El 1 de septiembre de 1928, el presidente de la República, Plutarco Elías Calles se dirigió al Congreso de la Unión con uno de los discursos que marcó el rumbo del México moderno. El asesinato del cacique y presidente electo Álvaro Obregón sumieron en una crisis a los liderazgos de la familia revolucionaria. Los principios de la revolución mexicana se encontraban amenazados por la inestabilidad política que vivía el país. El astuto General Calles se vio en la necesidad de idear una forma de gobernar institucionalizada que mantuviera los ideales de la Revolución y defendiera la Constitución de 1917 –primer Constitución que contempló los derechos sociales–. En su aclamado discurso, Calles dictó la simbólica declaración de que México debía: “pasar, de una vez por todas, de la condición histórica del país de un hombre a la de nación de instituciones y leyes”.
Con ese objetivo, el presidente interino, Emilio Portes Gil, declaró, el 1 de diciembre de 1928, en su toma de posesión, que se fundaría un partido que tendría como objetivos: unificar a todas las agrupaciones con tendencias revolucionarias en el Partido Nacional Revolucionario (PNR); convocar a una asamblea con la familia revolucionaria para discutir los estatutos de la nueva institución y proclamar al próximo candidato presidencial para las elecciones extraordinarias de 1929.
El 1 de marzo de 1929, se reunieron en el teatro Iturbide en Querétaro los primeros asambleístas del Partido Nacional Revolucionario, los delegados de distintos estados conformaron los estatutos en los cuales se integraron cuatro líneas de acción para los próximos planes de gobierno: la mejora de la vida de los obreros, campesinos e indígenas; la defensa de la soberanía nacional; la reconstrucción de la patria con unidad y disciplina; y la defensa de la Constitución de 1917. El 4 de marzo, al finalizar la Convención, quedó oficialmente constituido el proyecto callista del Partido Nacional Revolucionario (PNR) –institución que gobernaría por 70 años el país–.
El PNR pretendía ser la única institución en el país en representar los valores revolucionarios, en contraposición, algunos maderistas y obregonistas descontentos con Calles, encabezados por Vito Alessio Robles, Gilberto Valenzuela, el General Escobar y José Vasconcelos consolidaron el Partido Nacional Antirreeleccionista (PNA) que, sin apoyo popular y sin una estructura disciplinar, compitió en las elecciones de 1929. La derrota del candidato Vasconcelos inspiró a su colaborador Gómez Morín a crear una agrupación similar al partido en el poder. En 1939, los opositores al nacionalismo revolucionario fundaron el Partido Acción Nacional (PAN) con la intención de contrarrestar al partido en el poder.
La injerencia de Calles en los primeros presidentes del PNR motivó a Lázaro Cárdenas, presidente de la República, a reformar el partido con la intención de impedir que el único cacicazgo fuerte, sobreviviente de la Revolución, siguiera tomando decisiones en el poder ejecutivo. La autonomía de la presidencia la logró exiliando a Calles y refundando el partido. En 1936, el Comité Ejecutivo Nacional lanzó un manifiesto en el que declaró que el partido tendría las puertas abiertas para que los sectores que lo integraban participaran activamente en las decisiones políticas. Fue hasta 1939, con arduos trabajos de convenciones y asambleas, cuando las reformas al partido se constituyeron y el 30 de marzo de 1938 en la III Asamblea Nacional Ordinaria del PNR celebrada en Bellas Artes se finalizó la firma del pacto del Partido de la Revolución Mexicana (PRM). Esa segunda transformación de los ideales revolucionarios permitió una mayor participación de los sectores obreros, campesinos y populares en las decisiones del partido. La democratización del partido fomentó una actitud más activa de sus militantes y a la vez logró reafirmar la autonomía del presidente de la República ante las demandas de los líderes del partido.
En 1946, se reformaron los estatutos del partido con el objetivo de actualizar algunos sectores de la institución y reconocer la participación de jóvenes y mujeres como también buscar mayor democratización en las decisiones del partido y en las elecciones de senadores y diputados. En esa reforma, los militares dejaron de pertenecer a la agrupación como un sector activo. Ávila Camacho buscaba una participación de los ciudadanos sin injerencias militares para actualizar los procesos de la democracia mexicana. En oposición a la facción más radical del partido liderada por Vicente Lombardo, Ávila Camacho modernizó el partido y logró su refundación bajo el nombre Partido Revolucionario Institucional (PRI) con el nuevo lema Democracia y Justicia Social. El triunfo del civilismo en contra del militarismo, batalla pacífica liderada por los avances democráticos del partido hegemónico, se concretó con la elección de Miguel Alemán como presidente de la República.
La democratización de México fue encabezada por el PRI a través de acciones progresivas que iban logrando la institucionalización del país y la participación de ciudadanos, no de militares. El principio revolucionario de Sufragio Efectivo, No Reelección se cumplía y, a su vez, el partido mejoraba los procesos adaptándose a las nuevas circunstancias mundiales. Los principios del partido superaban la batalla ideológica mundial entre el comunismo y el liberalismo político y económico manteniendo la esencia nacionalista, popular, corporativista y social de la revolución mexicana.
El desgaste de los gobiernos priistas y la necesidad de lograr una progresión más acelerada hacia la transición democrática y la descentralización, hicieron que el ideólogo Jesús Reyes Heroles en 1972 liderará la Asamblea Nacional del Partido para reformar los estatutos. Reyes Heroles trabajó por idear el concepto de la nueva sociedad mexicana. Como ejes de sus reformas se encontraban el mejoramiento de los sistemas de salud, educación y vivienda; el acceso universal a los bienes por parte de los mexicanos y las reformas legislativas necesarias para formar una democracia plural.
A finales de 1986, el Frente Democrático Nacional liderado por el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, llevó al PRI a una de sus crisis más profundas. La expulsión de quienes encabezaban ese movimiento que exigía procesos democráticos dentro del partido para la elección de los candidatos con la finalidad de eliminar el dedazo, generó una escisión que le quitó legitimidad al Revolucionario Institucional en las elecciones presidenciales de 1988. De esa ruptura nacería el Partido de la Revolución Democrática (PRD) que aglomeraba diversas agrupaciones de izquierda. La política del PRI pasaría a ser impopular y la pérdida de apoyo de sus grandes sectores a causa de diversos hechos trágicos como la muerte del reformista y candidato a la presidencia Colosio, harían de los mandatos de Salinas y Zedillo un calvario lleno de irregularidades en el orden social con el surgimiento de movimientos como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Además, las políticas impulsadas para la modernización del país estuvieron impregnadas de un modelo capitalista en donde la corrupción y los compadrazgos desacreditaron los grandes avances económicos y políticos que lograban los gobiernos priistas.
El hartazgo social empoderó al partido opositor por excelencia, el PAN, que en las elecciones del año 2000 “sacó al PRI de los pinos” con la figura del carismático Vicente Fox. Luego de 12 años de gobiernos panistas, la inseguridad y la desigualdad hicieron que el pueblo mexicano añorará los principios del nacionalismo revolucionario que con una ola de jóvenes políticos regresaría al poder en 2012 de la mano de Enrique Peña Nieto. Los escándalos de corrupción y la negligencia de los gobernantes terminaron por desacreditar al nuevo PRI, centrado en continuar con los avances económicos y políticos.