Columna ¿Qué sigue?
Hace 50 años el mundo comenzaba a cambiar y la guerra de Vietnam dominaba la mayor parte de la vida política de esos años 70s. Se popularizaron enormemente los electrodomésticos como el microondas y otros dispositivos como el walkman, la calculadora, los equipos de sonido y la televisión en color. El auge de las drogas provoca graves daños sociales, especialmente el de la heroína. Y claro, quién no ubica los 70s con la separación de Los Beatles, la muerte de Elvis Presley; la película “Tiburón” dirigida por Steven Spielberg y “Star Wars” de George Lukas, al final de la década. Pero seguramente, para la historia el caso “Watergate” es emblemático cuando nos queremos referir a esa revolucionaria época.
Todo comenzó en junio de 1972 cuando un grupo de hombres fueron descubiertos en “supuesto asalto” a la sede del Partido Demócrata, ubicado en un famoso complejo de la ciudad de Washington, conocido como Watergate. Obviamente, los hechos no pasaron desapercibidos, ya que se trataba de las oficinas centrales del partido opositor al presidente en turno, el republicano, Richard M. Nixon.
La inesperada detención de los delincuentes llamó la atención de los reporteros del periódico “The Washington Post”, Bob Woodward y Carl Bernstein, que con gran apasionamiento fueron “descubriendo el hilo negro”, ya que en realidad se trataba de un equipo de inteligencia que pretendía instalar micrófonos en la sede, y que por supuesto resultaron personal en la nómina del presidente. Después de una de serie de publicaciones, salieron a la luz una secuencia de prácticas sucias, en las que estaba instalada la política estadounidense.
A pesar del gran sensacionalismo que cautivó al mundo entero, las publicaciones de The Washington Post, al juzgar por los hechos para nada derrumbaron a Nixon. A sólo cinco meses de estallar el escándalo, fue declarado triunfador de los comicios de reelección, con la victoria más contundente a la presidencia, imponiéndose en 49 estados al candidato demócrata, George McGovern.
Los resultados de la elección no detuvieron al Washington Post, ni a la opinión pública; la indignación provocó el surgimiento en la escena de informantes desde el interior del poder. Woodward y Bernstein, captaron de lleno la atención norteamericana cuando incluyeron en su narrativa a un personaje que identificaron como su fuente de información secreta: “garganta profunda”, de quien surgió hasta hoy famosa estrategia “follow the money”.
Lo que siguió fue que comienzos de 1973, el Congreso no pudo más permanecer al margen y formó una comisión de investigación del caso Watergate, que culminó con la comparecencia y declaración de los mas altos miembros del gabinete y seguridad de la Casa Blanca. Misma que fue pública y televisada paralizando literalmente la actividad del país completo y sus habitantes, atrayendo la atención del resto del mundo. Al final se filtró información sobre toda una red de escuchas y sobornos orquestada para lograr la reelección de Nixon entre otras calamidades. El Watergate ha sido el único escándalo político en la historia que culminó con la separación del cargo de un presidente de los Estados Unidos de América, la tarde del 8 de agosto de 1974.
A cinco décadas de estos hechos, el mundo ha tenido grandes acontecimientos, pero realmente no ha cambiado tanto. La corrupción en los gobiernos parece ser un cáncer que sigue en eterna metástasis. El tema de los micrófonos secretos y teléfonos intervenidos es de todos conocido y nadie ni protesta y mucho menos se cuida. Las estrategias para conservar el poder se vuelven hasta más implacables que los métodos para alcanzarlo. Los políticos en la oposición creen que su única función es denostar, y los “en el poder” solo trabajan por su inmunidad.
Vivimos en la era del Gobierno Abierto y las tecnologías de la información. Un modelo de gestión originalmente promovido por Barack Obama, que en México ya tiene más de una década. Esta “Política Pública” que incorpora acciones de transparencia, acceso a la información y rendición de cuentas, en la práctica pudiera definirse como el inhibidor de la corrupción y la antítesis del secreto de estado; lamentablemente en hechos prácticos, solo ha sido un “despresurizador” de la de la opinión pública, dado que los hechos de quebranto de la ley y abuso de autoridad cada vez son más evidentes y eso sí, nos han generado un más gasto.
El caso Watergate combinó elementos vitales de ética y responsabilidad de actores en todos los ámbitos y obligó a más de un líder a revitalizar sus normas morales. La justicia y el orden no llegarán si la ciudadanía no pone atención a tiempo; no tiene caso más leyes anticorrupción, mucho menos seguir contratando quien los persiga, el infractor siempre encuentra su salida, y no podemos vivir esperando una “filtración”.
Lo que debiera seguir, es una conciencia ciudadana activa, que se organice y fortalezca los equilibrios y muros de contención. De nada servirá crear, permitir o participar en organizaciones para culto del gobierno en turno. La definición de Estado contempla la inclusión de la población en su conformación, pero esta, seguirá ocupando que la clase política abandone actitudes frívolas a raíz de su cargo o su “momento en el poder”, incluyendo también a su “circulo de influencia”, y se asuma en la responsabilidad moral e histórica de ser la Autoridad.