La incorporación de las mujeres al ámbito deportivo ha sido abrupta, como lo ha sido el acceso a cada uno de los ámbitos de la vida ajena al hogar, donde culturalmente se reconoció y designó como el espacio único para el género femenino.
Parece a veces imperceptible, pero el origen de toda desigualdad se sustenta en una estructura cultural que asigna etiquetas y roles de vida basados en estereotipos de género. Desde las infancias, las creencias que forman parte del pensamiento y de las dinámicas diarias, van estructurando caminos diferentes a mujeres y hombres.
El origen de los deportes, data de milenios atrás, (antes de cristo). Se han encontrado indicios de más de 15 mil años de antigüedad, que reflejan en pinturas rupestres actividades de lucha libre de los ancestros.
La pertenencia a la mayoría de los deportes, ha sido exclusiva para los hombres, de manera histórica. Durante años no se permitió que las mujeres participaran en actividades deportivas, no era correcto socialmente, pero además, se fortalecía la creencia de que las mujeres biológicamente no estaban constituidas para el ejercicio físico, y tampoco eran dotadas de un carácter fuerte.
El feminismo, en su búsqueda por la igualdad de derechos, ha ido permeando en el reconocimiento de estos, desde los diferentes ámbitos. Mujeres deportistas han luchado por su incorporación en las diferentes disciplinas, no solo demostrando físicamente lo que son capaces, sino además, enfrentando juicios públicos y reglas que obstaculizan su participación plena.
En 1967, hace poco más de 50 años, Kathrine Switzer se “filtró” en el legendario maratón en Boston, en Estados Unidos, ya que su reglamentación, al igual que el del resto de competencias de ese nivel, tenía prohibida la participación de las mujeres.
Se plantea que Switzer salió en medio de la multitud con el número 261 y empezó la carrera sin que se percataran de su presencia. Durante el transcurso de la competencia, uno de los oficiales fiscalizadores la descubrió e intentó detenerla, acto que fue rechazado por los competidores que estaban a alrededor, los cuales la defendieron y escoltaron hasta la llegada. Ese día terminaba por primera vez una mujer un maratón de manera oficial, con un tiempo final de 4 horas 20 minutos. Las fotos de ese hecho siguen dando la vuelta al mundo y son un referente de la segregación de las mujeres en estas pruebas, y los logros que han tenido que ganarse a base de su valentía.
El acceso a participar en la primera edición de los juegos Olímpicos en Atenas en 1896, fue negado a las mujeres. La totalidad de competidores en sus diferentes disciplinas fueron hombres. El mismo creador de los Juegos, Pierre de Coubertin, argumentaba que “la presencia de las mujeres en un estadio resultaba antiestética, poco interesante e incorrecta”.
La tenista Charlotte Cooper, quien ya había ganado tres campeonatos femeninos de Wimbledon: 1895, 1896 y 1898, se convirtió en la primera campeona olímpica en 1900 al ser de las primeras mujeres en participar en los segundos Juegos Olímpicos. Mismos que contaron con la incorporación de cerca de 300 mujeres exclusivamente en las disciplinas del golf y al tenis en Paris
La incorporación de las mujeres a los diferentes deportes y distintas competencias, ha ido fortaleciéndose generacionalmente. En el año 1928 en Ámsterdam, las mujeres llegaron a ocupar casi el 10% del total de los jugadores olímpicos, con la participación cerca de 300 deportistas, la mayoría competidoras de atletismo.
Finalmente los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020 se acercan a la paridad de género. De acuerdo a los datos difundidos por el Comité Olímpico, se registra la participación de 5 mil 400 mujeres, que representan un 48.8 % del total de competidores.
Este logro representa al mayor número de mujeres deportistas en la historia de las olimpiadas modernas, pero también atestigua avances importantes en el reconocimiento de los derechos de las mujeres y de las disminuciones en las brechas de desigualdad. Un paso más en un proceso en el que, como en otros muchos ámbitos, las mujeres han tenido que sortear numerosos obstáculos para ganar presencia y reconocimiento.
Acabar con las creencias de que las mujeres no pueden, debe seguirse reforzando desde los diferentes esquemas de socialización. Cuestionarse como sociedad, ¿Qué juguetes, qué juegos y qué disciplinas fomentamos desde la niñez a mujeres y hombres? Es un primer paso, considerando siempre que ni los juguetes, ni los deportes tienen género.