Hay frases que parecen inocentes, pero encierran formas muy sutiles de violencia cotidiana. Una de ellas —quizá la más común en los pasillos corporativos— es “no te lo tomes personal“. Se pronuncia con ligereza, como un consejo zen o un recordatorio de madurez emocional, pero casi siempre llega después de una frase que sí fue personal. Y ese es el problema.
En los espacios laborales, esta expresión se ha convertido en una licencia para decir lo que sea sin medir el impacto. “No te lo tomes personal” aparece justo después de comentarios hirientes, evaluaciones mal formuladas o bromas con doble filo. Es la bandita emocional de quién no quiere hacerse responsable de lo que dice. Y aunque la intención parezca “neutralizar” la carga emocional, en realidad invalida la experiencia del otro y promueve una cultura de desconexión.
Desde la neurobiología sabemos que las palabras no son neutras. Cada interacción activa en el cerebro circuitos de amenaza o seguridad. Un comentario despectivo —aunque se disimule con un “no te lo tomes personal”— puede detonar la misma respuesta fisiológica que un peligro físico: El sistema nervioso simpático se activa, aumenta el cortisol y el cuerpo entra en modo defensa. Es decir, la persona se protege y se cierra. Exactamente lo contrario de lo que se necesita en una conversación de negociación, lluvia de ideas o retroalimentación.
Un estudio del Journal of Applied Psychology en 2022 reveló que el 63% de los empleados considera que la manera en que se les comunica un mensaje influye más que el mensaje mismo en su nivel de confianza hacia su líder. Así mismo, otro informe del Workplace Bullying Institute encontró que el 46% de las personas que abandonan su empleo lo hacen por conflictos mal gestionados o por comunicación agresiva, muchas veces disfrazada de “honestidad directa”.
Cuando alguien dice “no te lo tomes personal“, lo que realmente comunica es: “No quiero responsabilizarme por el impacto de mis palabras“. Y con eso, elimina la posibilidad de diálogo. En un entorno que aspira a la inteligencia emocional, no se trata de suprimir la franqueza, sino de asumir la responsabilidad emocional de lo que decimos y cómo lo decimos. Porque la madurez no está en endurecerse ante el comentario del otro, sino en comunicarse con respeto, empatía y conciencia del impacto que generamos.
En términos de liderazgo, esto cambia todo. Un líder que usa la frase “no te lo tomes personal” evita el trabajo emocional de formular bien su intervención; mientras que uno verdaderamente asertivo piensa antes de hablar, busca el momento adecuado, regula su tono y usa el lenguaje como herramienta de conexión, no de defensa. En neurociencia, eso se llama coherencia relacional: La capacidad de generar seguridad emocional a través del lenguaje. Sin seguridad, no hay confianza y sin confianza, no hay equipo.
Por eso, quizás es hora de eliminar esa frase del vocabulario corporativo y reemplazarla por expresiones más responsables, humanas y profesionales, como:
- Mi intención no es incomodarte, quiero que podamos entendernos mejor.
- Esto puede ser difícil de escuchar, pero lo comparto con respeto y con el objetivo de mejorar juntos.
- Lo que voy a decir puede ser incomodo, así que lo diré con mucha claridad y respeto.
- Permíteme explicarlo de otra manera.
- Valoro nuestra relación laboral, por eso quiero hablarlo de forma abierta y empática.
Frases que no anulan la emoción, sino que la reconocen. Que no niegan la humanidad del otro, sino que la integran como parte de la conversación.
Porque lo personal, en realidad, es lo que hace posible lo profesional. La empatía, la escucha y la autoconciencia no debilitan la gestión, la fortalecen. La asertividad no es decir “no te lo tomes personal”, sino decir “quiero comunicar esto de la mejor forma posible”. Y prepararte y esforzarte para ello.
Y quizás esa sea la lección más urgente en los lugares de trabajo: No se trata de endurecernos para sobrevivir, sino de aprender a hablar para construir.



