Y un carromato que llega adonde nunca antes se había llegado
L. Carlos Sánchez
Marcar el rumbo que es destino. Desde el título la sugerencia de los objetivos: encontrar un norte hacia el porvenir.
La rosa de los vientos es una obra de teatro que contiene, entre otros atributos: la generosidad.
Generosidad que toca vidas. Generosidad que se desplaza hacia los lugares recónditos, allá donde metafóricamente da vuelta el viento.
Y es entonces que el arte dramático (propuesto por un equipo magnánimo, de la mano de esta agrupación entrañable y dedicada que es La cachimba teatro), se revela ante esas miradas que nunca antes tuvieron a su alcance la conmoción que produce el arte escénico, la obra de marras.
Porque aquí, en la propuesta de La rosa… el espectador reflexiona acerca de los caminos que la vida dispone.
Y puede ser entonces que las lágrimas se asomen de tanta revelación en el contenido del montaje, como le ocurrió al señor Francisco Leyva, allí, expectante, debajo de su sombrero, desde la butaca que es su caballo: esto en Barrio Cantúa, ese poblado municipio de Navojoa, hacia el ala oriente de Tesia, por donde el río mayo es bendición infinita.
Al señor también le vino el deseo de gratitud, y cabalgó en la memoria, ante el incentivo de los actores, a intervalos de la música, durante los diálogos y las acciones. Y agradeció con su silencio, con su mirada portentosa, con las palabras exactas: “Porque nunca antes esto se había presentado por acá”. Luego las lágrimas como soles turgentes sobre su rostro.
Así los niños y las madres, los padres, las familias reunidas en contexto del carromato, esa caja de pandora que pare una y otra vez, esa región de vida y acontecimientos entre la cotidianidad citadina y ese otro mundo que es el campo. El carromato: ingenio que se desplaza por entre las arterias de Sonora, en la búsqueda de espectadores cómplices que con su interpretación extienden el contenido del libreto, el texto dramático de la autoría de Roberto Corella, el dramaturgo-investigador.
La historia inherente
El origen se funda en las ideas que también son pasión. La cachimba teatro tiene su historia, la agrupación nació ante el deseo de dar, la congruencia con el decir y el hacer. Y ahí van, desde siempre, peregrinos de carpa, recorriendo los caminos, llegando a donde hay que llegar, justo allí, a donde el arte que transforma y forma nunca antes, porque el azar o la vida, se mostraba imposible.
Con la creatividad puntual, en El carromato, con el equipo de actores y músicos, directores y productores: la integración de una familia cuyo techo que los une son el mismo oficio: el teatro.
Camino al andar
Hubo entonces una vez que La rosa de los vientos apuntó hacia el sur del estado de Sonora. Como tantas otras ocasiones hacia el norte, la costa, el desierto, la sierra. Pero ahora las comunidades en la mira: Barrio Cantúa, Tesia, Jopopaco, Masiaca, en contexto del Festival del garbanzo, veneración de lo que la tierra da en el municipio de Navojoa, Sonora.
El trajín de los preparativos: la organización a detalle, la coincidencia en quienes conforman el equipo, las maletas y utilería, el escenario trashumante. Justo para llegar. Y aposentarse ante la mirada de espectadores.
Y antes de tercera llamada, el perifoneo: la alegría de niños que acompañan a Paquita Esquer, productora, encima de la camioneta. Las palabras que bañan el pueblo y tocan a la puerta de los hogares, la advertencia de lo que está por ocurrir en la explanada debajo del tejabán: magia para el mundo en un contexto de vegetación agreste, el canto de los pájaros, el cacareo y los bramidos. Arboledas de un verde que describe primavera.
El recorrido amoroso, la sonrisa en los infantes como un papalote que alcanza su vuelo cumbre, por los callejones donde el polvo se desprende de la tierra también al compás de festividad. ¿Con qué otras herramientas se pueden formar a los niños hacia la capacidad de reflexión y empatía si no es a través del arte?
Y allá vienen los abuelos, las madres y sus hijos, los vecinos de este barrio-pueblo que no alcanza las setenta viviendas, pero colinda con la maravilla que es el río Mayo, y la integridad social se avizora como un volado al viento que nunca termina por caer.
Mientras la afinación de instrumentos, la conclusión de los detalles en el escenario, el arribo de los espectadores, Benjamín Valenzuela Buitimea afana en la hechura de adobes. La tierra en sus moldes de madera, porque el proyecto es la construcción de una casa para su familia.
Desde ese pedazo de tierra, Benjamín intercala el movimiento de sus manos con la agudeza de su mirada y sus oídos. Sabe que sus hijos se han trepado en la camioneta del perifoneo, que la sonrisa se les dibuja naturalita. Sabe y siente que la vida les dispone un capítulo inédito para la memoria de su familia y los habitantes de Barrio Cantúa.
Al ritmo de tambores el júbilo se desplaza. La batucada es la pauta feliz para anunciar el inicio de la función. El canto colectivo, mover el cuerpo y dejarse ir. Como esa primera vez que nos descubre de súbito y sentimos la alegría de un niño entre nuestros brazos, en la mirada, en los latidos del corazón.
Así se funda la emoción en los instantes previos. Y de pronto las butacas con ojos aguzados. Las familias que desvelan los inéditos, esos personajes en cuya humanidad se desarrollan las historias por demás interesantes han llegado para tocar las puertas de la imaginación.
La ciudad y el campo, las disyuntivas, el libre albedrío, la fiesta y la interpretación. Los colores y sonidos, la armonía que imbrica entre actores y espectadores: el lugar feliz, la ilusión que los personajes fundan en el interior de cada uno de quienes miramos y sentimos.
Y qué si el canto se vuelve coro, y qué si la risa desde los asientos se convierte en palmas y la obra se desplaza como un eco hacia los hogares todos de Barrio Cantúa, y qué si después el rumor permanece al paso de los días, porque hoy hubo teatro: acontecimiento trascendental para los habitantes de este lugar, los mismos que desde ahora saben lo que significa un montaje escénico. Y bailar. “Juguemos a la rosa de los vientos”.
Y ya entorno a la hornilla, en el receso obligado en esa elaboración de adobes, Benjamín Valenzuela Buitimea conversa con sus hijos Rafael, Rosario y Barbarito, los pormenores de la obra de teatro, la emoción que se posterga, porque “Papá, nos tomaron fotos con los actores. Y también bailamos y cantamos”.
El carromato: una historia con principio y final feliz.
El privilegio de acudir
Me lo dijo quedito. En cercanía. Con la mirada puesta en su interior. Como deseando extraer el torrente de la emoción ante la felicidad que provee el acto de mirar a las familias reunidas, en contexto de La rosa de los vientos.
Trinidad Esquer es comisario de Barrio Cantúa. Él es originario de El tablón, servir es su vocación. Por eso acude desde temprano a las gestiones que le competen.
Me dijo la emoción, con palabras precisas, con frases llenas de verdad. “Mirar a los niños felices es lo que más necesitamos en este pueblo, y aunque son pocas las familias todos merecen la educación y que asistan a estos eventos artísticos, no les caerá nada mal la felicidad de estos eventos”.
Ya después don Trinidad tomó el micrófono, en el preámbulo de la despedida de los artistas, agradeció y ponderó la importancia de la entrega, el privilegio de acudir a los eventos culturales que proponen desde la generosidad los artistas de la ciudad.
A la alegría: otra vez
Continuar por la senda de la exploración. Acudir de nuevo. En la pausa obligada: los alimentos debajo de una enramada, los integrantes del equipo que arriban a la escala impostergable. Otro poblado antes del previsto para volver a actuar. Tierra blanca, Tesia acoge con fraternidad al grupo de La cachimba teatro.
Y comer tortillas con asientos, arroz rojo, frijoles refritos. En la fraternidad del pueblo, en la enramada, entre anécdotas y divertimento. Ante la exploración de un columpio improvisado en el cual Dettmar Yáñez, director escénico, recurre a los años de infancia, en el interior de su barrio enquistado en una colonia de la Ciudad de México.
Con gratitud la despedida, con el fervor de los sagrados alimentos. El carromato de nuevo en su trajín, el rumbo definido: Tesia que se avizora como el objetivo más próximo.
Empanadas de calabaza
El anfitrión es Julián Moroyoqui. El guía en los caminos. El coordinador de cultura en el Municipio de Navojoa. A manera de colación: empanadas de calabaza que hornean las mujeres de pueblo y ofertan a la orilla de la carretera. Y las reparte Julián, consecuencia de aquella ofrenda bíblica generosa: “El pan y los peces”.
Allí, encimita de Tesia, adonde El carromato hace su arribo y el perifoneo es la invitación oportuna. A las cinco de la tarde, luego de tercera llamada, debajo del cielo, a un costado del parque. Niños que agrandan su mirada, actores que se visten de personajes, músicos que concentran sus energías.
El paso está dado: la risa es colectiva y el canto es un árbol que enraíza en la memoria. Huele a café colado, de Caffenio, porque el mensaje de La rosa de los vientos es ecologista y conlleva la nobleza de lo que la tierra da.
Con la lúdica presencia del argumento, el ingenio en los diálogos, la maravilla de las canciones que provocan aplausos y el movimiento en el cuerpo de espectadores.
Mientras esto sucede, antes de ponerse el sol, don Aurelio Montes, encima de su carreta donde el motor es su caballo, se refresca la vida en la contemplación de la propuesta escénica. Linda estampa que grita felicidad. El acto libertario de la imaginación ante una historia que son muchas, cuatro actores que diversifican personalidades y filosofías.
Sobre la banca de un parque también es lugar privilegiado para contemplar la puesta en escena. La mejor locación la tiene Miguelito, niño de once años que no para de reír. Y mientras La rosa de los vientos fluye, él aporta desde su imaginario y conclusiones. Cuando ya la risa contamina, me atrevo a preguntarle: ¿estás feliz? La repuesta es contundente: “Imagínese usted, nunca antes habíamos visto esto en el pueblo”. La prudencia se apersona y la mirada que se agranda en Miguelito, es la premura por regresar al contenido del montaje, con la elocuencia de su rostro que exclama el deseo permanecer en la acción de la mirada, de no perderse ningún detalle.
Antes de ponerse el sol las emociones caben en la memoria, en el eco de las risas y comentarios que se escuchan a manera de conclusiones. Ya mañana el camino trazará otros rumbos. La rosa de los vientos seguirá en su afán de tocar la vida: las vidas en las comunidades más distantes, allí donde por primera vez existe una obra de teatro.
Una familia que cohabita bajo el mismo cielo
La fraternidad se fecunda en el trabajo. La primera búsqueda es la ejecución del arte, expresar. Las consecuencias se diversifican. El colectivo coincide y se acuerpan las ideas. El talento se teje: histriónico y musical. La dirección que obedece a la plataforma que es un texto.
Los involucrados en La rosa de los vientos*, proyecto de empáticos desmesurados: Dettmar Yañez: Director de escena; Roberto Corella**: Dramaturgia-Director artístico; Productora ejecutiva: Paquita Esquer; Beatriz Salas: Administración de proyecto; Abigail Santoscoy: Actriz, Carlos Valencia:Actor; Abraham Santaolaya: Actor; Ramiro Airola: Actor; Jaime Roberto Llanez: Director musical-percusión; José Luis Arvizu: Teclado; Rolando Gutiérrez Pineda: Sax; Arturo Valdez: Diseño y elaboración de vestuario y utilería; David Barrón: Coreógrafo; Diseño de imagen: Ivette Valenzuela; Fotografía-Técnico: Gabino Guerrero-Rodolfo Lavariega; Don Tomás Gutiérrez: Chofer del carromato.
*Puesta en escena con el Estímulo Fiscal para la Cultura y las Artes del Estado de Sonora EFICAS/CAFFENIO. **Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte 2019/2021.
De a veinticuatro horas por días. En la construcción permanente, porque una obra siempre estará en crecimiento. Durante en el afán de los caminos, en el mismo instante de los alimentos, en un café que reconforta, siempre Caffenio. A cada hora las ideas que se intercambian, el fortalecimiento del equipo, las coincidencias y sus análisis, la solidaridad.
Si el arte remunera ese encuentro con el interior de quien lo ejerce, la aventura que es La rosa de los vientos, en la visión de La cachimba teatro, las remuneraciones ascienden: la gestación constante de una familia que labora con la pasión encendida en el oficio que es vocación. La terca insistencia en la apuesta de un mejor mundo para todos.
Hablan los involucrados
Abigail Santoscoy es actriz. Reflexiona y propone sobre su participación en La rosa de los vientos. “¿Qué me aporta? Mucho crecimiento personal, profesional, ya que el simple hecho de conocer las distintas realidades de nuestro estado me deja impactada, me ayuda a entender cómo son las nuevas infancias, cómo se mueven todos estos mundos en los que los niños están viviendo su realidad y cómo desde ahí ellos reaccionan al arte que nosotros les llevamos. Eso es lo principal, además de que también como actriz me ha llevado a un crecimiento increíble en el aspecto de resolver, ya que al tener el carromato que llega, se planta, nunca es igual el escenario en donde estamos, los paisajes siempre son distintos, el acomodo de la gente, aunque nosotros lo propongamos de una forma termina siendo otro, necesitamos aprender a trabajar con esa disposición, intentar acercarnos, buscar las diferentes maneras según el contexto, eso es lo más enriquecedor que me ha dejado este montaje como actriz, porque ellos (los espectadores), son pura verdad, ellos no fingirán que la propuesta les gusta, ellos están ahí para ver y que los invites a divertirse y si no los atrapas simplemente se van, además de que estamos en espacios abiertos, nadie tiene por qué quedarse, y el verlo permanecer durante esa hora que dura la función, me parece lo más hermoso porque es cuando me doy cuenta que ellos deciden estar con nosotros, estar en el juego, en la magia, y ver cómo eso al final repercute en ellos cuando se acercan y nos preguntan sobre los personajes, me ha tocado en muchas ocasiones que los niños me regalen algún juguete o alguna florecita o lo que se encuentran según el lugar donde estemos, eso es mágico. Estoy muy agradecido con La cachimba teatro porque este es un formato nuevo que nunca antes nadie se había atrevido a hacerlo, quizá por el calor. Tener esta oportunidad de ser pioneros llegar a lugares donde los niños jamás habían visto una obra de teatro es impresionante y estoy agradecida con tener esta oportunidad de trabajar con este equipo maravilloso”.
Gabino Guerrero, fotógrafo, actor, bailarín: “De entrada La rosa de los vientos es un proyecto que me mueve por dentro, me hace recordar mi infancia y me habría encantado tener acceso (al igual que muchos niños) a esta obra cuando yo era chico. Soy de Caborca, y este tipo de espectáculo no se da con frecuencia. Por eso cada vez que acudimos a un lugar distinto, registro la felicidad o la sorpresa del público que observa la puesta en escena.
“Este proyecto me ha formado en muchas áreas, gracias a esto es que aprendí a deconstruir mi manera de aprender, hay áreas que desconocía completamente, ahora las enciento, como la iluminación, el audio, la actividad y logística de un espectáculo con estas características tan diversas donde las cosas siempre suceden de manera distinta”.
Carlos Valencia, actor, propone: “La rosa de los vientos para mí es un parteaguas en mi carrera y en mi vida porque ha sido no solo uno de los procesos más largos, sino una de la sobras con las que he podido tener más representaciones, que aparte tuvo un proceso pre y post pandemia, y surgió esta nueva posibilidad de llevar el teatro a las comunidades rurales y durante los últimos dos años y medio ha sido el eje central en mi trabajo: llevar teatro a zonas vulnerables, me ha llevado a desarrollar un aprendizaje increíble. La rosa de los vientos es un trabajo bello que habla mucho de este fenómeno que es el buscar, ampliar los horizontes, el conocimiento y volver a tu origen y aportar a tu comunidad el sentido de pertenencia, de crear y mejorar el lugar de donde eres. Para mí es de lo más increíble, el equipo de trabajo es bellísimo, con gene de todas edades, con todas las experiencias, es un equipo que se ha convertido en una familia durante estos dos años de proceso creativo. Uno nunca deja de aprender. La rosa de los vientos es un gran fenómeno en mi vida, y también en las comunidades a las que hemos llegado”.
José Luis Arvizu: “La rosa de los vientos contiene esa decisión de obedecer más al instinto, a la intuición, al momento de elegir si en realidad quieres pertenecer a una ciudad, a una cultura o si de plano deseas buscar nuevos horizontes, que es finalmente el mensaje que veo, en el que ambos personajes deciden visitar las dos partes y mejorar ambas partes: vamos al campo y mejoramos esta parte y luego vamos a la ciudad y mejoramos allá, y así nos cambalachamos, pasamos la vida bien entre el campo y la ciudad sin necesidad de pertenecer a una u otra. Para mí el contenido me deja eso: la ambigüedad y los polos que logran negociarse y llegar a final feliz”.
Jaime Llanez, el Jimmi, es el constructor del sound track de La rosa de los vientos. Le pega a la batería. Y en su sonrisa siempre presente mira hacia el horizonte de manera constante. Y aquí expone: “Muchas cosas he aprendido (en este proyecto) tengo una leve formación en el teatro y al convivir con actores he aprendido mucho de ellos. Y las satisfacciones que me otorga el estar en La rosa de los vientos es saber que estoy contribuyendo en la formación de una mejor cultura para el estado. Adonde quiera que vamos vemos que podemos prender la mecha en un niño en el querer estudiar artes, de muchos niños que han visto el montaje se nos han acercado y nos han comentado que quieren participar en algo así. Y en lo personal, como músico y compositor de los temas es una satisfacción muy grande escuchar a los actores que cantan mis canciones y que la gente las aplaude, y también cuando venimos en carretera o que estamos comiendo, los actores siguen cantando mis temas, esto es una satisfacción muy bonita como compositor”.
Detmmar Yáñez, director de escena, se repite la pregunta: ¿Qué aporta a mi vida la dirección de La rosa de los vientos? Y responde: “Desde luego es como un resumen, para mí, de todo lo que he desarrollado en mi vida en lo que para mí es el teatro de calle, y más como es El carromato de La cachimba teatro, que puede llegar a cualquier parte, entonces aportas a mi vida, desde luego, mis primeros recuerdos de cuando hacía giras, por ahí en mis quince días, que hacía giras a comunidades donde yo sabía que el teatro no iba a llegar… Este proyecto aporta una remembranza de los motivos por los que estoy en el teatro, además de probar que cuando dirijo estoy abogando cómo yo haría los personajes, dónde los ubicaría, dónde me pondría. La rosa de los vientos me aporta el seguir abordando el teatro en la calle, seguir con la idea de que el teatro es para el pueblo, para las comunidades, para la gente que no tiene acceso al arte, en este caso con La rosa de los vientos lo más increíble es tener un carromato y poder llegar a lugar adonde nunca se había llegado…”
Rolando Gutiérrez Pineda toca el saxofón. Se desplaza por el escenario y en cada nota es un estruendo de armonías. Convocatoria de las emociones. Esto dice: “Participar en La rosa de los vientos, me da currículum; tener actividades diferentes engrandece al artista en sí, en general tener distintos enfoques musicales. En sí la interpretación no es algo desafiante pero el colaborar en la puesta y tener un director, en este caso el Jimmi, en hacer las canciones, en aportar, en ver, sobre todo, aprender cómo se hace música para una obra de teatro, por ejemplo. Al principio Paquita Esquer nos comentaba que no leeríamos una partitura para un musical, sino que debíamos darle contexto a los sonidos, eso nos hace pensar y tratar de interpretar, por ejemplo cómo interpretar una ola del mar, cómo la haría yo con el saxofón, o cómo la interpretaría con una pieza musical; ese tipo de preguntas te haces cuando estás haciendo algo para una obra de teatro. Al fin de cuentas las respuestas las fue dando el Jimmy, yo colaboré un poco en la composición de algunos temas, sobre todo en la parte intelectual es donde te desarrollas al hacer ciertos ruiditos, efectos, con el de una bicicleta, que se dio en esta temporada, porque todo evoluciona, desde la perspectiva del director y los actores quienes también proponen hacer cambios y uno como músico tiene que adaptarse a eso, en la parte importante del aprendizaje.
“Lo que más me conmueve de la obra es el objetivo de acudir a lugares que no tienen un recurso para asistir a este tipo de eventos… porque muchas personan nunca han visto una obra de teatro”.
Abraham Santaolaya. La fortaleza física, la intensidad en la mirada que también es afable. Expone: “¿Qué desarrollo en La rosa de los vientos que no había desarrollado en otros montajes? La capacidad de improvisar en cada ensayo, en cada función, estar atento, escuchar a los compañeros e improvisar, sacar cada vez cosas buenas, en este montaje me sucedió que sentí gran fluidez de ideas y acciones, desde los ensayos, con las funciones se fue asentando, y cada vez que daremos función hay ensayos y fluyen cosas nuevas. ¿Con qué me quedo con este equipo que se ha formado? Con la importancia de la división de trabajo que se ha formado, cómo cada quién tiene algo qué hacer y lo hace de la mejor manera, tanto quienes son cabeza de proyecto y se dedican a la gestión y procuración de recursos, el manejo de funciones y lo que es la logística y quienes estamos arriba del escenario, cómo es importante que haya toda una estructura detrás del artista que ya está arriba, el artista está rodeado de gente a la que le interesa que el artista esté arriba, toda esta estructura me impresiona mucho. Con estas giras de La rosa… me quedo sorprendido, conmovido, y que al final no importa adonde lleguemos, solo requerimos una conexión de electricidad, no importa las condiciones de los lugares a los que llevamos la propuesta, la gente siempre tiene necesidad de ver, de sentir y de decir, de formar parte de algo y ser tomado en cuenta, eso lo estamos viendo en comunidades alejadas del centro del estado, y se ve la participación de las audiencias. Y con nuestro trabajo si a una persona le cambiamos la manera de ver las cosas, ya es ganancia”.
Roberto Corella padece el oficio de la construcción de personajes. Desde siempre y para siempre. Autor de este texto dramático, concluye: “La rosa de los vientos es una obra que tuvo como pretexto para nacer la búsqueda de eso que sabemos que existe, que sabemos que lo necesitamos, pero que no sabemos lo que es. Sabemos que nos debemos mover, que la condición humana no es para estacionarse en una zona de confort y desde allí ver pasar la vida. No. Entonces, una vez que nuestras alas han adquirido suficiente destreza para alzar el vuelo, las desplegamos con la intención de encontrar eso que nos falta; entonces sabemos que tenemos que tener muy claro el camino que recorremos porque siempre habrá que volver a ese nuestro origen, nuestro sino; es una obra que nos mueve a encontrarnos, a tomar decisiones, a enfrentar.
“Ver la rosa de los vientos en escena, dirigida por Dettmar Yáñez y actuada por un puñado de maravillosos actores y músicos, me conmueve. Me conmueve mucho observar a nuestro público de esos lugares alejados que recorremos en nuestro carromato; gente que en su mayoría nunca ha visto un evento teatral y se deja llevar por el mundo de las emociones con un gozo contagiante. Es entonces cuando entiendo en su verdadera magnitud el poder del teatro, la maravilla de la identificación entre el suceso y quien lo observa. Es entonces cuando veo que mientras más nos movamos más se ampliará nuestro horizonte de posibilidades.
“Agradezco enormemente al equipo que conforma La rosa de los vientos por permitirme experimentar esas mociones tan profundas que provocan en sus espectadores. Agradezco a la vida esa oportunidad”.
Paquita Esquer es productora ejecutiva del proyecto. La madre de toda la bandita. El verso más elocuente para orquestar a la de ya. Al paso seguro. La filosofía que aprehende. Y nos enseña: “Cuando inicia el viaje, cuando vamos en nuestro Carromato con cualquiera de las dos puestas en escena, ya sea con La rosa de los vientos o Desierto cabaretito o apoyando al Buky, el Mezquite, o cualquier otro montaje, vamos a los lugares donde tristemente no han tenido la oportunidad de disfrutar de ese derecho que marca la Constitución: el derecho al arte, y estoy hablando de la abuela, la hija y la hija de la hija y aun así: la hija de la hija de la hija, cuatro generaciones juntas, y es ahí donde entramos nosotros, es cuando yo entiendo el verdadero sentido del arte, y lo veo como un puente, como un asidero, como si fuera un caleidoscopio, por la diversidad de colores y formas que nos ofrece, y desde ahí es desde donde vemos con mayor claridad nuestro pasado y entendemos el presente, ojalá podamos trazar un futuro más promisorio, teniendo estos referentes artísticos. Amo lo que hacemos.
“Cuando me subo en ese carro, enciendo el micrófono, me voy por las calles, por los callejones, me meto en los patios de las casas para invitar a la comunidad a que se acerque a nuestro carromato, ahí es donde surge mi verdadera vocación, la vocación de Paquita Esquer, la de siempre. El entusiasmo por la vida: y ahí voy y en lo que invito subo a esos niños al carro, y éstos me ayudan con sus gritos, con su alharaca a entusiasmar a la gente, llevo unos al Carromato y me regreso por los demás, ahora sí que hasta las puertas de su casa, eso es vida. Luego ya empieza el espectáculo, la batucada, la alegría, la remembranza de como lo hacían los comediantes en los siglos XV, XVI, luego las composiciones de Jaime Llanez instrumentadas por José Luis el wero Arvizu y el gran Viras. Las coreografías, las preguntas, el provocar la interacción con esa pequeña audiencia, me refiero a las edades de los niños. ¿Y los caminos? Luego, luego aparecen las preguntas. Los caminos de aquellos que se van para siempre volver yd e aquellos que buscan y terminan sabiendo que aquello que buscas se encuentra dentro de ti y de nadie más. Veo esos rostros maravillosos de aquellos chamacos que se han subido al carro y los veo transportados, envueltos en la historia, viviéndola, gozándola, recorriendo el camino de los personajes, acompañándolos. Y me digo una vez más: esto quiero hacer, esto quiero hacer, esto quiero seguir haciendo. Y yo que ya pensaba colgar los hábitos.
“Ahora es viajar con ellos, a mi propia infancia, veo, me regalo, el espectáculo a través de la mirada de esos niños, lo más grandioso: el arte nos une, el hecho escénico nos une, no es ni la productora ejecutiva, ni es el actor, ni es el público: todos conformamos una unidad, una hermandad y eso es bien fregón porque es el paso para la creación de ciudadanía.
“También existe la parte que no es agradable, por supuesto, donde observas que no solamente ha estado ausente el arte en sus vida, sino que la salud también es precaria, el confort, las escuelas de calidad, también, hay muchas carencias pero se nos olvidan mientras estamos ante el hecho escénico, a todos, a todos los involucrados. Ese hombre arroba del caballo, la carreta, pintada de azul turquesa muy elegante, los dos señores arriba de la carreta jalada por caballos, y ellos viendo la obra. Hacer y ver esto, es un regalo de la vida”.
Tomás Gutiérrez es quien conduce los destinos. Aferra sus manos al volante, el bagaje de antaño, en esa vida de oficio en carretera, lo emplea ahora en las diversas giras de La cachimba… Siempre echado pa’delante. Antes de emprender el viaje a otra de las comunidades, advierte: “Si ya viste otras obras de la compañía, como Cabaretito, por ejemplo, no debes perderte La rosa de los vientos, vieras cómo se divierten las familias”.
Aprendizaje integral
Si los objetivos son repartir el conocimiento, estimular la reflexión, mostrar que la vida tiene diversos caminos y herramientas para construir destinos y futuros, indudablemente se logran a cabalidad.
Si la invitación con la propuesta de La rosa de los vientos es la posibilidad de decidir y transformar el entorno y la vida consuetudinaria de quienes decimos presente en el mundo, la respuesta es un sí en colectivo.
Porque en el escenario la enseñanza se erige desde el principio y hasta la conclusión de la obra. Pero ¿qué subyace en la actitud y las miradas, la disposición humana de quienes integran el equipo de La cachimba teatro? ¿Qué nos actitud nos salpica y cómo es que por consecuencia reaccionamos?
Subyace el esfuerzo como un adalid victorioso: porque en base al esfuerzo que se emplea en cada una de las comunidades que se visitan, en la orquestación del escenario, en el ejercicio previo de los actores, en el perifoneo, en la conducción del carromato, en la entrega generosa de cada uno de los integrantes de esta compañía, se inscribe la vocación de servir, de hacer y dar, de creer y existir. Enseñanza y aprendizaje que se entrelaza entre actor y receptor.
Nos salpica la creencia en lo que se hace, con pasión. Porque se acude a las comunidades, a esas miradas afables que primaverizan de armonía el paisaje a veces desolado, y es entonces que el proyecto se vuelve convincente, ante tanta integridad en cada uno de los pasos que se dan, en cada uno de los integrantes, en cada una de las voces: el esfuerzo colectivo poniendo en la mira siempre el paso próximo, el proyecto de avanzar para tocar: más vidas, la oportuna edificación de sociedades bajo el cobijo de la escena.