En los últimos minutos de su mandato, Biden concedió una serie de indultos estratégicos. Entre los beneficiados estuvieron su propio hijo, familiares y aliados políticos, además de figuras clave como Anthony Fauci y los miembros del comité que investigó el asalto al Capitolio. Según el comunicado oficial, el motivo era evitar “procesamientos injustificados”. Pero, en realidad, fue una última jugada en una contienda política que no terminó con su retiro. Como él mismo y Kamala Harris mencionaron: “Concedieron y se retiraron de la contienda, pero no de la pelea”.
Pero ¿qué mensaje envió Trump en su regreso? Desde el Capital One Arena en Washington, se dirigió a una multitud que lo vitoreaba, prometiendo actuar con rapidez para detener lo que llamó una “invasión” de migrantes, impulsar la producción petrolera y bloquear las ideologías de izquierda. Como si la historia no le hubiera enseñado nada, declaró que el problema migratorio se resolvería en cuestión de horas y que todos los llamados “intrusos fronterizos ilegales” serían expulsados.
Su plan de acción es una mezcla de nacionalismo extremo y justicia selectiva:
- Declarar estado de emergencia en la frontera con México.
- Designar a los cárteles del narcotráfico como organizaciones terroristas.
- Restablecer el programa “Quédate en México”.
- Eliminar programas de diversidad en la administración federal.
- Levantar las restricciones a la explotación petrolera.
- Y lo más simbólico: indultar a quienes asaltaron el Capitolio el 6 de enero de 2021.
Por lo que no sorprende entonces que, en este clima de soberbia política, una voz se haya levantado con valentía. La arzobispa de Washington, Marian Edgar Budde, confrontó a Trump y su círculo de poder. Esta vez, fue una mujer quien se atrevió a golpear la mesa.
La regañada de la representante de la Iglesia no solo fue una denuncia religiosa, sino una acusación frontal a la conciencia de Trump. Porque si bien él nunca ha asumido responsabilidad por el asalto al Capitolio, el fantasma de ese día lo persigue.
Estamos en una nueva era que, en muchos aspectos, se asemeja a un holocausto silencioso. No es un exterminio físico, pero sí psicológico y social. Hay personas que viven con miedo, se sienten perseguidas, se esconden donde no puedan ser encontradas y esperan aterradas el día en que sean descubiertas. Migrantes, minorías, disidentes políticos… todos están en la mira de un gobierno que ha dejado claro que la fuerza es su único lenguaje.
Trump no ha perdido tiempo en desplegar fuerzas excesivas en la frontera sur. Pero la pregunta es: ¿a quién realmente quiere detener? Porque si bien el discurso habla de migrantes y cárteles, la magnitud de la ofensiva sugiere que hay algo más.
Habrá que mirar detrás del telón. Quizá sea momento de recurrir al viejo principio periodístico: “Follow the money”. ¿Quién está financiando esta maquinaria? ¿Qué intereses hay detrás de esta demostración de fuerza? Y, sobre todo: ¿quiénes son los que, en secreto, sí tendrán paso libre y desde dónde?
La tregua del 3 de febrero
Por lo pronto, esta semana inicia con una pausa tras el decreto sobre los aranceles de importaciones desde México y Canadá a Estados Unidos.
La prueba de fuego será para quien domine el arte de la estrategia. Por ahora, la tregua es solamente eso: un respiro en medio del caos. Pero en este nuevo holocausto, donde las palabras son armas y los indultos son escudos, lo único seguro es que la batalla está lejos de terminar.
En resumen, queda claro que Biden usó los indultos para proteger “su campamento”, y Trump lo hizo con los insurrectos para blanquear su conciencia. Lo QUE SIGUE es averiguar qué tanta le queda. Hay que seguir atentos.