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miércoles, abril 24, 2024

“Te llevas el cuerpo de tu madre o se lo lleva el MP”: funerarias colapsan por COVID-19

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“Hablé con el subdirector del turno, hasta las 18: 00 horas se les va a dar chance de retirar el cuerpo. Si no, se va a proceder con el ministerio público”.

José Eduardo Torres, de 32 años, recibió este ultimátum a través de una llamada de una empleada de Trabajo Social del Hospital Siglo XXI. Habían pasado doce horas desde el fallecimiento de su madre, Irma Cancino Cárdenas, de 65. Tanto durante sus 40 días de hospitalización como en el momento de morir, la mujer sufrió las consecuencias del impacto que el COVID-19 ha tenido en el IMSS.

En vida, porque se redujo el número de doctores para la atención a los pacientes debido a que el sistema ha tenido que reconvertirse para hacer frente a la pandemia. En la muerte, porque las funerarias están saturadas ya que no hay hornos crematorios a los que llevar a los fallecidos.

Irma Cancino Cárdenas murió a las 3:28 horas del jueves 30 de abril. A las 15;45, sus hijos seguían buscando una funeraria que se hiciera cargo del cuerpo.

La mujer es originaria de Tuxtla-Chico, en Chiapas, y hasta allí quieren llevarla para su último descanso. Para ello, antes debían cremarla, pero se encontraron con uno de los efectos de la pandemia de coronavirus: los hornos en los que se incineran a las personas fallecidas en Ciudad de México están colapsados. Por eso las funerarias no pueden comprometerse a recoger los cadáveres.

“Hablamos a siete, ocho funerarias. Nos decían que hasta el domingo, hasta el lunes”, explica Torres, de 32 años. Los precios que pedían oscilaban entre los 32 mil pesos y los 16 mil. Pero la clave era el tiempo. No disponían de tanto. Si la funeraria no llegaba hasta el lunes eso implicaba dejar el cuerpo en el hospital hasta entonces. Y no era posible.

Doce horas después del fallecimiento de su madre, cuenta Torres que recibió la llamada de la trabajadora social en la que le amenazaba con deshacerse del cuerpo a través del Ministerio Público.

Animal Político quiso saber la versión del IMSS, pero al cierre de la nota no había recibido respuesta.

Según fuentes de la Fiscalía General de Justicia de Ciudad de México, “el ministerio público no tiene competencia para intervenir en un caso relacionado con el deceso de una persona por causas naturales en un hospital, a menos que se denuncie algún delito”.

La situación era desesperada. Al shock del fallecimiento de su madre y el agotamiento de más de un mes acompañándola en el hospital se le unió el ultimátum.

“Estábamos con mucha presión. Por suerte nos topamos con un chico que estaba recogiendo otro cuerpo, nos dio los datos y la pudimos sacar”, explica.

El calvario de la familia no terminó ahí. El cuerpo había sido trasladado al área de patología y no permitieron que ninguno de sus hijos se acercara para identificarlo. “Solo permitieron que un trabajador de la funeraria le sacara una foto. Nos dijeron que ahí también había cuerpos de personas que habían muerto por COVID-19, por lo que no podíamos entrar”, explica.

“Estamos llegando ahora sí al borde del colapso. Desde hace tres días los crematorios se saturaron y nosotros no podemos recoger un cuerpo sino hay donde incinerarlo. No tenemos bodegas donde retenerlos y tampoco eso es lo recomendable”, dijo David Vélez, presidente de la Asociación de Propietarios de Funerarias y Embalsamadores de CDMX, organización que agrupa a más de 450 funerarias.

En entrevista con Animal Político, Vélez explicó que en la ciudad hay 22 hornos crematorios. De esos 16 son particulares y pertenecen a las grandes cadenas funerarias, mientras que los seis restantes son del gobierno local, y están ubicados en las alcaldías de Cuajimalpa, Xochimilco, Iztapalapa, Miguel Hidalgo, Azcapotzalco y Tlalpan.

Los seis hornos de la ciudad son utilizados por el resto de las funerarias para cremar cuerpos. En condiciones normales estos son suficientes, sin embargo, con el crecimiento de la pandemia y la demanda de cremaciones esta infraestructura ha quedado rebasada.

La historia de Irma Cancino Cárdenas ilustra cómo el coronavirus dinamita un sistema sanitario ya de por sí precario.

La mujer trabajó durante muchos años en Diconsa, hasta que tuvo que dejar el empleo para cuidar a sus hijos, ya que uno había caído enfermo. Además, fue artesana y hacía un chocolate que llegó a moverse por toda la República. En octubre de 2019 recibió la peor noticia: tenía un cáncer renal que se le había extendido por la vena cava. No fue hasta finales marzo que pudo ser operada por un equipo mixto de Cardiología y Urología. La metástasis ya se había exendido.

Cuenta Torres que no daban muchas esperanzas a su madre, pero que salió de la cirugía. Era una mujer fuerte y se aferraba a la vida.

El 1 de abril fue trasladada a Urología. Ese día, la secretaría de Salud registraba mil 378 contagios y 37 víctimas mortales por COVID-19.

Después de 30 días, cuando Cancina Cárdenas falleció, los contagios alcanzaban los 19 mil 224 y los fallecidos llegaban a mil 859.

Torres se queja del trato sufrido en Urología. “El coronavirus disminuyó la plantilla, porque no llegan todos los médicos”, explica. Dice que en un mes pasaron de seis residentes a dos. Que, al final, eran estudiantes los que pasaban la noche en una planta con una veintena de pacientes graves. Relata diversos momentos en los que su madre entró en crisis y no había nadie para atenderla.

Preocupado por la falta de atención, Torres hizo pública una carta en la que denunciaba el estado del hospital. Pero eso no gustó a los doctores y uno de ellos lo reunió junto a su hermana echándole en cara que denostase su labor.

A partir de entonces, dice, la atención mejoró. Aunque las condiciones del centro médico no eran buenas debido a la pandemia. “No había un protocolo de seguridad para el COVID-19”, explica. En principio, ahí no debería haber enfermos con coronavirus, pero distintos médicos consultados por Animal Político coinciden en la imposibilidad de separar totalmente pacientes positivos y negativos.

Hornos colapsados

“Antes de la pandemia el 60 por ciento de los servicios funerarios eran de cremación y el 40 por ciento de inhumación. Pero ahora el 98 por ciento de los casos son de cremación y con la fase 3 (de la epidemia) esto se ha vuelto inmanejable. Tan solo en las últimas 24 horas recibimos unos 120 muertos de COVID o posible COVID y no hay forma de manejar esas cantidades” dijo Vélez.

Cabe recordar que, por recomendación de los servicios de salud de la Ciudad, las funerarias deben dar un manejo como casos de COVID-19 no solo a los decesos que tengan una confirmación en el certificado de defunción, sino a todos los que sean sospechosos e incluso a aquellos donde la causa de muerte sea neumonía. Ello implica un manejo con cuidados sanitarios estrictos del cadáver, y priorizar la incineración de los restos.

Pero esto ha provocado que las funerarias de la capital estén pidiendo a las personas esperar un mínimo de 24 horas para que la cremación pueda llevarse a cabo, pues es el tiempo de espera para tener un turno en los hornos crematorios. Y por ende el cuerpo no puede ser recogido mientras tanto.

Vélez advirtió que en caso de que el volumen de fallecimientos siga creciendo, el tiempo de espera podría ir ampliándose a 36 o 48 horas y así progresivamente.

“Entendemos que esto va a comenzar a saturar a su vez las áreas de patología de los hospitales porque no se pueden llevar los cuerpos, pero nosotros en definitiva no los podemos recoger si no hay un horno disponible”, añadió.

El presidente de la Asociación de Propietarios de Funerarias y Embalsamadores dijo que ya alertaron al gobierno de Ciudad de México y en particular a la Consejería Jurídica del fenómeno que se está presentando y se están analizando opciones.

Una alternativa, dijo, es que el gobierno autorice a los crematorios a trabajar 24 horas ininterrumpidas. No obstante, explicó que esto a su vez puede acrecentar complicaciones que ya están presentándose como fallas en los hornos.

“Una cremación toma en promedio dos horas. Y si los hornos están funcionando sin parar evidentemente tienen fallas y eso también está retrasando servicios”, dijo Velez.

Otra opción es tratar de reducir la cifra de cremaciones y ofrecer inhumaciones (entierros) al menos en casos donde no es claro que hubiera coronavirus. “Y en una situación mas extrema tendríamos que comenzar a cavar zanjas como ha ocurrido en otras partes del mundo para los cadáveres”, señaló.

En ese contexto, el presidente de la asociación señaló que la mejor salida es que el volumen de muertes ya no crezca y para ello insistió en que es importante que las personas no salgan a la calle y que sigan las medidas que reiteradamente señalan las autoridades de salud.

David Vélez dijo que una medida que han tomado las funerarias de su asociación conforme la pandemia ha ido creciendo es recortar el costo por los servicios funerarios de los 14 mil pesos que en promedio se manejan al público hasta los 7 mil pesos. Y de igual forma no se está cobrando el ataúd ni requiriendo otros pagos.

Explicó que esta medida se tomó para apoyar a las personas que además de atravesar la crisis por el deceso de un familiar están padeciendo problemas económicos derivado de que no pueden laborar o que incluso habrían perdido su trabajo por la contingencia sanitaria.

“Y en algunos casos en mi asociación hemos decidido llevar a cabo los servicios de forma totalmente gratuita. Tenemos casos de personas de muy bajos recursos y no podemos ignorarlos”, dijo.

Irma Cancino Cárdenas no era paciente de coronavirus, pero la pandemia también la golpeó en sus últimos días de vida. Como ella, hay miles de pacientes en hospitales mermados por la contingencia. También, por desgracia, fallece gente de enfermedades que nada tienen que ver con la COVID-19. Son las otras víctimas de un sistema débil al que la situación de emergencia está poniendo al límite.

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En 2015, el jefe de una compañía que procesa pagos con tarjetas de crédito en Seattle, Estados Unidos, estableció un salario mínimo de US$70.000 al año para los 120 trabajadores de su compañía, y personalmente se redujo el sueldo en US$1 millón.

Cinco años más tarde dice que la apuesta valió la pena.

Dan Price estaba de excursión con su amiga Valerie en las montañas Cascade de Seattle, cuando tuvo una incómoda revelación.

Mientras caminaban, ella le dijo que su vida era un caos, que su arrendador le había subido el alquiler mensual en US$200 y que tenía dificultades para pagar sus cuentas.

Eso enfureció a Price. Valerie había estado 11 años en el ejército, dos veces en Irak, y ahora trabajaba 50 horas a la semana en dos empleos para llegar a fin de mes.

“Ella es alguien a quien el servicio, el honor y el trabajo duro simplemente la definen como persona”, cuenta el empresario.

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A pesar de que Valerie ganaba alrededor de US$40.000 al año, en Seattle eso no es suficiente para pagar una casa decente.

Price estaba enojado porque el mundo se hubiera convertido en un lugar tan desigual. Y de repente se dio cuenta de que él era parte del problema.

A los 31 años, Price era millonario. Su compañía, Gravity Payments, que fundó en su adolescencia, tenía alrededor de 2.000 clientes y estaba valorada en millones de dólares.

Aunque él ganaba US$1,1 millón al año, Valerie le recordó que gran parte de su personal debía estar pasando dificultades económicas, y decidió hacer un cambio.

Educado en Idaho, un estado profundamente cristiano y rural, Dan Price es optimista, generoso en sus elogios a los demás e impecablemente cortés. Y se ha convertido en un acérrimo activista contra la desigualdad en Estados Unidos.

“La gente se muere de hambre, los despiden o se aprovechan de ellos, para que alguien pueda tener un apartamento en la cima de una torre en Nueva York con sillas de oro”, lamenta.

Antes de 1995, la mitad más pobre de la población de Estados Unidos tenía una proporción de la riqueza nacional superior a la del 1% más rico, explica.

La inmensa riqueza que concentran las 400 personas más ricas de EE.UU. (y por qué la situación se compara a la que había hace un siglo)
Pero ese año las cosas cambiaron: ese 1% pasó a ganar más que el 50% más pobre. Y la brecha continúa ensanchándose.

A subir los salarios
Price había leído un estudio de los economistas ganadores del premio Nobel Daniel Kahneman y Angus Deaton que analizaba cuánto dinero necesita un estadounidense para ser feliz.

Tras reflexionar al respecto, decidió que aumentaría significativamente el salario mínimo en Gravity.

Después de calcular los números, llegó a la conclusión de que le pagaría a sus trabajadores US$70.000 al año como mínimo.

Así es Atherton, el pueblo más rico de EE.UU. donde la casa más barata vale US$2,5 millones
Pero al mismo tiempo se dio cuenta de que no solo tendría que recortar su salario, sino también hipotecar sus dos casas y renunciar a sus acciones y ahorros.

Reunió a sus empleados y les dio la noticia. Price esperaba que la gente celebrara, pero al principio no pasó nada. Se produjo como una especie de anti-clímax, cuenta el empresario.

Entonces tuvo que repetir el anuncio para que la gente se convenciera de que era verdad lo que estaba pasando.

Y así fue como un tercio de los empleados duplicó inmediatamente su salario.

¿Los resultados?
Han pasado cinco años desde aquel anuncio, tiempo durante el cual su empresa se ha expandido.

La plantilla de empleados se duplicó y el valor de las transacciones que procesa la firma ha pasado de US$3.800 millones anuales a US$10.200 millones.

Hay otras métricas de las que Price está aún más orgulloso.

Según Price, más del 10% del personal de la compañía ha podido comprar su casa propia, en una de las ciudades más caras de EE.UU. para quienes pagan arriendo. Antes la cifra era inferior al 1%.

La cantidad de recursos que los empleados están poniendo voluntariamente en sus propios fondos de pensiones se ha más que duplicado. Y un 70% de los empleados dice que ha pagado sus deudas.

A pesar de esos resultados, Price recibió muchas críticas. Junto con cientos de cartas de apoyo y portadas de revistas que lo etiquetaron como “el mejor jefe de Estados Unidos”, muchos de los propios clientes de Gravity objetaron lo que veían como una declaración política.

Incluso algunas personas externas a la empresa lo tildaron de comunista. Y al interior de la firma también hubo reacciones contrarias.

Dos empleados de alto rango renunciaron en señal de protesta porque no estaban de acuerdo con que el personal que tenía los salarios más bajos recibiera un aumento de la noche a la mañana, argumentando que se volverían perezosos y que la compañía perdería competitividad.

Price cuenta que se siente decepcionado y triste porque esperaba que el ejemplo de Gravity inspirara cambios de gran alcance en el mundo de los negocios en EE.UU.

Y aunque algunas firmas han tenido iniciativas similares (como PharmaLogics en Boston o Rented.com en Atlanta), él se imaginaba un impacto mayor.

“Estaba equivocado”, reconoce. “Realmente he fallado en ese sentido. Y esto ha cambiado mi perspectiva sobre las cosas, porque realmente creía que era posible transformar el rumbo de la descontrolada desigualdad de ingresos”.

A nivel personal, la decisión salarial que tomó Price tuvo un profundo efecto en su vida.

Los empleados le regalaron un auto Tesla al empresario para agradecerle por la forma en que maneja la compañía.
Antes de reducir sus ingresos, el empresario era el cliché de un joven millonario blanco del sector tecnológico. Vivía en una hermosa casa con vistas al Puget Sound de Seattle y bebía champán en restaurantes caros.

Pero después del cambio, puso su casa en alquiler en AirBnB para mantenerse a flote y transformó su estilo de vida.

Un día, un grupo de empleados se cansó de verlo aparecer en el trabajo en un Audi de 12 años y se juntaron en secreto para comprarle un Tesla.

“Sentí que era la mejor manera de decir gracias por todos los sacrificios que él ha hecho y cualquier cosa negativa con la que haya tenido que lidiar”, cuenta en un video Alyssa O’Neal, una de las empleadas que participó en la iniciativa.

Cuando Price recibió el regalo, se puso a llorar.

Actualmente Price sigue recibiendo el salario mínimo de Gravity.

Dice que se encuentra más satisfecho de lo que estaba cuando ganaba millones, aunque no todo ha sido fácil. “Hay desafíos todos los días”, apunta.

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“Tengo la misma edad que Mark Zuckerberg y tengo momentos oscuros en los que pienso: ‘Quiero ser tan rico como Mark Zuckerberg y quiero competir con él para estar en la lista de Forbes. Y quiero estar en la portada de la revista Time, ganando mucho dinero’. Todas estas cosas codiciosas son tentadoras “.

“No es fácil rechazarlo. Pero mi vida es mucho mejor“.

Sigue toda la información en el noticiero de Proyecto Puente con el periodista Luis Alberto Medina a través de nuestro canal de YouTube, dando click aquí.

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