Primera de 4 partes
Prólogo a la edición mexicana del libro El combate mundial contra la corrupción y la impunidad, y el Estado de derecho. Necesidad de implementar la Convención de Naciones Unidas contra la corrupción, Editorial Porrúa, 2021.
La corrupción mexicana es grave, costos políticos y culturales altos, combate interior y no con la Convención de Naciones Unidas. De efectos devastadores, vacía las arcas de Estados, arruina el libre comercio, el soborno cuesta a empresas, ahuyenta la inversión, los pobres llevan la peor parte y provoca su migración. La delincuencia organizada aumenta. La ONU propició la firma de la Convención, en Mérida,Yuc., del 9 al 11 de diciembre de 2003. ¿Es eficiente y eficaz la divisa del nuevo régimen de la 4T por su combate frontal, en especial en los poderes judiciales, a tres años de su gestión?
Primera parte
1.- Presidencia de Andrés Manuel López Obrador, la sedicente Cuarta Transformación (4T) y su combate de la corrupción. Brevísimos antecedentes históricos.
Los trescientos años de conquista y avasallamiento por parte de “la madre patria”, España, de los pueblos originarios están marcados por la imposición de presidios militares “a sangre y fuego”, el genocidio, la esclavitud y el saqueo de oro y plata para la abusiva metrópoli.
Fueron atenuados por la intervención de las órdenes jesuita -en misiones “por la persuasión y por la fe”- y franciscana, en conventos. Ciertamente, eventos diferenciados en grado, no en esencia, en Mesoamérica y en Aridoamérica.
Un documento jurídico histórico literario es la Constitución de Cádiz, que pone fin a un restringido mundo cultural que principia con la Real Cédula de 4 de abril de 1531, que prohíbe el paso a las Indias de “libros de romances, de historias vanas o de profanidad, como son los Amadís e otros desta calidad, porque éste es mal ejercicio para los indios, cosa en que no es bien que se ocupen o lean” [cursiva propia].
Si acaso otro indignante documento jurídico-político podría caracterizar la vida dependiente durante esos largos tres siglos, es el Bando del Marqués de Croix, del 25 de junio de 1767, veámoslo con detenimiento:
“Don Carlos Francisco de Croix, marqués de Croix, caballero del Orden de Calatrava, comendador de Molinos, y Laguna Rota en la misma Orden, teniente general de los reales ejércitos de S.M., virrey, gobernador, y capitán general del Reino de Nueva España, presidente de su Real Audiencia, superintendente general de Real Hacienda, y Ramo del Tabaco de él, presidente de la Junta, y juez conservador de este ramo, subdelegado general del Establecimiento de Correos Marítimos en el mismo Reino. Hago saber a todos los habitantes de este imperio, que […] pues de una vez para lo venidero deben saber los súbditos del gran monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir, ni opinar en los altos asuntos del gobierno [cursiva propia].
Durante tres siglos, México fue un tesoro escondido para el mundo: a estas tierras sólo podían llegar ibéricos y misioneros católicos. El resto de los europeos sabían muy poco de la vida en las colonias y tenían gran curiosidad respecto a lo que aquí pasaba.
El deseo de venir se hizo realidad en el año 1700, el siglo de las luces; muchos viajeros empezaron a recorrer los mares con el afán de conocer el mundo.
Uno de estos valientes fue Friedrich Wilhelm Heinrich Alexander von Humboldt, el barón Alejandro de Humboldt: polímata, geógrafo, astrónomo, humanista, naturalista y explorador prusiano; hermano menor del lingüista y ministro Wilhelm von Humboldt. Su mayor pasión era explorar tierras lejanas y conocerlo todo: desde las estrellas hasta las profundidades de la Tierra, las plantas, los animales y las rocas.
Con el permiso excepcional del rey Carlos IV de España, el 22 de marzo de 1803 llegó a Acapulco a bordo de una fragata española procedente de Guayaquil (Ecuador). Visitó las cercanías y las describió en su diario, antes de proseguir el día 29 por Chilpancingo y Taxco su viaje hasta la ciudad de México (llegó el 12 de abril). En la capital, el virrey José de Iturrigaray lo esperaba con ansia. Se entusiasmó tanto con sus estudios que le permitió consultar todos los archivos —por ejemplo, un censo de 1793—; el barón estimó que en 1808 vivían aquí aproximadamente seis millones de personas.
México le debe el mote de “la ciudad de los palacios”; la encontró tan grandiosa y limpia, comparable con Milán, Turín y los mejores barrios de París y Berlín. No en balde el conde de Revillagigedo había limpiado la plaza mayor de vendedores e inmundicias años antes.
Humboldt fue recibido por los sabios mexicanos: lo querían conocer los que trabajaban en el Palacio de Minería, la academia de ciencias más importante de la Nueva España; quedó gratamente sorprendido y en un cuaderno escribió: “[…] ninguna ciudad del nuevo continente presenta establecimientos científicos tan grandes y sólidos como los que hay en la capital de México”.
Algo que lo dejó impresionado fue saber cómo eran las antiguas culturas. En un México construido sobre las ruinas de la capital de los aztecas, ayudó a los especialistas a descifrar el misterioso significado del calendario azteca —que yacía en calle, para que cualquiera lo viera— e incursionó en los alrededores.
Estuvo un año en México; recorrió buena parte, desde la costa del Pacífico hasta el golfo de México, y terminó en Veracruz en 1804. Más tarde recogió sus experiencias en un libro titulado Ensayo político sobre el reino de la Nueva España; escribió: “El reino de la Nueva España produce por sí solo todo lo que el mundo necesita”. En marzo continúa por La Habana su viaje hacia los Estados Unidos.
En agosto de 1804 —después de cinco años— regresa con su material científico a París, celebrado por diez mil personas. Entusiasmó y cautivó a la gente con su curiosidad y su saber. En 1807 analiza sus resultados. Apoya a científicos y artistas (el matemático Carl Friedrich Gauss y el músico Félix Mendelssohn-Bartholdy) y aconseja al joven Werner von Siemens con la fundación de su empresa.
Pero lo que me interesa consignar es su Ensayo. Consolidó el mito de las inmensas riquezas mexicanas. Pasmado ante la industria platera, difundió la imagen de México como “cuerno de la abundancia” (mito de la Grecia clásica). Sin embargo, advirtió la escandalosa distribución de la riqueza. Calculó que de los ciento veinte mil habitantes de la ciudad, unos cuarenta mil, todos indios, vivían en la indigencia absoluta.
Es en esta época colonial en la que se encuentra la raíz de la corrupción. Los virreyes aprovecharon sus puestos para hacer negocios y fortuna. La autoridad superior, corrompida, estaba a miles de kilómetros. Durante ese lapso los criollos y peninsulares hicieron negocios sucios, defraudaron al fisco y contrabandeaban.
Han transcurrido doscientos seis años del Ensayo de Humboldt y doscientos años de vida independiente.
En una guerra con el coloso y goloso del norte del hemisferio, en 1847, el otrora apetecible y apetecido cuerno de la abundancia sufrió un gran zarpazo que le costó más de la mitad del territorio, surgiendo los estados del sur esclavista de Estados Unidos.
A lo largo de doscientos años de vida independiente, los líderes y caudillos aprovecharon el poder para enriquecerse. Quizás con excepción de los de la restauración de la república (1867-1877). Liberales y conservadores tuvieron una idea romántica respecto del poder y el dinero.
Entre 1856 y 1857 se sufrió la invasión francesa, la guerra civil de Reforma y los últimos intentos de ejércitos filibusteros intervencionistas, como la defensa de Caborca el 6 de abril del segundo año citado.
De 1884 a 1911, el presidente Porfirio Díaz conduce al país por una paz ficticia. La corrupción tuvo un carácter dinámico y se extendió, provocando la revolución armada de 1910, consumada en 1917 con la promulgación de una nueva Constitución Política.
Los caudillos consideraron que sus sacrificios fueran compensados con las ventajas del poder. Después de la etapa armada, los presidentes y los hombres poderosos no establecieron la honradez ni la integridad como normas de conducta.
Herencia maldita: a ciento tres años de distancia tenemos, entre otros, grandes vicios colectivos, reprobables, arraigados; viejísimos hábitos que han atravesado las generaciones: la desigualdad, la desconfianza, la simulación, el fraude electoral, la corrupción y, la peor de todas, la impunidad.
2.- Presidente Andrés Manuel López Obrador
Después de tres campañas presidenciales (2006, 2012 y 2018), en las que visitó por lo menos una vez cada uno de los 2448 municipios de México, arribó al poder ejecutivo federal.
Uno de sus instrumentos más poderosos es la comunicación: además de ser un maestro para usar símbolos de persuasión religiosos, impone una nueva narrativa o enfoque —simple, a veces— sobre cuál es el problema y el marco histórico de los asuntos que se abordan en México: neoliberalismo y corrupción.
Reiteró que el saqueo y corrupción se originaron en el periodo “neoliberal” que comenzó en 1982, con el gobierno de Miguel de la Madrid. Pero omite el anterior, las presidencias de Luis Echeverría Álvarez y de José López Portillo, en cuya campaña en solitario no hubo forma de canalizar el descontento por vías civiles ni en la prensa. Las vías políticas, cerradas; el Partido Comunista, proscrito; la izquierda, un archipiélago, y el Pan, a un paso de desaparecer.
De 1940 a 1958, la superficie de riego se octuplica; desarrollo hidráulico extraordinario que ocasionó que entre 1958 y 1970 se diera el “desarrollo estabilizador” (6% de crecimiento anual con 3% de inflación).
Sin embargo, desde la posguerra (1945) a la fecha, en setenta y cinco años de crecimiento y desarrollo en México, sólo dos veces se ha roto el diálogo entre la élite gobernante y la iniciativa privada neoleonesa, pujante sector creador de empleos e impulsor de crecimiento económico para el país.
Nunca hubo diferencias importantes entre la iniciativa privada mexicana y Ávila Camacho, Alemán Valdés, Ruiz Cortines, López Mateos y Díaz Ordaz. La primera vez, con nefastas consecuencias, fue entre 1970 y 1976, siendo presidente Echeverría Álvarez, quien con un afán estatista y totalitario desgastó la economía causando una crisis monumental, aunada a un enorme retroceso en el bienestar de la población.
En el periodo de López Portillo, López Obrador fungió como director del Centro Coordinador Indigenista de Nacajuca (Tabasco), dependiente del Instituto Nacional Indigenista (INI) de la Coordinación General del Plan Nacional de Zonas Deprimidas y Grupos Marginados (Coplamar). Su jefe fue José Ovalle Fernández, exsecretario privado de Echeverría Álvarez y hoy director general de Seguridad Alimentaria Mexicana (SEGALMEX). ¿No estaban tan mal las cosas entonces?
Se recuerdan excesos y excentricidades, carestía, crisis financieras y políticas, y estatismo; redimensionamiento del Estado y ampliación del sistema de mercado. Se vendieron paraestatales y se crearon entidades autónomas, como el Banco de México, gracias al cual más o menos se logró detener la inflación con devaluaciones sexenales.
Uno de los atractivos del presidente es la honestidad personal y el sincero deseo de combatir y erradicar la corrupción. Su descripción de cómo se efectuó es muy convincente, y ojalá logre el propósito de cambiar la mentalidad de la clase política sobre cómo se puede ejercer el poder sin ese flagelo.
Se dice que López Obrador no llegó a la presidencia ni antes ni después, sino “cuando tenía que llegar”, con más sabiduría y conocimiento, pero con dos sucesivos agravios electorales, según su percepción; en el momento preciso, cuando millones de mexicanos necesitábamos un cambio profundo como nunca lo hubo en el país.
Durante su última e inagotable campaña el entonces candidato no se cansó de atribuir a sus adversarios del PRI y del PAN el hartazgo ante una clase política que se aprovechó de su posición para defender sus intereses personales, medrar a toda costa y enriquecerse con absoluta impunidad.
A lo largo de estos dos años el gobierno ha cometido un sinfín de errores, los cuales no invalidan la afirmación de que los dos gobiernos anteriores devinieron en una brutal degeneración de la política, fincada en la transa y el dinero, la complicidad disfrazada de comunión en un proyecto denunciado. Sin embargo, no ha modificado políticas perniciosas, como la extrema militarización del país, anteriormente implementada por sus dos grandes adversarios. Una normalidad apabullante. La corrupción como sistema, tal cual la describió Gabriel Zaid.
Ante la delación ministerial —aprovechando “el “criterio de oportunidad” de nuestra legislación procesal penal— de uno de sus protagonistas de cuello blanco, Emilio Lozoya Austin, exdirector de Petróleos Mexicanos (PEMEX), falta ver el desenvolvimiento y el desenlace judicial del caso y determinar si la conclusión sirve o no al propósito de conducirse con legalidad, hacer justicia y fortalecer el Estado de derecho.
El que un presunto pero confeso delincuente político quiera beneficiarse de dicho “criterio” para zafarse de sus fechorías, a cambio de enganchar a sus secuaces, rompe los términos de entendimiento —el secreto, el reparto, el solapamiento y el silencio— de aquella sedicente cofradía.
El presidente dice que lo mejor que podemos dejarles a las nuevas generaciones es un auténtico Estado de derecho. Acierta, aunque por desgracia no hay señales de que esta transformación, la más urgente, esté cerca. Todavía no hay una percepción generalizada de que la corrupción haya disminuido durante este sexenio en accidentada marcha.
(Coleccionable, continúa).
Héctor Rodríguez Espinoza