
Elegir una carrera nunca había sido tan complejo. Entre la vocación personal y la necesidad de asegurar empleabilidad, miles de jóvenes enfrentan un dilema que define su futuro. El problema es que México sigue formando profesionistas para un mundo que ya no existe. Según el IMCO, 46% de la matrícula universitaria se concentra en diez carreras tradicionales —como Derecho o Administración—, con bajo atractivo para empleadores y menores ingresos esperados. De mantenerse la tendencia, el país graduará 28.7 millones de profesionistas en áreas de baja demanda hacia 2050, mientras faltarán más de 300 mil técnicos en sectores estratégicos.
Este rezago es especialmente crítico para estados con una plataforma industrial sólida, como Sonora, cuya economía depende crecientemente de cadenas globales en automotriz, aeroespacial, metalmecánico, minería y biotecnología. La directora del IMCO, Valeria Moy, lo resume con claridad: el mercado laboral ya no pide títulos, pide habilidades, y la educación técnica —actualizada, flexible y vinculada con la industria— ofrece empleos mejor pagados y de rápida inserción, pese al estigma que aún arrastra.
Las cifras lo confirman: mientras la demanda global avanza hacia ciberseguridad, manufactura avanzada, bioprocesos, mantenimiento predictivo, programación y data science, México sigue produciendo abogados y administradores en exceso. Solo 8% de los egresados proviene de Ciencias Exactas o Computación, justo donde está el crecimiento del empleo. Esta desconexión tiene un costo elevado: limita la competitividad nacional y frena la llegada de inversiones que requieren talento técnico especializado.
Para revertir esta brecha es indispensable pensar la educación no desde las aulas, sino desde los ecosistemas donde confluyen industria, escuelas y comunidad. Sonora tiene la ventaja de contar con polos de desarrollo muy definidos que permiten crear agendas de formación por región. En San Luis Río Colorado, por ejemplo, la creciente interacción con el clúster industrial Tijuana–Mexicali abre la puerta a programas técnicos en manufactura avanzada, logística transfronteriza y mantenimiento especializado. Lo mismo ocurre en Nogales, donde la vinculación natural con Arizona puede potenciar programas binacionales en electrónica, semiconductores y cadena de suministro.
En el corredor Sierra–Norte, Agua Prieta y Cananea pueden consolidarse como una plataforma de proveeduría minera de alto valor agregado, impulsando formación dual en metalmecánica, automatización y gestión de procesos extractivos. Mientras tanto, el eje Hermosillo–Guaymas ofrece una oportunidad extraordinaria para articular talento en automotriz, aeroespacial y eléctrico-electrónico, con programas orientados a electromovilidad, diseño industrial y ensamble de alta precisión. Finalmente, Cajeme–Navojoa puede convertirse en un referente nacional de agroindustria, manufactura eléctrica-electrónica y tecnologías de la información, articulando formación técnica con la vocación agrícola y el desarrollo creciente de la economía digital.
Pero Sonora tiene además una ventaja estratégica: ya cuenta con industrias que pueden convertirse en anclas educativas. Si el estado apuesta por una estrategia de formación alineada con sus vocaciones productivas —desde técnicos en electromovilidad hasta especialistas en ensamble aeroespacial o biotecnología aplicada— puede construir un ecosistema de talento que coloque a la región en la primera línea de competitividad del país durante las próximas dos décadas.
Los próximos 20 años serán decisivos. La transición verde, la inteligencia artificial, la descarbonización industrial y el nearshoring están redefiniendo qué sabe hacer el trabajador competitivo. Por eso urge romper el falso dilema entre “estudiar lo que te gusta” y “estudiar lo que da trabajo”: ambas cosas pueden coexistir si existe información clara, orientación vocacional basada en evidencia y una oferta técnica que deje de verse como una opción de segunda.
Sonora tiene todo para lograrlo. Lo que sigue es articular una política estatal —sector público, empresas y sistema educativo— que forme el talento que sus industrias ya necesitan. El mayor acto de responsabilidad con la juventud sonorense no es decirles qué estudiar, sino ofrecerles oportunidades reales para construir el futuro que merecen.
Moisés Gómez Reyna, economista y maestro en Derecho Constitucional


