Una y otra vez lo han dicho, tanto conservadores como comentaristas como liberales moderados como politólogos y demás: si Bernie Sanders gana la candidatura demócrata en los Estados Unidos, está casi garantizado que Trump se reelige en las elecciones de noviembre. El argumento es que se le asocia con una palabra maldita en la política norteamericana: socialismo.
Los comentaristas que se desviven por encasillar a Sanders en una categoría que además no le corresponde es una buena manera de hacer televisión y generar posturas polarizadas en la opinión pública.
Hacen eco de las mismas críticas que establishment ha articulado desde siempre a cualquier cosa que vaya en contra de los grandes intereses del capital.
Sin embargo, el propio Bernie Sanders se ha inmiscuido en ocasiones sobre las diferenciaciones terminológicas entre el socialismo (que en realidad quiere decir comunismo para el mainstream) y la corriente socialdemócrata.
Esto es contraproducente, de eso no hay duda. Incluso en el último debate en Nevada hace algunos días, Sanders comenzó a hablar sobre Dinamarca como un modelo de país socialdemócrata en donde ya se han implementado un buen número de políticas públicas que siguen la misma línea ideológico-política del candidato demócrata.
Más allá de la discusión sobre qué término o nombre hay que ponerle a lo que está haciendo Sanders, me parece que es muy claro que en realidad, por más que lo ataquen con la amenaza del “socialismo”, sus propuestas son eminentemente norteamericanas en muchos más sentidos de los que parece.
Es decir, sus propuestas están más cerca del New Deal de Franklin D. Roosevelt que de Dinamarca.
Si lo que propuso Roosevelt para levantar social y económicamente a los Estados Unidos de la Gran Depresión de finales de los 20s fue un énfasis en la distribución de la riqueza hacia los pobres y los desempleados, la recuperación económica a través de la inversión pública, y una reforma estructural profunda del sistema financiero para evitar una segunda recesión, entonces Sanders no está muy lejos de convertirse en el nuevo Roosevelt.
Muchos de los programas que la inmensa mayoría de los ciudadanos norteamericanos consideran fundamentales son producto del New Deal de Roosevelt.
Sanders, en muy pocas palabras, tiene tres propuestas fundamentales que da lo mismo si son “socialistas” o “socialdemócratas”: una transformación profunda del sistema de salud privado para convertirlo en un sistema público (que paguemos todos con impuestos, como se hace en la mayoría de los países desarrollados del mundo), una serie de reformas fiscales que eliminen los privilegios y el poder de las corporaciones y los multimillonarios, y un esquema de redistribución de la riqueza que invierta en programas de asistencia social para los más desprotegidos.
Cuando separamos estas ideas de las etiquetas, el resultado es revelador. Para la inclusión de una opción pública de salud universal, que Sanders ha llamado “Medicare for all”, varias encuestas a nivel nacional han arrojado el resultado de que hasta el 70% de los ciudadanos están a favor de esta propuesta.
De la misma manera, hasta el 58% de los votantes están a favor de eliminar la colegiatura de las universidades públicas.
Así, es absurdo pensar que sólo por la etiqueta radical la candidatura de Sanders está condenada al fracaso. Los números están ahí: las posibilidades de lo aparentemente radical son enormes precisamente porque no son ideas tan radicales en realidad.
Al contrario, son ideas que cambiarían de formas muy positivas las inmensas desigualdades del país más rico en la historia de la humanidad.