De las ocho especies de tortuga que existen en el mundo, la Carey (Eretmochelys imbricata) es una de las más amenazadas debido a la caza indiscriminada que sufrió en el pasado a causa de su bello caparazón, que fue utilizado como materia prima para joyería, muebles y decoración de paredes. Japón fue el principal mercado tradicional de este comercio que se estima en casi 10 millones de tortugas. Hoy, aunque su comercialización está prohibida, en América Latina continúa habiendo un comercio para turistas que compran artesanías elaboradas con el caparazón de las tortugas Carey, muchas veces ignorando el daño que generan a la conservación de este animal considerado en peligro crítico de extinción por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Su indiscriminada caza
Esta cotizada especie se distribuye en casi todo el continente americano. Es posible encontrarla en el Atlántico Occidental —desde la costa este de Estados Unidos hasta el sur de Uruguay—, en el Gran Caribe —desde las islas Bahamas pasando por el Golfo de México y el este de Centroamérica— y en el Pacífico Oriental, desde el sur de California hasta Perú.
Sin embargo, sus poblaciones han disminuido hasta en un 90 % respecto de su tamaño original. Aunque en algunos lugares del Caribe la especie ha mostrado signos de recuperación, en el Pacífico Oriental no ha ocurrido lo mismo e incluso, hasta hace unos 10 años, se llegó a pensar que en esa región la tortuga Carey estaba extinta. Aunque más tarde su extinción fue descartada, las poblaciones en América Latina son una de las más amenazadas del mundo por lo que, de todas formas, “si no se trabaja en políticas públicas que permitan su conservación, esta población está en grave riesgo de desaparecer”, asegura Felipe Vallejo, director del centro de investigación ecuatoriano Equilibrio Azul.
A la caza indiscriminada sufrida en el pasado se suma el saqueo, por décadas, de prácticamente el 100 % de los huevos por parte de las comunidades costeras para su consumo y comercialización; la pesca incidental en pesca artesanal, la contaminación marina y la pérdida de hábitat por el cambio climático y el desarrollo urbanístico en sus playas de anidación. Hoy se cree que solo quedan 700 hembras anidadoras en todo el Pacífico Oriental,
Al igual que el resto de las especies de tortuga, las Carey desovan en la misma playa donde nacieron por lo que el ciclo reproductor es muy frágil. “Si la playa donde ellas históricamente han venido no cumple con las condiciones necesarias, ellas simplemente no desovan”, explica Jurguen Guevara, Oficial de Industrias Extractivas del Centro de Investigación Humboldt de Nicaragua. Esto hace que las tortugas sean particularmente sensibles a los efectos del cambio climático, ya que el deterioro de su hábitat terrestre, debido por ejemplo a la erosión de las playas por el incremento de las tormentas y al alza de los niveles del mar, puede poner en riesgo el nacimiento de nuevas generaciones.
Además, “las tasas de masculinidad de neonatos pueden variar debido a los cambios en las temperaturas de incubación como resultado de las temperaturas del aire más altas, o en algunos casos, temperaturas de la arena más bajas debido al incremento de las lluvias en algunas áreas”, señala un informe sobre el estado de conservación de la tortuga Carey preparado por la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES).
Por otro lado, la destrucción de corales tiene un impacto directo en las tortugas Carey puesto que estos animales viven en los arrecifes. Al mismo tiempo, las tortugas protegen estos espacios puesto que se alimentan de esponjas que si no son controladas invaden los corales. “Es decir, la pérdida de los arrecifes es mala para las tortugas Carey y la pérdida de las tortugas Carey es mala para los arrecifes. Es un sistema perfecto que ha funcionado por millones de años y que los humanos estamos rompiendo en pocas décadas”, dice Vallejo.
Programas de conservación
Gracias al impulso de la red ICAPO, varios proyectos se han promovido y establecido en México, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia y Ecuador.
Manuel Bravo, director de la organización medioambiental Wildaid, en Ecuador, señala que las iniciativas de conservación en ese país se han enfocado en la recuperación de tortugas a través de un centro de rescate, rehabilitación y reintroducción en el Parque Nacional Machalilla y el control y vigilancia en áreas marinas y costeras protegidas. “En los últimos cuatro años más de 130.000 neonatos llegaron al mar”, señala Bravo y, según información proporcionada por turistas buzos, “ha habido un incremento superior al 100 % de tortugas observadas durante los buceos”, agrega.
Todavía queda mucho trabajo por hacer, aseguran los expertos, por lo que si no se toman medidas urgentes esta especie sigue en peligro de extinguirse.
Fuente: Semana.com Foto: WWF