Es en Cócorit, ese rincón del mundo. Allí, donde la magia es un pincel cotidiano que cuenta historias encima de la pared. Hay un mariposario, el resguardo de lo sagrado, la tradición. Hay un museo, la cosmogonía de nuestros ancestros los yaquis.
Son los libros, ese acto recurrente que converge desde la mirada y hasta la razón. La cita impostergable: puestos diversos que ofertan los mejores títulos. También café y pan artesanal. Debajo de los árboles, tortillas de harina, burritos de carne deshebrada, café colado, el tizón en la hornilla y el comal.
A las palabras. En contexto de la arquitectura magnánima: Casa Muñoz. Coloquio de Escritores del sur de Sonora, se denomina. Allí coincide la pluralidad del pensamiento, las voces que pergeñan arte-creación y dicen a los que desean escuchar. Y conversar.
Ánia Sewa es la institución convocante; con movimientos adherentes, los que se organizan y actúan, concretan y definen. La fiesta de los libros, inclusión de las otras disciplinas: teatro, música, artes plásticas, observación estelar.
Talleres, conferencias, lecturas en voz alta, de primerizos y experimentados. Todo cabe en la capacidad de repartir. Espectáculos de magia y malabares. La tarde que se pone y la inquietud en el cuerpo porque la plaza atestigua el concierto y las ganas de bailar.
De todos colores, para todas las edades. La señora hala del brazo a su esposo. El niño brinca de felicidad en el quiosco de la plaza. Hay un ave que elige el mejor lugar para atestiguar el concierto de sábado por la noche.
Los libros de viejo, esos que huelen a historia de muchas manos y muchas miradas. ¿Quién me antecede a esta lectura? ¿En que bosque se fundó el inicio de este ejemplar? ¿Cuántas ideas y desasosiegos, catarsis y enojo provocaron sus páginas antes de llegar a aquí?
Clásicos y contemporáneos. Libros hechos a mano, con cartón de recicle, la convocatoria para los emergentes de la literatura, el más ergonómico objeto que felicita de sus colores las miradas de transeúntes que acarician el paso de la tarde. Y detenerse como una inercia. Desembolso febril porque se echa a la bolsa la feliz compañía. Dicen que si se tiene un libro a la mano jamás habrá soledad.
Hay un juglar que espanta de tanto encanto a esos seres pequeños que engrandecen la vida. Y acuden a la fiesta tomados de la mano de sus padres. Porque es domingo y el hogar oprime. Mejor allá, afuera, en la plaza, para ser testigo y partícipe de la magia de quienes cuentan los cuentos.
El rincón ideal, la urbe rural que es Cócorit, sede para el reencuentro con los amigos, el intercambio de palabras y ejemplares, la emoción que atisba desde la mirada, el deseo de gratitud, porque nada será más emocionante que la existencia de esas carpas que albergan sabiduría y generosidad: siempre dispuestos a darse, los libros.
Si nos dieran a elegir entre el campo y el mar, sin duda elegiríamos Cócorit, en contexto de la fiesta, porque los libros contienen todo eso y más. El viaje inexorable, la exploración interminable desde la butaca más inmediata: el porche o la sala, la recámara o una banca de la plaza.
Viva la fiesta. Vivan los libros. ¿Entén?
Hay un caballo que pasa por la plaza, está pintado de verde.