Un año después de la tragedia y seis meses antes de las elecciones municipales de Hidalgo, es necesario construir para Tlahuelilpan una nueva circunstancia, en la que no sea el huachicol lo que defina su presente y su futuro.
El mundo supo que existía Tlahuelilpan el 18 de enero de 2019, el día en que estalló un ducto de Pemex, y sus pobladores sufrieron una de las peores tragedias en la historia de México.
En unas cuantas horas, la fiesta del huachicol se convirtió en una escena terrorífica, con un estallido que iluminó la noche, personas en llamas corriendo en un campo de alfalfa, 69 cuerpos calcinados al instante, 68 personas que agonizaron en diversos hospitales, cientos de heridos marcados para siempre con quemaduras de distinto grado, decenas de huérfanos, viudas y madres llorando a sus hijos.
Tlahuelilpan, el municipio hidalguense ubicado a 70 kilómetros de Pachuca y a sólo 13 kilómetros de la Refinería de Tula, pagaba un caro tributo de sangre al dios del huachicol.
Antes de eso, era una comunidad de campesinos y comerciantes, un pueblo de 19 mil habitantes dedicado durante décadas a la siembra de alfalfa, maíz, frijol y avena; una población que soñaba con convertirse en un sitio turístico, atractivo por su convento franciscano del siglo XVI, sus balnearios y su clima templado.
Venturosamente ubicado sobre el ducto Tuxpan-Tula –uno de los ramales más importantes de distribución de combustible–, Tlahuelilpan fue uno de esos pueblos hidalguenses en los que la comunidad abandonó el campo para picar ductos y vender combustible.
Para 2015, este municipio del Valle del Mezquital presentaba un nivel “bajo” de marginación según Coneval, con 50 por ciento de su población en pobreza moderada y 7 por ciento en pobreza extrema.
Según algunos reportajes publicados luego de la explosión de enero de 2019 –como el de Arturo Contreras para Pie de Página–, el robo de combustible se convirtió en motor de la economía municipal, y trajo una aparente prosperidad a la región, con camionetas nuevas y cocheras ocupadas con decenas de bidones apilados.
Pero con el huachicol llegaron los huachicoleros, la mafia, los hombres armados que controlaban las tomas clandestinas y las redes de distribución, la violencia, la inseguridad y el deterioro social.
Según el Plan de Desarrollo Municipal 2016-2020, Tlahuelilpan debía convertirse en un municipio turístico, “una nueva atracción de la región”; pero el proyecto enfrentaba dos amenazas: la percepción de inseguridad que lo hacía difícil de visitar y la “apatía de los pobladores”, que para entonces ya estaban enganchados en el negocio fácil del robo de gasolina.
Llama la atención que en el plan de la administración de Juan Pedro Cruz Frías (un alcalde que llegó al poder por el PT y en 2018 migró a Morena), se haga referencia constante al poco interés de la comunidad por mejorar su entorno social.
Al enumerar los principales retos en materia de seguridad y violencia, el documento advierte la falta de credibilidad en la Policía, la falta de recursos, la poca formación y valorización de las organizaciones comunitarias y “la falta de compromiso de la comunidad”.
Tlahuelilpan abandonó el sueño de convertirse en pueblo mágico, para rendirse ante el espejismo del huachicol.
Un día de diciembre de 2018, un piquete en el ducto provocó un incendio de 12 horas, como una advertencia de lo que vendría el 8 de enero, en pleno inicio de la guerra contra el huachicol iniciada por el entonces novel gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Una fuga abierta a las 14:30 horas atrajo a cientos de pobladores a una fuente de la que emanaba el combustible –que para entonces escaseaba en todo el país como producto de las medidas tomadas contra el huachicol–. La policía y el Ejército no fueron capaces de desalojar a una turba que se bañaba en gasolina con tal de llenar bidones y cubetas, y Pemex se tardó cuatro horas en cerrar la válvula que alimentaba el ducto.
A las 18:50, una chispa provocó la explosión, y el fuego arrasó el campo de alfalfa consumiendo a los que estaban cerca.
Un año después, el gobierno federal anuncia la construcción de un memorial a las víctimas de Tlahuelilpan, y ejerce millones de pesos en atender a la población afectada.
En su visita al municipio el sábado pasado, la subsecretaria Diana Álvarez dijo que en la base de tragedias como ésta se encuentran los problemas estructurales de México, como la corrupción, la impunidad, la desigualdad, la falta de oportunidades y el abandono de estas comunidades excluidas del desarrollo por parte de los gobiernos.
Al cumplirse un año de los hechos, el presidente pidió no juzgar ni estigmatizar a quienes murieron robando gasolina.
Tiene razón cuando dice que es necesario verlos en su circunstancia, la circunstancia de Tlahuelilpan, que es la de muchos pueblos de Hidalgo, Puebla, Michoacán, Veracruz, Guanajuato, Estado de México: pobreza, bajos niveles educativos y el gobierno ejercido por esa mafia a la que la periodista Ana Lilia Pérez bautizó como “los señores del huachicol”.
Suena absurdo pensar que, después de semejante drama, la gente siguiera picando los ductos y trabajando para los cárteles del huachicol; sin embargo, las cifras de Pemex indican que en Hidalgo aumentaron en un 102.9 por ciento las tomas clandestinas después de la tragedia.
Parece inaudito, pero de las 11 mil 416 tomas detectadas por Pemex entre enero y octubre de 2019 en todo el país, 3 mil 493 puntos se localizan en Hidalgo.
En esas circunstancias, Tlahuelilpan y otros 83 ayuntamientos de Hidalgo irán a elecciones municipales el próximo 7 de junio. Serán campañas y comicios marcados por esta tragedia.
Si se quiere cambiar, habría que evitar que la mafia hidalguense del huachicol penetre a los partidos y ponga en la boleta a quienes les garantizan la complicidad necesaria para seguir desarrollando su “industria”.
Ojalá que los 13 mil ciudadanos registrados en el padrón electoral de Tlahuelilpan encontraran en los comicios la posibilidad de liberarse, recuperar su agricultura y revivir el sueño de convertirse en un sitio turístico.
Sólo así, y no con memoriales ni becas, Tlahuelilpan y sus pobladores podrían cambiar de circunstancia.
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