Un estudio liderado por el Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA-CSIC), en España, ha encontrado una importante acumulación de compuestos organofosforados, que se usan como plastificantes y retardantes de llama, en ballenas del océano Atlántico, y también en su principal presa, el kril.
El trabajo, en el que han colaborado el Instituto de Investigación de la Biodiversidad de la Universidad de Barcelona (IRBio) y el Instituto de Investigación Marina (Islandia), ha analizado muestras de rorcual común (Balaenoptera physalus), también conocidos como “ballenas de aleta”, y kril de la costa de Islandia.
Los resultados, que publica la revista Science of the Total Environment, revelan que estas especies marinas acumulan en su organismo gran cantidad de compuestos organofosforados, tras analizar muestras de músculo de 20 ejemplares de rorcual común y de 10 muestras de kril.
Los registros obtenidos en este trabajo muestran niveles de plastificantes organofosforados en torno a un microgramo por gramo de grasa, tanto en las ballenas de aleta como en el kril.
Según el estudio, los plastificantes más abundantes son el tributilfosfato (TBP), el isopropilfenilfosfato (IPPP) y el óxido de trifenilfosfina (TPPO).
“Aunque a día de hoy no se conocen los efectos tóxicos de todos y cada uno de estos contaminantes, si se tiene constancia de que el TBP posee potencial para provocar daños neurológicos, disrupción endocrina, efectos cancerígenos y efectos adversos en la reproducción”, explicó la investigadora del CSIC que lidera el trabajo, Ethel Eljarrat.
“La buena noticia es que los niveles similares en ballenas y kril indicarían que estos plastificantes no se biomagnifican, ya que los niveles de contaminación no aumentan de presa a depredador”, añadió la investigadora.
De los 19 compuestos organofosforados analizados, siete de ellos se han detectado en las ballenas de aleta, de los cuales cinco también fueron detectados en las muestras de kril, lo que sugiere que la presencia de estos contaminantes en las ballenas de aleta es derivada principalmente de su dieta.
“Sin embargo, -aclara Eljarrat- el difenilcresilfosfato (DCP) y el tripropilfosfato (TPP) se detectaron en el músculo de ballenas pero no en las muestras de kril, lo que indica una fuente diferente de absorción para estos compuestos.
Una posibilidad sería la presencia de micro y macro-plásticos en los océanos que, cuando los ingiere la ballena, liberan los aditivos químicos (es decir, DCP y TPP) que son transferidos a los tejidos de la ballena”.
Según la coautora del estudio e investigadora del Instituto de Investigación de la Biodiversidad, Asunción Borrell, el rorcual común es una especie “que puede actuar como bioindicadora de la contaminación a gran escala, ya que hace migraciones de largo alcance desde áreas de baja latitud en invierno a latitudes altas en verano”.
Los plastificantes organofosforados se empezaron a utilizar en los años 60 del pasado siglo y su uso aumentó cuatro décadas más tarde, cuando se propusieron como alternativa a los polibromodifenil éteres (PBDEs), otros retardantes de llama que fueron prohibidos por la Convención de Estocolmo en 2009 por su elevada toxicidad.
Los investigadores han destacado que a nivel mundial, apenas existen seis trabajos relacionados con la presencia de estos contaminantes organofosforados en cetáceos y este es el tercero que lleva a cabo el grupo de investigación que lidera Eljarrat y que muestra que se trata de un problema global que afecta a diferentes mares y océanos.
En los dos primeros, analizaron diferentes ejemplares de delfines del mar de Alborán y del océano Índico.