Se esperaba un Plan de Reactivación Económica frente a la emergencia, y lo que el presidente ofreció fue un informe de labores. Quienes esperaban acciones concretas o un golpe de timón estaban equivocados.
Lo que ayer leyó el presidente Andrés Manuel López Obrador, en la soledad del patio de Palacio Nacional, no fue un novedoso o esperanzador plan de reactivación económica, sino uno más de sus “informes de gobierno”.
El quinto de este tipo que lee en su administración, si se consideran el de los 100 primeros días, en abril del año pasado; el del 1 de julio, al cumplirse un año de su triunfo; el del 1 de septiembre, al enviar su informe oficial al Congreso, y el del 1 de diciembre, al cumplir un año de gobierno.
Aunque es un ritual ya previsto, esta vez había altas expectativas de un sector privado inquieto y deprimido, una sociedad espantada por el Coronavirus y una comentocracia ávida de noticias.
Quienes esperaban medidas concretas para evitar la pérdida de empleos, el cierre de empresas y la quiebra de pequeños negocios ante el frenón que impone la pandemia de COVID-19, se quedaron esperando.
Si alguien creía que López Obrador daría un golpe de timón, se equivocaba rotundamente.
Lo de ayer no fue el anuncio de medidas especiales ante las crisis sanitaria y económica, sino una réplica de una conferencia mañanera, sin preguntas y respuestas.
Un soliloquio en el que López Obrador recreó sus propias convicciones y anunció el reforzamiento de lo que ha venido haciendo en sus 15 meses de gobierno: más austeridad en el gobierno y más gasto en programas sociales.
La imagen final del presidente solo, gritando “Viva México” en medio de un templete, retrató de cuerpo entero a López Obrador siendo López Obrador.
Un político que cree firmemente que lo que está haciendo es lo correcto.
Un presidente que, en solitario, decide la estrategia y cómo ejecutarla.
Un mandatario que escucha a sus críticos y opositores, sólo para refirmar sus propias creencias y afianzarse en ellas.
Para los que esperaban “novedades”, el presidente dijo que en los próximos meses el gobierno va a crear 2 millones de empleos, anunció la entrega de 2.1 millones de créditos personales del Infonavit y Fovissste y advirtió a los altos funcionarios de la Administración Pública Federal que este año no tendrán aguinaldo, aunque no dijo cuánto piensa ahorrar con esa medida.
Dijo que esta vez será el gobierno el que se apriete el cinturón, y anunció que en diciembre -cuando falten escasos siete meses para las elecciones intermedias-, sus programas sociales estarán llegando a más de 22 millones de mexicanos.
El uso de los recursos de los fideicomisos -que ya había anunciado en la semana-, la intensificación de las acciones del Instituto para Devolverle al Pueblo lo Robado y más reducciones en gastos de operación del gobierno, compras a proveedores, salarios y viáticos, completan el ramillete de supuestas medidas.
El presidente volvió a anunciar la devolución de los llamados “tiempos fiscales” a los concesionarios de televisión y radio, para compensarlos en momentos económicos difíciles y ante la reducción de los gastos publicitarios de un gobierno que, según dijo, “no necesita hacer propaganda”.
Sin embargo, López Obrador no precisó los alcances de esta medida y, hasta el momento, no ha publicado en el Diario Oficial de la Federación el decreto mediante el cual ejecutaría una decisión que, ya el viernes -luego de anunciarla en la mañanera-, causó dudas y quejas entre expertos en medios, activistas ciudadanos, consejeros electorales y los propios concesionarios.
Hay que decir que López Obrador cumplió la promesa de rendir cuentas periódicamente, y durante más de 50 minutos leyó un sinfín de cifras sobre el reparto de becas a estudiantes, apoyos a adultos mayores, programas destinados a productores agrícolas y pescadores, construcción de caminos rurales, remodelación de escuelas, clínicas y hospitales, y algunos avances de sus obras sexenales.
Incluso, abordó el delicado tema de la inseguridad y la violencia -imparables en lo que va de su sexenio-, aunque tampoco ahí anunció cambio de estrategia, a pesar de que las cifras de marzo confirman que ésta no ha funcionado.
Fue, otra vez, AMLO explicando que su gobierno implica una transformación, y no la repetición de las políticas del pasado.
Poco le importó que, esta vez, el informe trimestral lo tomara en medio de una crisis mundial por la pandemia, y en un momento turbulento para la economía mundial en general y mexicana en particular. Salvo los pésames, las palabras de aliento y los llamados a no rendirse, poco o nada se apartó de su guion habitual.
Con el precio de petróleo por los suelos, el dólar por las nubes y los empresarios inquietos por los efectos de la suspensión de las actividades no esenciales durante todo abril y una posible extensión de la emergencia sanitaria hasta mayo o junio, quizás se hubiera esperado un mensaje distinto.
Acciones concretas para evitar que más personas se vuelvan pobres, y no sólo programas para beneficiar a los que ya están empadronados en alguno de ellos.
Se esperaba un plan de reactivación económica, no un informe de labores.