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jueves, octubre 17, 2024

Águila que cae

Sara Thomson
Licenciatura en Periodismo. Maestría en Administración Pública. Doctorante de Administración Pública en el ISAP.

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El reino animal ha otorgado, por siglos a las civilizaciones del mundo, estampas de majestuosidad y belleza que han servido de símbolo emblemático del alma de los pueblos.

El águila de México se convirtió en un símbolo para nuestro país, desde que la leyenda de la fundación de Tenochtitlán, ciudad y capital de los mexicas en el año 1325, contara que habían encontrado un águila real sobre un nopal devorando una serpiente, señal que marcaría el lugar para fundar su ciudad. Ese gran imperio tuvo un honroso último emperador 200 años más tarde de nombre Cuauhtémoc, que irónicamente significaba “Águila que cae”.

Y hablando de la historia de México, hace unas semanas comentábamos que partiendo de que el Estado mexicano se compone de su territorio, su población y su gobierno, y que la existencia de este último depende de un equilibrio perceptible entre los poderes que los conforman, las últimas noticias sólo apuntan hacia una relación reventada que vuelve a un poder depredador del otro, por lo que no es difícil entender que el resto del mundo opina que estamos muy cerca de un golpe de Estado moderno.

La creación y permanencia de una sociedad no puede imaginarse sin que sus elementos de poder transiten en armonía, manteniendo su naturaleza equilibrante. Lo que es preocupante es la fuerza con la que otro elemento del Estado, su población, decide tomar acción o no en todo esto.

Pero busquemos claves en otra famosa historia de águilas. Algunos motivadores aseguran que, a los 40 años, esta majestuosa ave sufre unas garras que se flexionan muy fácil y que no le sirven para cazar, un pico demasiado alargado y doblado hacia el pecho, y unas maltratadas y pesadas plumas que le provocan un vuelo lento. Según esta historia, que parece tan real, en un intento de supervivencia el águila primero se rompe el pico en la pared de la montaña, con el nuevo se arranca sus viejas garras, que ya regeneradas le sirven para extraer sus viejas plumas, para triunfalmente recuperarse en un ave vigorosa y poderosa de nuevo, para vivir otros 30 años.

Esta emotiva historia que para efectos prácticos nos pretende enseñar que un pasillo de dolor y autodestrucción conduce a una renovación constructiva y empoderante es tan inspiradora como documentadamente falsa. Ningún águila del mundo vive ese proceso.

Esto nos hace pensar que los símbolos adoctrinadores nos pueden llevar a caminos inciertos si no analizamos bien. Los mexicanos siempre hemos experimentado dos extremos de lo que pudiéramos llamar “ilusión cognoscitiva encontrada”.

Por alguna razón y a pesar de la riqueza natural de nuestra tierra, su variedad de productos, su gente, su privilegio geográfico, su extensión territorial, su diversidad ecológica y climática, entre tantísimas ventajas que visiblemente reconocemos, no parecemos creer verdaderamente en nuestro potencial, ni nos asumimos como una nación poderosa y creciente. La verdad es que somos grandes consumistas. Disfrutamos y buscamos marcas, adelantos tecnológicos, producciones de cine, franquicias, pero lo que no hemos logrado es asumir actitudes primermundistas, ni parecemos tener confianza en que nuestro país muy pronto pudiera ser una potencia mundial.

Eso claramente es malo, pero no tan malo como creer que la falta de información y la indiferencia pudiera provocar, un mal día, que nuestra nación se pierda en su historia, que pierda su libertad y emprenda un camino de autodestrucción que puede tardar hasta siglos en encontrar un mapa de regreso.

Pues resulta que, en este gran universo, no hay ave alguna que regenere un pico roto. La sobrevivencia de un águila sin del pico es imposible y morirá por su propia naturaleza. Y aunque lo de las garras podría ser, es totalmente improbable que se desplume. Además de todo, la más longeva de las águilas solo viviría 20 años.

El asunto no es tan complicado entender. Un proceso de autodestrucción evidentemente no es el camino a la renovación, aunque la historia esté hermosamente contada. Mucho menos implica desprendernos de todo aquello que nuestra razón nos dice que es importante.

Lo que sigue es investigar las propuestas a fondo, abandonar la indiferencia y tomar acción sin olvidar que todas las fuerza requieren equilibrios. Lo bueno es que aún estamos a tiempo.

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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