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jueves, septiembre 19, 2024

Resistencia a los antimicrobianos

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No sé si el título sea el adecuado o, si mejor sería: LA PERCISTENCIA DE LOS MICRIBIOS. Mi dilema es porque se trata de la supervivencia de dos tipos de vidas; la de los microbios y las nuestras. Dos clases de vivientes que se necesitan para subsistir. Pero el conflicto de mi duda es cuando oímos la palabra “microbios”, donde a la mente se nos viene que son unos invasores a los que hay que eliminar. En ciertas circunstancias es una necesidad hacerlo. Pero si lo pensáramos un poco, nos daríamos cuenta que sin ellos, no podríamos existir. Es más, en nuestras células traemos la huella de su parentela. Saque usted sus conclusiones: Por allá en los primeros albores de la vida sobre la tierra, ya estaban los microbios con su vida unicelular, siendo el tronco del árbol genealógico de las siguientes generaciones de vidas multicelulares de las que nosotros descendemos, y hoy su parentela la podemos demostrar en las mitocondrias de nuestras células. Otros microbios se quedaron siendo como hoy los conocemos: unos expertos ¿salteadores o acompañantes? de cuanto ser vivo se cruza por su camino. De tal modo, cuando aparecimos en el escenario de la evolución, ya éramos su morada y su despensa.

Permítame ahora emplear una analogía, con una orquesta sinfónica, en donde los microbios son los que tocan los violines de la orquesta que interpreta “Se hace camino al andar” de Antonio Machado. Pero anoche, fueron agredidos los miembros de este sector, por lo que la sinfonía hoy es una hipofonía desentonada,   

Dejemos la analogía y vayamos ahora al ¡universo¡ de nuestro cuerpo que contiene más microbios que estrellas en una noche sin luna.

Le comento: El día en que nos parieron, ciertamente arribamos al mundo de nuestros padres, pero más cierto sería decir, que llegamos al mundo de los seres vivos, cuando en el canal vaginal de nuestra madre, deglutimos, aspiramos y nuestras pieles se sembraron de multitudes de virus, bacterias, hongos y quizá hasta de parásitos, los cuales, tal vez, ya venían siendo parte del patrimonio íntimo de nuestras familias, cuando mansamente se establecieron según su especialidad, unos en la piel, otros en las conjuntivas, o en la boca desde donde se escurriéndose hasta el ano, o en la garganta y tal vez, hasta se acomodaron en las profundidades pulmonares… no se diga, en los genitales. Ahí, estos migrantes fincaron su morada. Aquí me salta la pregunta: ¿este fincamiento lo hicieron en un terreno ajeno o se instalaron en una heredad compartida? No lo sé. Lo que sí se sabe, es que el sistema inmunológico del recién nacido con sus anticuerpos inmediatamente puso límites y freno, para negociar una alianza de beneficio para ambos caminantes. Desde entonces, esta multitud de microbiomas, han venido siendo nuestros protectores en contra de otros gérmenes terriblemente agresivos (las pseudomonas, las del cólera, los clostridios…) que también cargamos, pero están contenidos gracias a ellos; también nos defienden de algunos dañinos rayos solares; además, se ocupan y se habitúan a digerir la dieta que comúnmente consumimos (me viene a la mente las diarreas del viajero, o el malestar abdominal en los veganos cuando comen carne); al mismo tiempo, elaboran algunas vitaminas y más.

Pero, esta alianza se puede perder, cuando nuestros sistemas de defensa se deterioran, en especial por nuestra formar personal y/o social de vivir… Entonces, aquellos mansitos gérmenes se podrían convertir en feroces enemigos de nuestro bienestar, y no solo esto, en su alboroto dan la entrada a otros crueles oportunistas. Este quebranto a la salud, lo hemos venido sufriendo en historia de ayer y la que hacemos hoy, que nos hablan de las epidemias y pandemias por el vivir entre las inmundicias de las heces fecales e industriales, o las pestes en los campos de exterminio, o en las abarrotadas migraciones por placer o por hambre, o por los azotes de los dioses por Atila en Europa o en el Medio Oriente, o por los estreses intensos ocasionados por quienes “juegan a los dados” con la vida del planeta con sus crecientes amenazas de implosiones atómicas, o por las pandemias de obesos comedores de chatarras grasientas y azucaradas, o en la cadena  moderna laboral en donde están engarzadas las soledades de los jóvenes tentados por el suicidio,  los  echados a las calles del fentanilo, los rencorosos quienes hacen matazones de escolares y en <respectividad funcional> está el otro síntoma de la misma esclavitud: el ingrato negocio de otros suicidas que se matan carniceramente para satisfacer el mercado de la señora  soledad. Nuestros sistemas de defensa: psicológicos, inmunológicos y sociales se deterioran; El Bienestar de la Salud, se pierde.

Pero de esto no quiero hablar.  Mejor hablaré de mí: Allá cuando lejos, empecé a saber de la teoría de las enfermedades, ahí junto fui aprendiendo el saber práctico del ir siendo médico a través de lo que hacían los maestros y los compañeros maestros quienes iban junto, o delante de mí. De su imagen prescribir antibióticos a diestra y siniestra, en donde toda fiebre era igual a un bombazo ciego de antimicrobianos, era la rutina. En el camino, a los vendedores o promotores de ventas de las farmacéuticas se les llamaba “agentes de medicina”, pero ahora se les llama, “representantes médicos “. Hágame usted el favor, ahora los vendedores de medicamentos representan a la clase Médica. ¡Lo que hace la mercadotecnia! Ciertamente, estos vendedores han venido llevando a consultorios y hospitales las novedades terapéuticas de primer orden terapéutico.  Esto no tiene discusión. Pero ellos, en general son promotores de ventas de medicamentos. Voy al grano: La ampicilina, es un fabuloso antimicrobiano de amplio espectro que apareció a finales de la década de los cincuenta del siglo que pasó, en aquel entonces, servía para combatir infecciones bacterianas que en otros tiempos venían siendo mortales. “Fabuloso! Pero, por su promoción y prescripción indiscriminada, las bacterias se hicieron resistentes a su poder curativo. “Fiebre, igual a ampicilina”. La ampicilina, empezó a ser el producto farmacéutico más vendido en <el planeta> entero por más de medio siglo, hasta que se le emparejo la tableta azul.

Ciertamente, toda antibioticoterapia altera el equilibrio de aquella alianza. Pero cuando está justificada su prescripción, es el mal menor de riesgo calculado. Pero cuando no, su prescripción es un mal que atenta en contra de nuestro bienestar. Más claro: agrede a nuestra Salud.

Me pregunto ¿si a aquellas tantas personas a quienes prescribimos antibióticos por padecer cuadros diarreicos y al no ceder estos, entonces, administrábamos un antimicrobiano (absorbible o no) de mayor capacidad mortífera que diezmaban a nuestros aliados. El orden de los microbiomas se alteraba (las bacterias, los virus, los hogos, los parásitos y otros oportunistas competían por el espacio). Nuestro sistema inmunológico, con apuros enviaba a sus escuadrones inflamatorios defensivos en contra del atacante, pero ¿cuál era el atacante?). Y la diarrea de nuevo y el antibiótico igual … Hasta que un día nuestro sistema inmunológico, enloquece y…

Me vienen a la mente, los síndromes de mala absorción intestinal, la enfermedad de Crohn, los colitis membranosas, ulcerosas y… Me pregunto ¿si aquella persistente destrucción iatrogénica de nuestra ecología interna, tuvo (no sé, si siga teniendo) relación, con la aparición de estos y otros padeceres?

Sigo teniendo dudas sobre el título de estas letras.

José Rentería T. Septiembre del 2024

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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