Columna Desde la Polis
Como alguien que inició su edad adulta hace veinte años, no viví en la época cuando “la dictadura perfecta” efectivamente controlaba y censuraba con todo rigor a las voces disidentes. Las más oscuras épocas en las que, desde la Secretaría de Gobernación, se controlaba la televisión, los periódicos y las revistas, fue sólo un recuerdo a partir de la transición electoral del año 2000; a partir de ahí comenzó a diluirse (afortunadamente) ese control todopoderoso. Por la mediocridad del foxismo, no sólo desapareció la figura de la deidad tlatoánica sino que la apertura fue tal que, siendo el guanajuatense presidente, en diversos espacios mediáticos se burlaron de él. Al no ser Calderón una figura tribilinesca como su antecesor, las críticas fueron por su arribo al poder mediante un fraude y también alrededor de su “guerra contra el narcotráfico”, que trajo como consecuencia la militarización del país, que hoy vive su época más férrea.
Esta tendencia hacia la apertura en medios fue en ascenso: ¿Quién podría argumentar que el presidente más criticado y del que más se han burlado por su impericia, frivolidad e ignorancia (comicidad involuntaria) fue Enrique Peña Nieto? Por este proceso de casi veinte años, donde los principales blancos de la crítica pública en medios fueron los del PRI y los del PAN, es que la mayoría de los mexicanos optamos por la alternativa representada por López Obrador. Y si encima de todo lo anterior, agregamos el factor de las redes sociales, que vinieron a cambiar completamente el paradigma -y el monopolio- de cómo y dónde opinar… pues ya se imaginarán.
Naturalmente, este avance no se dio porque nuestra clase política estuviera arropada por un manto de espíritu democrático; no, se logró a pesar de los gobiernos que hemos tenido (ayuda que no seamos una autocracia ni una dictadura). Ahí están los resabios de nuestro pleistoceno político, ejemplificado con el espionaje a periodistas dirigido desde diversas instancias del propio Estado mexicano (Pegasus, el último episodio conocido).
Existe un binomio perfecto, cuyo avance está correlacionado con el desarrollo de nuestra propia conciencia nacional: el periodismo y la libertad de expresión. Con el primero, la sociedad se entera de los secretos que intereses adversos, prefieren mantener ocultos, mientras que lo segundo es el vehículo para que ello suceda.
Hoy veo en el horizonte a dos amenazas a ambos factores democratizadores. El primero es mucho más fácil de identificar y explicar… se trata del crimen organizado, ese que antes operaba entre las sombras y que ahora -en colusión con el Estado- actúa impunemente, ejecutando y desapareciendo periodistas o activistas que arrojan luz sobre fallas sistémicas que nos siguen encadenando socialmente. Desafortunadamente, este calibre de delincuencia -relativamente nuevo- ha ido adquiriendo fuerza progresiva en la última década y no alcanzo a dilucidar con claridad, en qué momento comience a ser contenido y después neutralizado.
El segundo obstáculo es mucho más complejo y tiene que ver con la censura, pero ya no la que es ejercida desde el poder, sino la que nace entre los propios círculos ciudadanos. Para mi gran sorpresa, el ejercicio de la denostación, la censura, incluso hasta la agresión de quien piense distinto es una práctica común entre los bandos que se consideran liberales y/o progresistas. A ver, va un ejemplo: Sonora (y su capital) sigue siendo un lugar relativamente conservador y esto lo tienen muy medido los políticos. Es por ello que tanto desde la gubernatura como en nuestro congreso, no se han apoyado plenamente derechos ampliamente reconocidos por el máximo tribunal de nuestro país. Hace un par de años escribí una columna al respecto, en favor del matrimonio gay… y no recibí ni un sólo ataque ni descalificación hacia mi texto o hacia mi persona. No dudo que haya habido un importante número entre quienes leyeron ese texto, que no estuvieran de acuerdo con él, pero existió un respeto y una tolerancia elemental a mi pensamiento y opinión.
Hoy noto con preocupación que bajo el espejismo de inclusión y del respeto a los derechos humanos, grupos que se autodenominan progresistas son flamígeros en sus ataques hacia aquellas personas que piensan diferente, sea por convicción o por ignorancia. Esto es algo que percibo con mayor fuerza en una democracia mucho más avanzada -la gringa- donde el “ala liberal” ha llevado al extremo esto que llaman corrección política, al grado donde los liberales son efectivamente los principales censuradores. Antes, el liberalismo proponía confrontar las posturas y las ideas en un debate abierto, de fuego cruzado, mientras que hoy, muchos que alzan ese estandarte simplemente buscan silenciar de tajo, vía la descalificación o la vulgar censura.
Recuerdo que en 2019 alguien estuvo en la UNISON para dar una plática (de lo más retrógrada) sobre quiénes deben casarse, quiénes no, qué es el aborto, etc. Lo interesante es que se trataba de una universidad, el más sagrado sitio para la discusión y el debate… y lo que ese personaje encontró fue violencia, agresión y una nula capacidad de quienes lo terminaron echando del lugar, para entablar un debate y derrotarlo en él. Esto para mí es retroceso y creo que debemos reflexionar en ello. Ser liberal es otra cosa y México necesita liberales en serio.
El autor es Presidente Fundador de CREAMOS México A.C. y especialista en políticas públicas por la Universidad de Harvard.
Jesús Manuel Acuña Méndez.
@AcunaMendez