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sábado, noviembre 23, 2024

Martes negro: el asalto al Senado

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La confianza rebosaba entre los simpatizantes de Morena y sus aliados. El plan para consolidar su proyecto de nación estaba en curso. Solo algún suceso mágico podía destruir su proyecto de nación. El martes 10 de septiembre sería un día largo, pero festivo para quienes presumen ser los únicos representantes legítimos del pueblo mexicano. Para culminar el designio de su líder, necesitaban voltear a algún opositor. La nación expectante especulaba: ¿quién será aquel que le dé la mayoría al partido en el poder? Las dudas generaban ansiedad entre los opositores, quienes semanas anteriores se habían encargado de reafirmar el voto en contra del oficialismo. Todos confirmaron, hasta que, la noche anterior a la asamblea, la desaparición de dos de ellos conmocionó a México; supuestamente, uno se encontraba privado de la libertad en su estado natal con su padre, y el otro era extorsionado por los pecados de su padre y de su hermano. La historia, querido lector, que estás por leer, está basada en hechos reales y será recordada y juzgada por la nación. Todos recordarán aquel martes en el que la realidad superó a la ficción para inaugurar una nueva época en México de partido hegemónico.

Para entender lo que realmente sucedió el martes negro en el Senado, tenemos que recurrir a lo que ocurrió semanas anteriores en la Cámara de Diputados. La aplastante mayoría del oficialismo hizo de las sesiones un simple trámite para lograr el capricho del caudillo. En una sede alterna, huyendo de los manifestantes, el polémico Ricardo Monreal operó de manera eficiente para completar el deseo del presidente. Con irregularidades y manifestaciones que impidieron la entrada a San Lázaro por parte de los legisladores, se instaló la sede alterna de forma improvisada en la Ciudad Deportiva Magdalena Mixhuca. Entre canchas de basquetbol e inmobiliario precario, a altas horas de la madrugada, con votos a mano alzada sin corroborar que los votantes eran diputados, la reforma más relevante en la historia reciente del país fue aprobada. Los operadores de Morena cumplieron su acometido y, para ganarle tiempo al tiempo, se encargaron de que la Cámara baja mandara inmediatamente la minuta aprobada a la alta. La intención era clara: realizar con prontitud la reforma.

Un impedimento existía para el partido en el poder; desde la instalación de la Cámara de Senadores, el 1 de septiembre, carecían de tres senadores para completar la mayoría calificada. Adán Augusto y otros operadores consiguieron cautivar a los dos senadores sin bancada del extinto PRD. Lo hicieron al estilo de la política mexicana, en donde la voluntad de nuestros representantes se mueve por premios, castigos, persecuciones, amenazas, puestos y billetazos; en pocas palabras, por intereses personales. Con esas flamantes incorporaciones, solo un voto los distanciaba de realizar el mandato presidencial. Ese voto lo captarían el mismo día que se aprobó la reforma y no sería del PRI; lo encontrarían en el partido opositor con mayor legado, el PAN. Acción Nacional sacó al PRI de Los Pinos y sin quererlo le entregó el poder judicial a Morena.

A las 9:00 a.m. ingresé a la sede del Senado con la intención de analizar la estrategia y el discurso que dictaría “mi Senador”. La entrada estaba rodeada de manifestantes con megáfonos que coreaban porras a favor o en contra de la Reforma. Sobre Madrid, parte de Reforma e Insurgentes, se encontraban los integrantes del poder judicial con entusiasmo, ondeando las banderas de México. Algún pillo cargaba un cartel preguntando por el paradero de Miguel Ángel Yunes, el senador desaparecido de quien el periodista Ricardo Raphael adelantó que sería el traidor. Judas traicionaría sus ideales y los de su partido a cambio de impunidad completa para una de las familias más acaudaladas de Veracruz. Por la calle París, una pequeña cantidad de personas con máscaras de cerdos y togas se manifestaban en favor de la Reforma. En mi ingreso al Senado, uno de ellos me dijo: “Bola de huevones, nunca hacen nada y ahora se quejan porque se los quieren cargar, ¡que chinguen a su madre!, ahora nos toca a nosotros juzgarlos”. Le sonreí y entré a trabajar.

El ambiente dentro de ese laberinto inaugurado en 2011 se notaba tenso. Noté más prensa de la habitual y un mayor movimiento. Desde que me levanté, dimensioné los hechos que viviría. Hice mi recorrido habitual a la oficina, emocionado y nervioso. Mi posicionamiento sobre la reforma no es tan radical como el de la mayoría de la oposición; el diseño no me parece tan deleznable como predican algunos, aunque sí es imperfecto y ocurrente como la mayoría de lo que hace este gobierno. Mi verdadera preocupación se encuentra en que los aspirantes a candidatos serán electos por los poderes de la unión y Morena los controla a todos. En pocas palabras, el oficialismo ha alcanzado la joya de la corona para evitar cualquier contrapeso, el poder judicial. Esa postura ideológica se reflejaba en mi estado de ánimo.

En la oficina, me senté en el escritorio para repasar el orden del día. Revisé la gaceta del Senado y preparé cualquier documento que intuía útil para mi jefe. Es difícil seguir el ritmo de la Mesa Directiva y de la Junta de Coordinación Política que rigen esta legislatura; cambian con velocidad el orden del día y los citatorios para las sesiones.

Minutos antes de iniciar la sesión en el pleno, el misterio y los rumores corrían por los pasillos: Yunes era el traidor. Lo que no esperábamos era la noticia de que el padre del senador de Movimiento Ciudadano (MC), Daniel Barreda, estaba detenido en Campeche, y él no estaba en el recinto.

La sesión inició con una intervención inmediata en la tribuna por parte de Clemente Castañeda, coordinador de MC, en la que aseguró que Barreda también había sido privado de la libertad; acusó a Sansores, gobernadora de Morena, de esa acción vil. Mantuvo la narrativa de que el oficialismo extorsionó y presionó a muchos senadores opositores para obtener el voto faltante. Noroña y Adán Augusto desmintieron la información, asegurando que se habían comunicado con la fiscalía de Campeche y con el senador Barreda.

Los medios de comunicación confundían más a los presentes sobre la situación de Barreda. Mis pensamientos confusos y mi habilidad crítica me hacían dudar de todo. El senador se ausentó y nunca se supo con certeza qué había sucedido con él. Su ausencia le daba a Morena la mayoría, aunque no lo necesitaban porque los Yunes ya habían pactado.

La sesión siguió con tensión hasta que apareció la petición para que Yunes Márquez tomara licencia y su padre, el polémico Yunes Linares, su suplente, protestara como senador. Marko Cortés, uno de los responsables de la debacle del PAN, pasó a la tribuna para atacar al candidato que él mismo propuso. Luego de que la votación le dejara tomar posesión al exgobernador de Veracruz, el ambiente cambió por completo. El suplente ingresó al pleno aplaudido y con abrazos de los legisladores oficialistas. Ni la Casa de los Famosos se imaginaba un final tan sorpresivo. Los opositores le abucheaban y lo acusaban de traidor. Cortés y Yunes Linares entraron en un intenso debate en la tribuna lleno de alusiones personales. La primera sesión cerró con una derrota para la oposición. Se convocó a una segunda sesión en hora y media.

Mis tripas rugían de hambre. Al salir del pleno, caminé por la plaza del federalismo y encontré a Yunes Linares en conferencia de prensa, acompañado del afamado Salgado Macedonio. Todo estaba mal en esos pactos. Dos mafiosos explicaban por qué la reforma debía pasar. En ese momento percibí lo indignante que es el juego de poder. Al estilo de Game of Thrones, en el capítulo de la Boda Roja, presencié cómo se unían diversas fuerzas para desaparecer a la oposición a través de la traición. En mi recorrido hacia el restaurante Cuchilleros, en la calle Madrid, mi inquieta razón reflexionó las consecuencias y la magnitud de lo que estaba por venir: las matemáticas le permitían al gobierno en el poder tener injerencia en la elección de jueces y magistrados.

En el Cuchillero comí de prisa para volver a la segunda sesión. Las intervenciones, con argumentos repetitivos que escuché desde el 8 de septiembre en las comisiones de puntos constitucionales y estudios legislativos, me aportaban poco para comprender a cabalidad lo que cambiaría en México. El drama de Barreda y de los Yunes seguía en boca de algunos. Con mi mente distraída, mi jefe me llamó para acompañarlo con un café, con la intención de discutir un poco sobre la reforma, la situación política y revisar por última vez su discurso. La calma de la conversación terminó cuando los agentes de Resguardo se movían con velocidad por el interior del recinto. Los gritos de los manifestantes se escuchaban con mayor resonancia.

Decidimos ingresar al Pleno, la multitud se acercaba cada vez más. En el interior, parecíamos a salvo; la sesión se desarrollaba con tranquilidad. Algunos senadores se acercaron a la Mesa Directiva para informarle a Noroña de la situación. El presidente aclaró que no había riesgos, aunque los golpes en la puerta se intensificaban. Los manifestantes lograron penetrar el palco y, con banderas de México, empezaron a gritar con coraje. Los senadores del oficialismo se resguardaron, y la sesión fue suspendida.

Un joven con camisa blanca gritaba con euforia y dirigía las porras. Las puertas del pleno eran golpeadas; los de Resguardo no podían hacer mucho, y con algo de violencia intentaron evitar que las tumbaran. Un hoyo en la puerta permitió a la turbamulta disparar un extintor y rociar a quienes les impedían entrar. Mi adicción por la adrenalina y mi tendencia al caos me hicieron admirar el hecho: estaba en el asalto a la tribuna del Senado de México. Me expuse para grabar con el celular y capturar aquel momento histórico. Mi visión del mundo está conflictuada; venero la solemnidad, pero me emociona la rebelión. El dualismo propio de quien aprecia la belleza y la sacralidad, pero disfruta la vulgaridad, se unía con intensidad. Experimenté alegría, euforia, asombro y un poco de miedo. Los senadores opositores, amantes del protagonismo y con tendencias narcisistas, aprovecharon la era de la digitalización para transmitir en vivo. Se vendían como luchadores sociales en sus redes. Algunos de la vieja escuela se subieron a las mesas de los escaños y corearon con los manifestantes su porra. Mi nula capacidad para generar espectáculo y mi mentalidad analítica me hacían observar todo con un solo objetivo: escribir esta crónica literaria.

Pasado el momento del asalto al Senado, nos informaron que la sesión vespertina se llevaría a cabo en la histórica sede del Senado, la antigua Casona de Xicoténcatl. Con el equipo del Senador, nos trasladamos a ese hermoso edificio del siglo XVII, construido por los jesuitas, que fue hospital para miles de mexicanos, extensión del ayuntamiento, y en 1931, sede del Senado. Las calles, excesivamente protegidas por policías, impedían el paso de muchos y retenían a los manifestantes. Los senadores se trasladaron con dificultades, y la sesión inició a las 19:00 horas; gran parte de los legisladores no habían llegado y arribaron cuando pudieron.

Lo que siguió en la sesión fue un simple trámite; en algún momento, algunos senadores opositores se subieron a la mesa directiva para dificultar su conclusión. Pasado el tiempo, las repetitivas intervenciones terminaron y la votación nominal se vivió con 86 votos a favor y 41 en contra; la reforma al poder judicial en lo general fue aprobada. La voz de Noroña ratificó el resultado. Todo estaba consumado. Barreda nunca apareció y nadie sabe realmente lo que pasó; los Yunes alcanzaron su impunidad, y los legisladores del oficialismo subieron a la tribuna victoriosos y con aires de grandeza para debatir la reforma en particular. La votación se repitió, y el caudillo, desde Palacio, durmió tranquilo: su movimiento alcanzó el último obstáculo y bastión que le impedían como contrapeso hacerse de todo el poder.

El martes negro será recordado. Las consecuencias no las sabemos, pero lo que sí les puedo decir, como testigo en primera persona, es que ese día, entre pactos impunes, irregularidades, presiones, traiciones, enfrentamientos, alianzas inesperadas, manifestaciones y una abrumadora mayoría, se terminó de fundar un nuevo régimen político.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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