Cables, la vieja batería, un micrófono prestado, un amplificador en el piso de la vieja habitación: en su retorno a Hermosillo para pasar las vacaciones con su familia, el baterista convirtió el cuarto de la infancia en un pequeño e improvisado estudio de grabación.
Julián Pardo Valdéz, de 24 años, volvió a la capital, brevemente, después de recorrer Estados Unidos para estudiar música. De Hermosillo a Boston y Nueva York, el joven baterista de jazz ahora está en proceso de producción de su primer material discográfico.
La cama está tendida con una cobija de Winnie Pooh y un retrato con pequeñas fotos de su rostro de niño cuelga de la pared sobre el lugar de descanso. Al lado, Julián golpea la batería con virtuosismo mientras sonríe y gesticula apasionado.
“Mi papá o mi mamá, no sé quién cometió ese error”, ríe y cuenta sobre aquella navidad, hace trece años, en la que apareció el instrumento.
“Pero ahí estaba una cajota… no pedí la batería, no me lo esperaba para nada, pero me llegó y eso fue”.
Julián se recuerda bien en la pubertad: era inquieto, ansioso y todo el tiempo estaba armando cajas para hacerlas sonar o golpeando sus propias piernas y los mesabancos de la escuela con las palmas de las manos.
“Me corrían del salón porque estaba así, atrás, entonces me dieron la batería y yo juraba que iba a llegar a armarla y que iba a poder tocar así nomás”, y Julián truena los dedos, “pero no salió nada, me trabé; resulta que necesitas trece años para apenas empezar a sentir que puedes”.
Parte de su proceso de descubrimiento fue que después tuvo la compañía de Rodrigo Wahnnatah y Juanfra Martínez, dos maestros de batería hermosillenses que le enseñaron los primeros beats y métodos, pero, antes que nadie, estuvieron ahí los hermanos Lugo, un par de amigos que también acabaron por hacerse músicos y con los que Julián ahora está trabajando algunos proyectos musicales en la capital.
“Hay una bola de unos 15 jóvenes más o menos de mi camada, que les interesó mucho el jazz y, con internet, ya tenemos más acceso a poder aprender esto si queremos, con esa raza me junto mucho acá; son los que tocan en el Parque La Ruina y que integran el Hermosillo Jazz Collective”.
Lo más satisfactorio para los músicos además del proceso mismo de creación e interpretación, asegura, es poder tocar con los amigos.
“A quien le preguntes, si de por sí amamos tocar música, hacerlo con amigos, es lo mejor”, explicó Julián, “los amigos que tengo aquí, los hermanos Lugo, me ayudaron a abrir la primera batería, vimos la caja, la abrimos y la armamos; entonces, tenemos historial, son mis hermanos y yo quiero hacer cuanta música pueda con ellos; lo vuelven más placentero”.
Residencia actual
Julián hoy vive en Brooklyn, Nueva York, pero antes estuvo en Boston, Massachusetts, para estudiar en Berklee College of Music, la escuela de música más grande y reconocida del mundo.
“Yo salí del closet con mi papá de que quería ser músico a los 14 años… después de un año de tocar batería dije no quiero hacer nada más; eso no es algo que quieres que te diga tu hijo”, ríe Julián.
Aún así sus padres lo apoyaron y buscaron opciones.
“Mis papás dijeron, si quieres ser músico, vamos a encontrar donde te puedas formar mejor y, viendo opciones, Berklee fue un nombre que resonó mucho y lo decidimos: va a ser Berklee, cueste lo que cueste. Y fue Berklee”.
Entonces visitó un par de veces la escuela para asistir a campamentos de verano, donde se topó con jóvenes talentosos en extremo. Y se intimidó.
“Tú ves a la raza en YouTube, a los ‘niños prodigio’ y todo”, narró el baterista, “eso es una cosa, pero otra es cuando llegas y son tus compañeros… entonces yo me asusté, pero también me entró la ansiedad y supe que no va a ser fácil, pero que yo quiero estar”.
Y la decisión fue practicar, dedicarle horas, sacrificar cosas para estar al nivel. Entonces regresó a Hermosillo para terminar la preparatoria -todavía con bastante ansiedad- y, ahora sí, poder irse para estudiar música en definitivo. Ya tenía 18 años.
Con el propósito de ayudar a sus padres a pagar sus estudios, Julián aprovechó su ciudadanía estadounidense -por haber nacido en Tucson, Arizona- y se unió al ejército de Estados Unidos, donde actualmente tiene un contrato hasta 2021 para tocar en la 319º Banda del Ejército, en Fort Totten, Nueva York.
“Toco una vez al mes, nos juntamos, tenemos una base y somos la banda que representa a la costa noroeste de los Estados Unidos, tocamos en diferentes eventos militares, a veces viajamos… el entrenamiento fue lo que más me gustó, haces el ‘bootcamp’ que hacen todos los soldados, como si fuera de combate, pero luego te ponen en una escuela especializada para músicos del ejército.
Yo tenía 19 años cuando fui y me ayudó a muchas cosas”, detalló el músico, “el concepto de disciplina, veo qué tan importante puede ser: la mentalidad militar junto con lo creativo de un músico, me parece que es una buena combinación”.
Haber nacido en Estados Unidos, para Julián es un “regalo de la vida”, porque, como joven que decidió migrar, la ciudadanía le ha permitido desarrollarse en ese país sin problema, a diferencia de otros compañeros muy talentosos que han llegado de otras partes del mundo y que, injustamente, fueron expulsados del territorio.
Sin embargo, aún con su origen estadounidense, Julián creció en Hermosillo y es la ciudad que ama y a la que está orgulloso de poner en alto en el extranjero.
“Yo proclamo que soy de ‘la H’ porque es la ciudad que me crió y no tengo recuerdos de otras ciudades”, dijo Julián, “para mí, representar a Hermosillo es lo máximo; a mí lo que más me encanta es hacer que los músicos famosos, mis maestros, digan la palabra Hermosillo… y lo van a seguir diciendo. Yo siempre voy a decir en voz alta de dónde soy”.
Desafortunadamente -en parte- su estancia en Berklee concluyó en 2018 y no de la forma que él hubiera deseado, porque, por falta de créditos en materias de tronco común, Julián fue dado de baja de la escuela, a pesar de su insistencia al comité de inscripciones y el esfuerzo que este órgano le solicitó para recuperarse.
“Repuse las materias”, aseguró Julián, “me pidieron ir a una escuela pública para hacerlo y, cuando volví con las calificaciones, de cualquier forma, me dijeron que ya no se podía”.
El término de su relación con la academia para él no fue “el fin del mundo”, por lo que tomó la decisión de moverse: unos amigos suyos -músicos también- tenían el plan de irse a Nueva York. Y los siguió.
Allá es integrante de una banda de punk-hardcore y de distintas agrupaciones de jazz, pero también está trabajando en su primer disco donde él se está encargando de absolutamente cada detalle.
“A mí me quedan muy claras las cosas de lo que quiero en la música y, por eso, me queda la responsabilidad de crear mi visión, de involucrarme en todos los instrumentos, de tener el concepto de cómo quiero que sea el mix, la producción, los arreglos, por todas las partes de la música; me emociona mucho porque hay mucho por aprender, pero ya lo estoy haciedo”.
Estar en Nueva York le ha ampliado mucho más al panorama, pues hay escenas para todo tipo de música y todo eso le ha resultado un cúmulo de información interesantísima para procesar y aprender.
“Tiene eso que muy pocas ciudades tienen”, explicó Julián, “como tú te quieras desenvolver hay oportunidades para ti, es cuestión de que quieras, de que tengas la voluntad”.
No hay plan de volver a Sonora, porque en Nueva York encontró lo que necesitaba y su momento, por lo pronto, es allá.
“No puedo decir qué va a pasar en 20 o 30 años, pero, ahorita, me toca andar de aventurero y quiero andar por allá y eso es; Nueva York me gusta mucho ahorita, es donde siempre he querido estar y resultó ser lo que pensé.
Hay mucha actividad para una persona como yo y me encanta eso, el hacer miles de cosas todos los días, conocer músicos increíbles, aprender de todo, todas las artes, todas las escenas están ahí, entonces, no veo por qué irme si no tengo que hacerlo”.
Julián está convencido de que hay que quitarse las dudas y los miedos para lograr las cosas y hoy que ha avanzado y que pretende dar un paso más en 2020 con la presentación de su primer disco bajo la firma de Don Pardo, su nombre artístico, está seguro de que está en el camino correcto.
“Cuando llegué a Nueva York me di cuenta de que hay demasiados músicos buenos y yo no soy necesario, no necesitan otro baterista jazz, de verdad, no lo necesitan”, reflexionó.
“Ahorita, ya con un poco más de madurez, veo lo bueno: no necesitan otro baterista jazz, pero, entonces, ¿qué puedo aportar yo? Y empecé a escarbar en mi propio interior, a buscar lo esencial, qué es el Julián Pardo que tiene algo digno para compartir”.
Y concluyó: “No quiero ser nada más un buen baterista jazz, no quiero ser nada más alguien que pueda tocar bien la tradición y sonar como los grandes; quiero saber cuál es el mensaje que nada más yo puedo dar. Y eso estamos haciendo, escarbando”.
Bien por Julián, por su tesón, por su impulsiva y talentosa juventud. Dios lo guarde y logre todas las metas que él se proponga, cosechando muchos éxitos.. Situación que no dudamos la lleve a cabo, con las experiencias que ha tenido desde su corta edad, pues ha adquirido prematuramente mucha madurez.
Felicidades Julián!
Tu abuelo, y toda la familia Valdez..