Imponente. El recinto se yergue a los cuatro vientos, atestigua dos naciones, abriga los libros. Centro Cultural Paso del Norte es la sede para la Feria del Libro de la Frontera, en Ciudad Juárez, Chihuahua.
Diversos foros, miles de títulos, espectadores que acuden a la disyuntiva “¿esta presentación o aquella conferencia, este poemario o cuentario, la novela?”. Dramaturgia, incluso, ensayo, cómic, trabajos de investigación y periodismo. Fórmulas para entender los mundos, la vida, desolación o euforia. Autores que conversan, lectores que opinan y preguntan, cuestionan.
El diálogo permanece, se prolonga. Después, ya en corto, la firma del libro, el conecte para el taller o la escritura incipiente, la escuela que brota emergente, la experiencia que se reparte.
Un niño hala del brazo a su padre y lo conduce al Pabellón Infantil. Allí, la vida muta, magia en las palabras, un canto de sílabas, entonaciones de juglares que cimbran los rincones. Para todos gustos y todas edades. Historieta, cuentos, poemas, canciones.
Imponente. Hay un teatro de mil 800 butacas, el homenaje en su nombre a uno de los más altos de la literatura nacional: Víctor Hugo Rascón Banda. El escenario se transforma en sala y los libros son motivo de reunión.
Las conversaciones tienden sus alas, espectadores-lectores que proponen sus dudas, sus conclusiones. La palabra de ida y vuelta. Un poema en voz del autor es la consumación del encuentro. El pensamiento tiende también sus alas y ronda el interior.
Ayer, la literatura con tinte rojo encontró su cauce. Desde esos ríos de la desolación, la tragedia y la investigación inscrita en las páginas de libros trascendió en el interior de la Sala Luisa Josefina Hernández (recientemente extinta) poeta, dramaturga, directora de escena.
Allí el crimen tuvo su presencia, los autores expusieron sus motivos de construcción, espectadores marcaron el rumbo, la claridad en los porqué. Levantar la mano, levantar la voz, escudriñar el oficio y sus temas.
Rubricar un libro, o dos, que habitarán la biblioteca personal, en ese recinto que aguarda para que los libros continúen su trascendencia en la memoria, desde ese lugar maravilloso: la sala, el patio, el comedor. La mirada puesta en los sucesos vitales, el acontecimiento citadino que se transforma en arte desde la pluma del reportero.
Hay un rumor constante. En la sala de Centro Cultural Paso del Norte, los libreros (que son quienes conducen a los lectores en sus búsquedas) estoicos permanecen en su horario de rigor, de mañana, tarde y noche. Sus palabras son brújula, pasión. Uno pregunta sobre un título y entonces la magia de la palabra emana de la chistera, ese conocimiento consecuencia de tantos años de andar, del ir y venir ofreciendo los objetos más preciados, la infinidad de historias en todos sus géneros. Quizá la noche tienda su manto de luz y los libreros magnánimos recorran las calles de Ciudad Juárez con el deseo de una cerveza un trago de sotol. El final de la jornada amerita recompensa.
Mañana la faena se antoja preciosa. El programa de la feria oferta gala, conferencias estelares, renombres, los protagonistas que con su oficio historian el mundo, la vida. Sus fechorías, la estética, el duelo, todo eso cabe en la festividad del nacimiento de un nuevo libro. Y está en la Feria.
Como una extensión de sus alas, la Feria del Libro de la Frontera instaura el Taller de Escritura Creativa en el penal femenil de la ciudad.
Mujeres que leen en voz alta sus ejercicios de escritura, la voz de la dignidad en alto. Cuentan la infancia, las ausencias de aquellos que un día fueron y quedaron tirados por allí, en las garras de la violencia. Narran con ojos abotagados la dulzura trascendental del primer parto, la ausencia madre por los designios de la vida.
Narran y son la sonrisa colofón de la catarsis. Porque en el interior de la capilla, el óptimo espacio, la memoria confecciona ahora la existencia de un taller creativo que les ha marcado la vida para siempre. Benditos versos, encomiable prosa. “Maestro, ya nunca dejaré de leer, ni de escribir”.