En la adolescencia descubrí que era distinto. El periodo confuso por excelencia de la vida me definió como alguien ridículo. Mi autopercepción no ha cambiado. La ridiculez ha estado presente en mi tormentosa, pero rica experiencia. Al igual que el descomunal Diógenes de Sinope, me identifico con un perro callejero porque como cuenta la leyenda, el padre del cinismo dijo: “alabo a los que me dan, ladro a los que no me dan y a los malos muerdo”.
Me percibo como un perro que recorre en cuatro patas y con intensidad las calles, a veces para huir de amenazas, otras, me dirijo hacia un refugio provisional, pero, ante todo, corro incansablemente en búsqueda de sentido. Sin una dirección fija, con un entusiasmo desmedido y los sentidos despiertos, recorro vagamente diversos ámbitos de la existencia.
Mi mente inquieta divaga en banalidades y profundidades que pocos se cuestionan; nunca he permanecido en un hogar fijo, a mis 26 años me he mudado de morada en 12 ocasiones. Mis campos profesionales han sido tan distintos que cuando me preguntan a qué me dedico he optado por responder al estilo de Sorrentino: “a deleitarme con la belleza de las letras, del cine y de las mujeres”; profesor, periodista, empresario, político, cineasta frustrado y pseudoescritor, en ninguna de esas profesiones he sobresalido. Mis principios también han fluido entre diversos pensadores y corrientes ideológicas: del tomismo al nihilismo, del nihilismo al hegelianismo, del marxismo al liberalismo y últimamente he optado por coquetear con el cinismo. La música es otra muestra de mi adaptabilidad, desde Bob Dylan hasta Bad Bunny, escucho, disfruto y analizo de todo. Mi errante corazón se ha enamorado de todo tipo de mujeres con una escala de valores heterogénea, sin discriminación alguna, como buen alma melancólica – la adictiva damisela– que tiende a la tragedia, el verdadero amor ha brillado por su ausencia. Lo único que ha permanecido en mí es el cambio y mi pasión por mis equipos deportivos, nunca traicionaría al Real Madrid que tantas glorias me ha dado.
No me arrepiento de mi condición perruna y callejera, al contrario, por ella he podido recorrer este frenesí observando la complejidad de la realidad. Me gusta inmiscuirme sin prejuicios en callejones estrechos y en amplias carreteras. La abundancia de experiencias me permite mantener el criterio despierto, los ojos abiertos y las emociones al límite. Entre más me adentro en las diferencias, comprendo mejor la misticidad de la vida. Con mi olfato desarrollado propio de un explorador nato, disfruto el proceso y el camino sin obsesionarme con la finalidad. Prefiero seguir corriendo en sendas luminosas o calles tenebrosas que mantenerme en la quietud y la ignorancia. Bajo la lluvia, entre cielos estrellados o a la puerta de una iglesia, me mantengo caminando, aunque parezca que no hay más lugar en el cual andar. Como buen perro callejero aprendí que todo terreno riesgoso tiene una salida, lo importante es seguir adelante. Creo que en ello radica lo hermoso de la existencia, siempre existirán nuevos paisajes que recorrer, diversas personas a las que ladrar , otras a las que ignorar y por supuesto algunas a las que alabar.
No cambiaría por nada el extenso y dinámico viaje que he recorrido, aunque no termine de encontrar el destino porque, a diferencia de la mayoría, tengo grandes historias que contar. Mi extenso kilometraje, me ha permitido ver la realidad con una amplitud que enriquece mi engrandecida y compleja alma canina y vaga. Conozco la miseria y al miserable, el sol y la oscuridad, la belleza y la fealdad, la bondad y la maldad, la ciudad y la provincia, el cielo y el infierno, pero, sobre todo, comprendo los matices que predominan en la realidad. Como buen can entre las calles: camino, ladro, muerdo, troto, corro y descanso observando el entorno que me rodea, experimentando el maltrato, encontrando la dadivosidad de quienes te ofrecen un rescate, escuchando los lamentos del sufrimiento, moviendo la cola de alegría, gimiendo de dolor en la desolación y temblando por los malos climas que se llegan a presentar.
Querido lector, si me preguntan por qué te ves como un perro callejero, la respuesta es: porque soy un espíritu libre, resistente, rebelde, adaptable, apacible, errático y vulnerable. Sin miedo a equivocarme puedo afirmar: me encanta ser así.