“El dinero no es la vida, es tan solo vanidad” (Luis Alcaraz).
Se siente en el aire el aroma de la Navidad, del despilfarro largamente temido y, sin embargo, deseado como se desea un seis o 12 de cervezas o una botella de licor, a sabiendas de que al día siguiente las cosas probablemente no van a lucir tan placenteras.
Basta oír en las calles los reclamos de los vendedores, la música ambiental navideña que mete en nuestro cráneo las letras y sonidos de importación que, en un idioma tan comercial como es el inglés, nos hablan de amor, paz, nieve, frío y calor de hogar.
Al mismo tiempo el comercio organizado e informal se prepara para dar el salto del tigre decembrino y ya se empiezan a dar cifras alentadoras que apuntan a una recuperación cercana al 80 por ciento.
El aguinaldo, tantas veces deseado y reclamado en las gestiones privadas e incluso en la lucha por los derechos laborales y la seguridad social, ve su realización instantánea en las tiendas de conveniencia, en los supermercados y cadenas comerciales, en los comercios del centro de la ciudad, en las infinitas ofertas en línea, en los reclamos familiares, y en las exigencias de los acreedores. La bonanza decembrina es efímera e intensa, como un abrazo helado al abrir el refrigerador.
Para el entusiasmo alcohólico se cuenta con el antídoto de los filtros recaudatorios que pasan por ser medidas preventivas de accidentes eventualmente fatales, y seguramente el tránsito nocturno por la ciudad será una especie de deporte de alto riesgo.
En este contexto celebratorio, de reuniones familiares o de amigos, se cierne la sombra del virus, del microbio aguafiestas que le pone sabor al caldo de las precauciones ciudadanas desde hace casi dos años.
El comercio reclama la presencia de los clientes, las calles son el caldo de cultivo de los negocios pequeños, de las oportunidades ambulantes, pero al mismo tiempo la red de la araña que espera victimas que exprimir hasta la médula; en este ambiente todo el que tenga nariz, boca y respire es candidato para contagiarse o contagiar.
El optimismo sanitario cuenta los días de la paradoja con aires de broma estudiantil: tienes que vacunarte pero una dosis no basta, deben ser dos y luego un refuerzo; además, hay que considerar que la vacuna pierde efectividad a los seis meses.
Cuando casi todo mundo tiene su pinchazo resuelto, viene don Bill Gates, el dueño de Microsoft que marca la línea epidemiológica, a decirnos que la variable Ómicron llegará a cada uno de los hogares, como una versión microscópica de Santa Claus que dispersa su mensaje viral donde el amor y la paz están ausentes, como está presente la sospecha del control demográfico y la disposición de “cambiar libertades por seguridad”. Lo que esto quiera significar.
El “sospechosismo” apunta hacia una dictadura sanitaria que se alimenta del miedo y la desinformación, de las verdades a medias y de la manipulación mediática, el juego de emociones con aliento y frustración en calculada sucesión que penetra en la mente y configura una nueva sociedad-rebaño colgada del hilo de la industria farmacéutica.
A casi dos años de la voz de alarma mundial por la pandemia y la aplicación de medidas que debieran evaluarse con seriedad, no se sabe a ciencia cierta el origen del bicho, tampoco se ha establecido con claridad la curva de su desarrollo y menos un remedio oficialmente reconocido como de uso seguro y efectivo.
Sin embargo, la industria farmacéutica reporta ganancias extraordinarias, los gobiernos optan por tomar medidas restrictivas de la movilidad ciudadana, en países como EEUU se vuelve exigencia “patriótica” la vacunación sin reparar en el hecho de que las actuales no inmunizan, es decir, no impiden los contagios y porque se sigue propagando el mal.
A pesar de la evidencia de la poca capacidad de la vacuna para evitar la transmisión del virus, incluso se exige el llamado pasaporte sanitario; se cierran fronteras total o parcialmente mientras el mundo rebota en el bache de la realidad que nos empeñamos en negar.
Casi llegamos al fin de año, y el festejo debiera llamarnos a repasar críticamente lo que hemos vivido, y a los científicos a enseriarse respecto al problema con el que lidiamos como humanidad más allá de los fines e intereses de las multinacionales, por lo que así como nos felicitamos por las navidades esperamos hacerlo cuando alguien haga algo por encontrar respuestas útiles y restablecer la paz y la tranquilidad en este mundo, no a costa de las libertades sino justamente por ellas.
José Darío Arredondo López