El pasado 13 de agosto a las 7:05 AM murió mi madre de un choque séptico provocado por una pancreatitis aguda, que con 22 años de diabetes y 10 de hipertensión fueron una mescla letal. Su perdida me dejó devastado e invadido por un sentimiento de orfandad inmenso. Aún así he encontrado consuelo estos días viendo las profundas huellas de amor, compasión, solidaridad y paz que mi madre dejó en este mundo. La más trascendente: la Unidad de Mediación Familiar y Comunitaria de la Universidad de Sonora.
Hablar de mediación en la Universidad de Sonora y en Sonora, no se puede hacer sin mencionar los caminos que mi madre abrió con la unidad de Mediación Familiar y Comunitaria, así como de su gran capacidad de resiliencia, de convertir las dificultades en oportunidades, pero sobre todo de transformar a la sociedad con compasión y comprensión hacia el otro.
En un mundo de gente con ansias de protagonismo, ella se dedicó al trabajo comunitario, a hacer accesible la mediación y los servicios psicoterapéuticos tanto a cualquier trabajador universitario, como a toda persona que lo necesitara pero que sus recursos económicos no fueran suficientes para pagárselos.
El mismo Jorge Pesqueira, siempre la reconoció y en el funeral de mi madre fue a mostrar sus respetos, porque sabe perfectamente que con ella hizo equipo para hacer crecer la mediación en todo Sonora y sobre todo que la Unidad de Mediación Familiar y Comunitaria de la Universidad de Sonora era impensable sin la dirección de ella, pues ella había sido quien la soñó, imaginó, pensó, dio sustento y forma desde sus orígenes. Si, mi madre es también la madre de la mediación en la Universidad de Sonora y por eso merece un homenaje que involucre a la división de Ciencias Sociales y a la misma Rectoría.
Ahora que por fin la Universidad tiene una mujer rectora es tiempo que las universitarias invisibilizadas por años sean dignificadas y valoradas en la justa dimensión de sus grandes aportaciones al Alma Mater. Rosalina Ceniceros, mi madre, es una de esas universitarias que hizo grande a la UNISON, aún con tener al machismo institucional en contra, y convirtió esa hostilidad en un nicho para la construcción de paz, la solidaridad, la comprensión y la compasión.
Como muchas mujeres universitarias, mi madre cumplió con una triple jornada, fue trabajadora, estudiante y ama de casa. La creación de la Unidad de Mediación Familiar y Comunitaria nació de una mujer divorciada, madre soltera, trabajadora y estudiante de comunicación que hizo su tesis de licenciatura -dirigida por Rosa Elena Trujillo, la maestra Pinky- sobre un sueño que con el tiempo se convertiría en una parte de la Universidad que ganó muchos reconocimientos tanto en el Estado, como en el país y en el extranjero.
Mi madre no hizo doctorados, no los necesitaba en verdad, porque en realidad su tesis de licenciatura ya estaba haciendo más impactos a la sociedad que la gran mayoría de las tesis de doctorado de muchos en la Universidad. Es así como me atrevo a decir que la UNISON también le debe un doctorado Honoris Causa a mi madre.
Insisto en los reconocimientos que la máxima casa de estudios le debe a mi madre no porque sea su hijo, sino porque reconozco el gran legado que dejó en nuestra Alma Mater y que quizás por ser mujer no se le ha valorado en su justa dimensión, y eso es algo que debe comenzar a cambiar ahora que se vive un momento histórico con la primera mujer rectora. Es momento que se valoren los legados de las mujeres universitarias que han abierto caminos y mi madre es una de ellas. Es momento que el Alma Mater visibilice a las mujeres que la iluminan y la hacen grande.