Lo que escribí en mis letras anteriores sobre la epigénesis creó desazón en algunos de mis lectores quizá porque versó sobre los orígenes de nuestra especie, un tema difícil y controversial. Pero, cómo no va a crear controversia cuando la humanidad a través, no de siglos, sino de milenios ha venido oyendo el relato cuando Dios creó el universo y antes de descansar, hizo una figura de barro a su imagen y semejanza, enseguida, sopló su aliento en la nariz, y le dio Vida: Según la Teoría Creacionista, este es el origen de la especie humana. Luego, en el siglo IV de nuestra era, San Agustín recoge la antropología de Platón que asentaba que el cuerpo humano estaba compuesto de dos entidades distintas: el cuerpo y el alma, siendo esta última, inmortal. Estas cosmogénesis y antropogénesis judía-greco-cristiana el día de hoy siguen teniendo una marcada actualidad. Ante esta contundencia, salgo yo con que somos una biología genética inteligente: en donde la totalidad de nuestro organismo con su psique (psique que abarca, la inteligencia, el alma y el espíritu), crea dos funciones distintas de una misma unidad funcional que es el cuerpo. Por ejemplo, en este momento usted quien me lee, no tiene fisuras entre su mente y sus ojos… Su cuerpo es una unidad funcional psicoorgánica.
Ahora, amable lector, lo invito a que me acompañe a hacer un viaje al remoto pasado, pero antes recogeremos a unos invitados ilustres para que contrasten sus conocimientos con unas personas quienes ya nos esperan. Pasaremos primero por, G, Lemaitre (sacerdote católico), autor de la Teoría del Big Bang. Luego iremos por Charles Darwin, autor de la Teoría de la Evolución de las Especies y por último pasaremos por, Rosalind Franklin, la descubridora de la estructura del ADN.
El viaje se nos está haciendo corto cuando pronto encontramos el aviso: “Aquí empieza d.C.” (después de Cristo), cruzamos la frontera y ya estamos del lado: “a.C.” Nos adentramos en sus profundidades y después de recorrer milenios a la inversa, de pronto nos topamos con unos pastores y unos escribanos, quienes nos esperan, cuando están escribiendo por primera vez sus mitos de origen (antes los venían traspasando oralmente de generación a generación) pero ahora estaban quedando escritos en el Génesis. Nuestros tres invitados escuchan en silencio la historia de la Creación del Universo y el origen de Adán. En esto estábamos, cuando el mayor de los escribanos le pide a G, Lemaitre le explique la teoría del Big Bang. El anciano después de escucharla responde, “Se asemeja a nuestra teoría de la Creación, solo que no coincidimos en el tiempo, porque yo no sé qué significan millones de años, cuando nosotros le pusimos días, pero me pregunto, sí un día será eso que dicen que es: “”desde que sale el sol y hasta que se mete””, tampoco sé si el tiempo pasa, o si somos nosotros los que pasamos”.
Todos nos quedamos pensando sobre si existe el tiempo o nosotros somos los temporeos.
Enseguida el anciano le pide a Darwin le explique sobre cómo es que de un ser vivo unicelular apareció la especie humana. Darwin empieza a relatar sus observaciones que hizo en sus viajes. Después toma el tema de la vida de los seres unicelulares, de sus mutaciones y adaptación al medio, desde donde fueron apareciendo vidas policelulares… La vida, se va a ir complejizado en su propia defensa… luego se fue definiendo la vida vegetal… los hongos… la vida sensitiva propia del reino animal… hasta llegar a los grandes primates; esto fue sucediendo a través de miles de millones de años. Aquí, el anciano se mece la barba, y dubitativo pregunta: “¿Pero cómo apareció el hombre?”. Darwin se apoyará en la Teoría de campos para responder (el cuerpo, es el campo, en donde sus partes se irán modificando entre si): “Este pasar de la homidización a la humanización fue un proceso largo que duró alrededor de 7 millones de años, en los cuales los homínidos fueron evolucionando, restructurando su cuerpo. ¿Cuál fue la primera modificación que tuvieron aquellos ancestros nuestros? No lo sé. Vamos suponiendo que fue el ir sabiendo ponerse erguido, y en este ir sabiendo, su cerebro fue conectando más neuronas; la posición erguida a su vez. modifico su columna vertebral, sus piernas se alargaron, aprendió a caminar, sus extremidades inferiores se fueron alargan. A su vez sus genes se fueron modificando, su cráneo se fue esferizando, su cerebro fue aumentando de volumen, y en este transcurrir fue aprendiendo a repetir sonidos y su laringe empezó a “tener cuerdas de guitarrón y de violín –el viejo ríe a carcajadas-, con sus manos ya libres empezó a mani-pular materiales en “un ir sabiendo hacer” según sus necesidades; y cuando algo le placía, o le causaba dolor, fue sabiendo sobre lo bueno y lo malo. En este largo y difícil proceso fue temiendo conciencia de lo otro como otro distinta a él. Por los fenómenos portentosos que le impactaban y por no tener explicación de aquello, apareció el misterio y empezó a adorar: al rayo, al sol, a la luna, etc. El gran descubrimiento sucedió cuándo se dio cuenta que ¡pensaba!. Entonces hubo una gran revolución del pensamiento: sabía, ya, que podía modificar, transformar, el medio y no solo adaptarse a él, como el resto de la animalidad. Las migraciones, de aquellos ¡ya humanos!, agarraron rumbo para todos lados, porque podían, repito, modificar el medio para poder vivir en el frío, en el calor, en la humedad, en el desierto y más. El medio ambiente les sigue siendo fuente de inspiración, o reto y los distintos grupos en su caminar van haciendo sus historias con su propias tradiciones y costumbres, ahí se van diferenciando los distintos pueblos, que muestran diferentes <altura de los tiempos>. Compare noble señor -le inquiere Darwin al anciano-, a su pueblo, con los vikingos, o con los mayas, o con los bantúes, etc. y se dará cuenta de que, aunque estén viviendo en la misma época, cada pueblo tiene diferente altura de los tiempos (aquí a Darwin le cruza por la mente -como si fuera un visor de futuros- a los migrantes, a los perenes hitleres de razas puras, las amenazas, los fentanilos, los aranceles, pero mejor concluye). Esto es lo que le puedo decir de cómo -según mi teoría- los humanos hemos estado viniendo desde aquellos seres unicelulares”.
El patriarca nos repasa con la mirada y mira con recelo a Rosalind y le pregunta “¿Usted señorita qué teoría trae?” “Señor yo no traigo ninguna teoría” – responde con seguridad Rosalind, “le deseo expresar una realidad, seré breve, para decirle que usted y yo, y todos los aquí presentes (Rosalind, en este momento se palpa el cuerpo para ser más enfática) en el interior de cada una de nuestras células tenemos un código genético que habla de nuestra herencia, cierto de los rasgos familiares, pero también contiene el informe de nuestros ancestros, de nuestro origen; en él, encontramos si hubo o no apareamientos entre aquellos migrantes y, algo más: nuestra marca genética, trae también algo digno de respeto: compartimos información de parentela, obvio con los simios, pero también con los vegetales y con las bacterias (esas vidas unicelulares a las que se refería nuestro colega Darwin).
En este momento interrumpe. el anciano. “No me diga más. Pero. Todo esto es obra de Yahvé” -el anciano se pregunta y responde a sí mismo- -“¡¿verdad?!” y continua: “Qué pena que ya está escrito el Génesis. Si no, le habríamos hecho algunas modificaciones. Sólo me quedaría hacerles una pregunta: Díganme por favor ¿en dónde y cómo empezó la vida sobre la tierra?
Todos guardamos silencio. Era la hora de la despedida.
“Cuándo tengan la respuesta, por favor vuelvan a visitarme” El viejo nos despide.
Y a Usted quien me acompañó por este viaje ficticio, deseo agradecer su cansancio y la opinión al respecto, es sólo suya.
