Por Pepe Suárez
La adicción es una enfermedad progresiva que al principio se presenta únicamente como algunos cuantos episodios de pérdida de control. Lamentablemente, las personas cercanas al adicto perciben estos episodios como casos aislados de intoxicación y no como un patrón de dependencia dañina. Al principio, muy pocas personas se verían a sí mismas dentro de un patrón dañino; en cambio, se ven a sí mismas como personas preocupadas que desean ayudar a alguien que les importa mucho.
Es posible que reciban el crédito y palabras de aliento por su “autosacrificio”, e incluso a medida que la situación empeora, es posible que se empiecen a sentir contentos con sus esfuerzos, con la esperanza de que crezca su propia autoestima. Por consiguiente, tratan de entender por qué la persona dependiente se intoxica y actúa de manera inapropiada.
El facilitador rara vez ve al adicto como alguien que no puede dejar de consumir, sino más bien como alguien que simplemente elige consumir para escapar de la presión y a quien “se le escapan de control un poco las cosas”.
Sin embargo, el hábito de consumir continúa, y muy probablemente las cosas empeoran para la familia. Como el facilitador no reconoce la presencia de la adicción, generalmente responde de dos maneras ante los episodios de intoxicación: Si bien considera que el comportamiento es poco usual, aun así, piensa que es normal.
Es posible que el facilitador piense que: “¿Quién no necesita liberar la presión de vez en cuando?” “Son vacaciones, ¿por qué no dejar que se libere tantito?” “Muchas personas se emborrachan en este tipo de fiesta”. “No pasó nada anoche. ¿Por qué preocuparse de la lámpara rota, la quemadura de cigarro, el accidente o el pleito? Solamente serviría para preocuparse”.
El comportamiento se excusa porque es visto como la consecuencia de otro problema. Es posible que el facilitador piense que:
- “Con esa tensión en el trabajo, cualquiera consumiría.”
- “Tan sólo está pasando por esa etapa en la vida.”
- “La culpa la tienen las personas que lo rodean.”
- “El problema se debe a la soledad, no saber cómo interactuar.”
- “Quizás sea mi culpa.
- No debí haber sido tan crítica con él.”
A menudo el facilitador piensa ya sea que no existe un problema con el alcohol/droga o que, si existe, éste desaparecerá cuando se resuelva el “verdadero” problema. De esta manera, el facilitador también se vuelve muy vulnerable ante los mismos y crecientes mecanismos de defensa y negación que atormentan al adicto. El proceso de racionalización de ambas personas favorece ahora la falta de comprensión de la naturaleza del problema. “Consume por presiones en el trabajo,” comenta el facilitador. “No estoy teniendo problemas en el trabajo a causa de la droga; estoy nervioso porque me exigen muchísimo, y las cosas en mi casa sólo empeoran todo,” opina el adicto.