Un inusual eclipse solar de “anillo de fuego” atraviesa este sábado un tramo del continente americano, extendiéndose desde Oregon a Brasil, pasando por una parte de la Península de Yucatán, en el sureste de México, y visible en diferentes grados en varias partes del país.
En México, se pudo observar, entre otras regiones, parcialmente en la Ciudad de México, y en Mérida y otras zonas del sureste del país, a pesar de que en algunas zonas específicas las nubes y el clima no fueron el mejor aliado de los observadores –tanto expertos, como científicos y curiosos– que levantaron la vista o lo vieron a través de sus dispositivos.
En los pequeños poblados y ciudades que se encuentran a lo largo de su estrecha ruta se presentó una mezcla de emoción, temores en torno al clima y preocupaciones de que se verán abrumados de visitantes que acudan en masa para ver el evento celestial, también llamado eclipse solar anular.
A diferencia de un eclipse solar total, la Luna no tapó completamente al Sol durante un eclipse “anillo de fuego”. Cuando la Luna se coloca entre la Tierra y el Sol, deja una orilla brillante, flameante.
El recorrido del sábado se presentó así: Oregon, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas en Estados Unidos, incluida una franja en California, Arizona y Colorado. Después siguió por la península de Yucatán en México, y avanza hacia Belice, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia y Brasil. En gran parte del resto del hemisferio occidental fue posible ver un eclipse parcial.
Se requiere una protección especial en los ojos para poderlo mirar.
En la Ciudad de México, el eclipse parcial se vio al 70 por ciento –es decir, dos terceras partes del sol estuvieron eclipsadas en su momento– durante unas tres horas y 15 minutos, a partir de las 9:36 horas, tiempo local.
En el Planetario de Cancún, jóvenes visitantes construyeron proyectores para ver indirectamente el anillo de fuego. Los antiguos mayas —que llamaban a los eclipses “sol quebrado”— posiblemente usaban vidrio volcánico oscuro para proteger sus ojos, dijo el arqueólogo Arturo Montero, de la Universidad Tepeyac en Ciudad de México.