La guerra contra los libros no es una idea nueva. Al contrario, es una historia que se repite periódicamente cada vez que hay un cambio de paradigma en alguna sociedad. Muy notoriamente, el control de la ideología dominante se expresa, como por arte de magia, en la idea de controlar los libros como forma de conocimiento. Pasó en la Europa medieval en la que la iglesia católica vigilaba por entero las formas de circulación narrativa en todas las lenguas posibles. Pasó también durante la Inquisición Española. Pasó durante la ocupación Nazi e incluso en la ficción. ¿Quién no recuerda, por más escueta que sea el repertorio de sus lecturas, el Fahrenheit 451 de Ray Bradbury?
La quema de libros es, en realidad, la quema de brujas: una eliminación pública de lo impúdico, de lo incomprensible, de lo otro. Entonces, ¿cómo pensar que existe hoy en día una guerra contra los libros? ¿Cómo sería posible, en la era de la información en masa, que exista quién crea que el control de los libros es la forma de controlar, pues, la ideología?
Comencemos con la política contra la labor intelectual en México. Esta es tal vez una de las cosas que más me han decepcionado de la actual administración. ¿Hay corrupción en las instituciones académicas? Por supuesto que sí. ¿Hay que dejarlas sin siquiera lo mínimo indispensable para operar? Por supuesto que no. Me parece que esta idea de que la labor intelectual se remite a una especie de élite de ultraderecha que ha hecho de su vida una holgazanería es un argumento bastante flojo, por decir lo menos.
El caso del CIDE es interesante por el hecho de que se trata de jugar al favoritismo político a costa de la (aunque sea mediocre) imparcialidad académica. La guerra contra los libros es la guerra contra la libertad intelectual. Si para algo sirve la academia, con todos sus defectos, es para, aunque sea, generar un espacio de disenso político. De nuevo pareciera que el presidente se ha dedicado, a la usanza del viejo PRI, en tratar de callar a la oposición de todos los modos posibles, incluyendo aquellos que se supone comparten en teoría sus convicciones.
En Estados Unidos, la cosa es aún más directa. A finales del año anterior, Matt Krause – diputado estatal republicano en Texas – se dio a la tarea de rastrear libros “inapropiados” que se encontraban en diferentes distritos de educación pública en el estado. Por supuesto, se centró en los distritos más grandes, que a su vez se encuentran las ciudades y que tienden a votar por los demócratas. Sus esfuerzos culminaron en una lista de 850 libros que están los estantes y que, según él, pudieran generar “incomodidad, culpa, angustia, o cualquier otra forma de estrés psicológico a un estudiante por su raza”. Cabe decir que la raza a la que se refiere es sólo la raza blanca.
Esto viene de una culminación de la nueva guerra ideológica que tiene el partido republicano en los Estados Unidos. En lugar de centrarse en los problemas más profundos que existen en la sociedad norteamericana, los republicanos son expertos en crear conceptos “malditos”. En este caso se trata de la mal llamada “Critical Race Theory”, o teoría crítica de la raza.
La guerra contra los libros es, pues, la guerra contra el otro. Culpan a los libros, y por ende a sus autores y a las y los profesores que enseñan dichos libros en las escuelas públicas (que tienden a ser maestros de color), de generar estrés y culpa a alumnos blancos por el simple hecho de enseñarles la historia de racismo y sexismo en Norteamérica.
En ambos casos, la guerra contra los libros en la era del internet es absurda. Es la guerra que se gesta contra los libros para controlar otra cosa, como una metonimia por excelencia. Decimos que los libros son el problema por decir que la gente que no tiene el poder hegemónico es el problema. Tanto en México como en Estados Unidos, este control ha desencadenado consecuencias inmensas, como la necedad de los antivacunas, el renovado interés por la astrología, creer que la tierra es plana, y demás teorías de la conspiración.
La guerra contra los libros es la guerra contra las ideas. Y las ideas nos hacen libres.
Bruno Ríos es Doctor en Literatura Latinoamericana, profesor de lengua y literatura hispánica y escritor.
@brunoriosmtz