“Una nación que gasta más dinero en armamento militar que en programas sociales se acerca a la muerte espiritual” (Martin Luther King).
Como usted sabe, nuestros vecinos del norte se han caracterizado por tener comal y metate en todas partes del mundo, en un expansionismo hacia el oeste y el sur que en el siglo XIX le costó la mitad del territorio a México, y que al el siglo XX se extendió por Europa y más allá con el pretexto de salvaguardar la paz y la democracia.
El negocio de las guerras por razones humanitarias les ha dado a los güeros pingues ganancias y un control sobre buena parte del mundo. Tras la primera gran guerra, llamada mundial por la intervención tardía de EEUU, el eje financiero del mundo pasó de Londres a Washington, por lo que la era de los reacomodos mundiales arrojó un resultado muy a favor de Occidente y, en particular, del Tío Sam puesto en el plan de rector de la economía y las costumbres planetarias, y con ello la nueva decadencia económica global que pronto dio el resultado de un nuevo conflicto donde, desde luego, se apresuró a participar EEUU.
El conflicto logró el reacomodo de las piezas mundiales a favor de los intereses gringos y su injerencia en los asuntos europeos se afianzó gracias a la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN, bajo los principios de la Carta de Washington, firmada el 4 de abrió de 1949. Su objetivo era (es) defender a Europa de la Unión Soviética (Rusia). En pocas palabras, se crea una estructura defensiva de los intereses de Washington en Europa.
Ahora, en el conflicto Ucrania-Rusia, es pertinente recordar que existe en esa nación una población ruso parlante y que ha sido permanentemente asediada por ataques xenofóbicos por grupos armados fascistas desde 2014, con los suficientes muertos y heridos como para que el mundo se hubiera horrorizado y gritado ¡paren la matanza!, pero nada de eso ocurrió.
Los bombardeos y ataques constantes a la población de la zona conocida como Donbás donde se sitúan las repúblicas separatistas de Donetsk y Luhansk, perpetrados a ciencia y paciencia del gobierno de Kiev (capital de Ucrania) generaron una crisis humanitaria que los defensores de la paz y la democracia simplemente ignoran.
En este contexto la intervención, que no invasión, de Rusia tiene un carácter pacifista y subraya el hecho de que EEUU y su mamotreto militar OTAN pretenden no sólo ocultar este antecedente sangriento sino sacar raja del conflicto echando la bronca a Rusia, por la simple razón de que en la guerra de los energéticos la potencia del este europeo saca la mejor parte con la venta de gas a Europa, afectando los intereses de Washington.
Lo que tenemos aquí no es una guerra defensiva de valores humanos sino una más de las guerras económicas emprendidas por EEUU, en este caso por el gas natural y el mercado europeo, con la consiguiente relevancia de Rusia en este contexto.
En resumen, el problema surge por el incumplimiento de Ucrania de generar condiciones de paz a lo que se comprometió en 2014 mediante la firma del Protocolo de Minsk, y por otro lado, el oportunismo de EEUU al intervenir en el conflicto haciendo uso de la fuerza de la OTAN para satisfacer sus intereses económicos y políticos en Europa.
Lo triste del caso es que naciones que nada tienen que ver con la circunstancia europea y mucho tiene que recordar del intervencionismo gringo se están uniendo al coro de lamentaciones por “la invasión rusa”, en una maniobra mediática y política que en nada ayuda a la solución del conflicto y mucho abona a la perpetuación de la farsa humanitaria del gran fabricante y vendedor de armas que son los EEUU.
En este sentido, la política mexicana tradicional de no intervención y solución pacífica de los conflictos parece resquebrajarse ante la declaración condenatoria de la diplomacia nacional contra Rusia, lo que resulta no sólo ridículo sino contradictorio con las reiteradas declaraciones de que México no es colonia de EEUU.
Aquí resulta imposible no sonreír ante el curioso espectáculo de una política exterior que se hace de chicle ante el calor de una relación tóxica con el vecino del norte, hoy por hoy sembrador de bases militares en el continente y, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, en Europa y parte de Asia.
Me quedo con la idea de que México (y el mundo) necesita redefinir sus relaciones y prioridades sin intervencionismos externos ajenos al interés nacional, y que la comunidad de naciones debe respetar las diferencias y celebrar las coincidencias, sin imposición alguna porque “entre los individuos como entre las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz” (Benito Juárez, Manifiesto a la Nación, julio de 1867).
José Darío Arredondo López