa misma conducta social, de la misma masculinidad tóxica que incluso en estos momentos nos hace ser imbéciles.

¿Qué podemos aprender de lo que ha sucedido en Estados Unidos para no hacerlo en Sonora?

Lo primero que habría que proponer para Sonora es flexibilizar sólo un poco las medidas de prevención, y sobre todo de sanción. Esto puede ser controversial, sobre todo para quienes defienden la idea de que ningún tipo de interacción con el exterior es posible para evitar contagios. Esta es la realidad: es imposible el convencimiento del grueso de la población para que no se muevan de su casa por largos periodos de tiempo. El hartazgo es muy evidente cuando incluso si tienes estas medidas tan estrictas (como las que ha propuesto la alcaldesa) la gente sigue saliendo sin pena alguna. La única manera de aplazar la situación, además de tener un Estado totalitario por supuesto, es darle ciertos espacios de escape a la gente. Esto no contempla la crisis económica tan drástica que se viene encima, pero sí una estrategia a mediano plazo para convencer a la gente de que puede hacer sólo ciertas cosas. La forma en la que se ha logrado eso, como comenté, es poder hacer ejercicio al aire libre. Esto incluye el ciclismo y correr, siempre solo y guardando distancia. Hacer los parques de un solo sentido es una estrategia efectiva y adecuar las vialidades para promover el ciclismo.

Lo segundo es no apresurarse a la reapertura. En Texas, por más tonto que parezca, han comenzado a reabrir los comercios y los restaurantes a un cuarto de su capacidad. Lo que estamos por presenciar acá es un alza de casos muy significativa, algo que no será posible controlar ya que no quiero pensar qué sucedería si hay que volver a instaurar una orden judicial para que la gente vuelva a encerrarse en su casa. Lo mismo sucedería en Sonora de haber algo parecido. La famosa “reapertura” responde, por supuesto, a la situación económica. Sin embargo, viene a costa de la salud de todas. Es un balance muy difícil de lograr y, por pura evidencia anecdótica, les puedo decir que la gente está actuando como si volviera a la normalidad. Las calles repletas, los restaurantes abarrotados, las tiendas abiertas. Y así, es ya responsabilidad de cada uno cuidarse sin una autoridad competente que nos ayude.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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