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martes, diciembre 3, 2024

Unos cambian pero la mayoría se queda

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Columna Desde la Polis

Para la reflexión de esta semana, me interesa tocar un tema muy subestimado dentro de la conversación electoral y, de manera general, en la discusión alrededor de la cosa pública: el rol de los servidores públicos que -con independencia del gobierno en turno- continúan ahí, ocupando los espacios que dan movimiento (o no) a todas las oficinas gubernamentales. También conocidos sencillamente como la burocracia, son estos hombres y mujeres quienes en gran medida conocen bien el manejo convencional de los trámites, las rutas de acción del día con día en la oficina, etcétera. Cuando inicia un nuevo ciclo gubernamental -municipal y estatal- cambian los liderazgos en los organigramas, sin embargo el gran número de trabajadores es ocupado por esos elementos que pueden tener ahí seis, doce o treinta años. Esta gruesa capa de capital humano ha ido engrosando las filas de la burocracia (y de la nómina) como consecuencia principal de los acuerdos que los liderazgos políticos en turno han forjado con quienes les ayudaron a ganar la elección y/o con los grupos de poder sindical. Uno de los más fascinantes temas (insisto, no comúnmente abordado) es el rol cualitativo y el peso real que detenta este grupo humano frente a los cambios de liderazgo que atestigua a través de los años. Hay una diferencia sustancial, por ejemplo, entre los gobiernos de Eduardo Bours, Guillermo Padrés y Claudia Pavlovich; sin embargo, las dependencias están llenas de personas (“empleados basificados”) que han trabajado en esas tres administraciones, aunque también hay -ya en proceso de jubilación- desde la era de Beltrones.

Vienen a mi mente dos fragmentos del famoso discurso pronunciado por Colosio, el 6 de marzo de 1994. “Yo veo un México de empresarios, de la pequeña y la mediana empresa, a veces desalentados por el burocratismo, por el mar de trámites, por la discrecionalidad en las autoridades. Son gente creativa y entregada, dispuesta al trabajo, dispuesta a arriesgar, que quieren oportunidades y que demandan una economía que les ofrezca condiciones más favorables.” “Yo veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada, de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales.” Curiosamente, conforme se fue aproximando la posibilidad de que formara parte de las filas de la nueva administración estatal, comencé a recordar con creciente frecuencia esos fragmentos del discurso… y no es coincidencia, la gran pregunta que una y otra vez me hice en las últimas semanas fue: ¿y cómo estará la gente que continuará ahí, incluso cuando concluya el nuevo sexenio? ¿Qué tantas ganas tiene de trabajar, de hacer el bien… qué tanto está echada a perder por las inercias viciosas que han ido incrementando con el transcurso de los últimos tiempos?

Esta semana cumplí una semana a la cabeza del Isssteson. No me sorprendieron las escenas -clásicas ya- de la gente que no está en su lugar de trabajo al inicio de su jornada, o de aquellos que están haciendo fila para checar su salida veinte minutos antes de la hora. Tampoco la gente a la que visité de sorpresa en alguna clínica, o la enfermera que se extrañó porque el director general de la dependencia estuviera ahí y quisiera recorrer las instalaciones. La gran incógnita aquí (y la esperanza personal) es el efecto reparador que puedan provocar los nuevos liderazgos frente a la burocracia enraizada en las instituciones. Salvo que existan intereses deformados (como los patrimonialistas, por ejemplo), uno de los principales motores que debe tener la nueva clase política es la del optimismo, no en “el cambio” entendido como un concepto abstracto y vago, sino en la posibilidad de que con el ejemplo y la constancia, “la tropa” esté dispuesta a revertir sus propias inercias conductuales y procedimentales a fin de transitar por la ruta de la reconstrucción de la cosa pública y sus instituciones. Sin esa fuerza de impulso inicial -el optimismo en la transformación de mentalidad en las bases- veo casi imposible que pueda darse cualquier otro tipo de cambio positivo.

Tengo la esperanza de que la gente que no goza de privilegios, que trata de sobrevivir con un modesto salario (pero que también tiene anquilosada en las oficinas muchísimo tiempo), tendrá la sensibilidad para asimilar otro compás en la música que normalmente ha escuchado. Las bases burocráticas se acostumbraron a ver ciertos patrones, ciertas conductas e intereses en sus liderazgos (todo lo anterior nos tiene en el actual estado de cosas), pero la gran promesa es que eso ya quede atrás. Ahora, con el cambio inicial que representa el enroque por nuevos cuadros políticos al frente, tengo la confianza de que los miles de empleados en la burocracia restaurarán su interés por trabajar por el bien común, con los ejemplos correctos. No queda de otra.

Jesús Manuel Acuña Méndez.

@AcunaMendez       

El autor es Presidente Fundador de CREAMOS México A.C. y especialista en políticas públicas por la Universidad de Harvard. jesus@creamosmexico.org

Aviso

La opinión del autor(a) en esta columna no representa la postura, ideología, pensamiento ni valores de Proyecto Puente. Nuestros colaboradores son libres de escribir lo que deseen y está abierto el derecho de réplica a cualquier aclaración.

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