“Las cosas que aborrezco son sencillas: la estupidez, la opresión, la guerra, el crimen, la crueldad. Mis placeres son escribir y cazar mariposas”
Vladimir Nabokov
Muchos siguen horrorizados por los acontecimientos en Europa Oriental, y azorados pretenden entender el por qué del conflicto bélico entre Ucrania y la Federación Rusa, donde el malo de la película es, obviamente, Rusia, puesto como país agresor y enemigo de la democracia según el evangelio del Tío Sam, ignorando olímpicamente el contexto histórico, el fin de la guerra fría y, desde luego, los acuerdos de Minsk y la mano del Departamento de Estado.
Otros no salen de su asombro al enterase de que se recrudece el conflicto palestino-israelí con un saldo de decenas de miles de muertos y contando.
El caso es que diariamente nos encontramos con una buena cantidad de notas informativas que pintan la primavera con colores más que sombríos, y las promesas de renovación parecen esfumarse en cuanto las expectativas optimistas de temporada se ponen en contacto con una realidad que va en sentido contrario.
A estas alturas del conflicto, es impresionante el número de consumidores de prensa que creen que el choque ruso-ucraniano empezó hace dos años por una invasión que escandaliza las buenas conciencias y convoca al mundo a enderezar sus baterías contra el agresor designado.
Los miles de millones de euros y dólares “en favor de la democracia y las libertades” se traducen en los hechos en una sórdida dependencia del país defendido hacia sus benefactores, quedando en el plan de estado fallido pero bendecido por los prestamistas internacionales (léase EUA y sus socios europeos) y con el beneplácito de los grandes fabricantes de armas y sus más que complacidos distribuidores.
La guerra en curso es, simplemente, una guerra económica que está arruinando a Europa, desindustrializando y descapitalizando su economía en beneficio de Estados Unidos que, como es usual, tira la piedra y esconde la mano. En este marco, mientras los gobiernos orientan su discurso en favor de las energías limpias, se invierten vidas y dólares en el control del gas y del petróleo.
Ahora, como durante el turbulento siglo pasado, el discurso va por un lado y la realidad por otro, planteando una paradoja que surge de las expectativas de sobrevivencia y de la forma de entender el mercado, donde los hechos debieran tener más peso persuasivo que las palabras.
Por otra parte, la idea de que el conflicto palestino-israelí parte de un ataque terrorista contra Israel resulta tan peregrina como suponer que Estados Unidos lucha por la democracia y los derechos humanos dentro y fuera de su territorio.
Aquí es importante considerar el dominio inglés sobre Palestina tras la Primera Guerra Mundial, y la influencia de la casa Rothschild que hizo posible la emigración y aspiración colonial de los judíos sobre ese territorio, y que fue justamente una decisión occidental apuntalada por Estados Unidos lo que dio por resultado en 1948 la creación del estado israelí, en perjuicio de Palestina.
En este contexto mafioso de falsedades y manipulación informativa internacional, reproduzco el trabajo en verso de Pedro Miguel ilustrado por Cintia Bolio en la revista El Chamuco, número 165, del 12 de enero de 2009, titulado Genocidio en Gaza, que ilustra la vieja intención colonialista de Israel contra Palestina:
Ataca Tel Aviv, a sangre y fuego, / las paupérrimas casas palestinas/ y como sus tendencias asesinas/ quedan al descubierto luego luego, / dice, con los escombros a la vista:/ “Aquí el que se defienda es terrorista”.
En los desamparados arrabales / mueren niños, ancianos y mujeres, / y las casa, con todos sus enseres, / incendian los soldados criminales, / pero dice Israel con displicencia, / que todo es legítima defensa.
No hay luz, agua ni gas; no hay hospitales / para curar civiles lesionados; / los pasos de frontera están cerrados, / no hay salidas aéreas ni navales. / En resumidas cuentas, así pasa / y así se vive el holocausto en Gaza.
Aduce Tel Aviv que su designio / es meramente humanitario; alega / que su demostración de furia ciega / nada tiene que ver con exterminio / y aquél que lo critique queda casi / sin remedio marcado como nazi.
Nomás eso faltaba: el asesino / a otros achaca sus horrores / y quiere culminar sin detractores / la matanza del pueblo palestino / que padece la infamia de una guerra / ideada para echarlo de su tierra.
Pues es eso, en el fondo, lo que quiere / Israel con su ímpetu incendiario: / perpetrar un despojo inmobiliario. / Por eso bombardea, mata, hiere, / y pretende que el mundo intimidado, / dirija la mirada hacia otro lado.
Como se ve, ni la bronca entre Rusia y Ucrania empezó hace un par años ni la de Palestina e Israel hace unos meses, aunque el común denominador es el sórdido interés occidental de apoderarse del patrimonio ajeno donde destaca el petróleo, a juzgar por la enorme reserva que posee Rusia y la que se encuentra sumergida frente a las costas de Gaza, bajo la mirada codiciosa de Israel, EUA e Inglaterra.
Al parecer, Occidente babea de ambición al contemplar las riquezas y ventajas estratégicas de Eurasia y el Medio Oriente, con aspiraciones de avanzar hacia China y otras regiones. Así pues, la lucha “por la defensa de la democracia y las libertades” tiene como trasfondo la más negra y hedionda de las ambiciones. Despertemos.