Columna Política y Medios
Bob Dylan cumplió el pasado lunes 24 de mayo 80 años, creo que en el último año y medio hemos tenido muy pocos motivos para celebrar la comunidad global cualquier cosa en el mundo de la música, las letras y las artes, para no hacer de la fecha del octogenario ascenso del genio de Dulluth, Minessota, motivo de gran celebración.
Dylan es para muchos la expresión más consecuente que por más apología posible, los genios no existen en un estado puro, exentos de errores, de poderosas debilidades, de terribles juicos de apreciación sobre la realidad, Dylan es ese pugilista que entrenó alguna vez en la catedral boxística nacional, el Gimnasio Jordán del Centro Histórico de la Ciudad de México y que no era más que el reflejo de su anhelo de reconocimiento como un auténtico peleador que se ha enfrentado en más de una vez por su redención y que de muchacho luchó por romper cultural y políticamente con los convencionalismos de la sociedad estadounidense.
Acogió en sus primeros años como artista a principios de la década de 1960 los valores de la izquierda tradicional norteamericana a través de la melodía, emocional, contagiosa, sencilla y contestataria de un Woody Guthrie, siguió inicialmente, una formula similar, llevando el mensaje y los postulados estéticos del folk a otro nivel, a conectar plenamente con una audiencia que necesitaba de figuras que acompañaran un estado de ánimo de creciente escepticismo a la retórica de la grandeza absoluta de Norteamérica.
Ese reconocimiento de genio impecable moralmente, se ve cuestionada en dos momentos por demás relevantes, primeramente en su conversón al sonido del rock, con la inclusión de baterías y guitarras eléctricas para los “folk fundamentalistas”, pero sobre todo en su postulación al cristianismo de tipo pentecostés, algo que sucedió entre 1979 y 1982 y su lucha personal de , como lo decía en el tema “Pressin On”, de su álbum “Faith”, de tener la fuerza seguir adelante en su cruzada de librarse de la “tentación”, en la que como lo dice el propio autor “habría sucumbido Adán”. Dylan posteriormente también lucha por, una vez liberado del halo converso, intentando a contracorriente generar credibilidad, ante un segmento de sus fans confrontados duramente con él y ante las nuevas corrientes musicales dominantes en los años ochenta.
La influencia de México hacia Dylan ha sido bien correspondida, su fascinación por la cultura del suroeste estadounidense, con su gran legado mexicano, lo lleva a realizar numerosas giras por esa región e incorporar algunos elementos principalmente del Tex Mex y por qué no, de una distorsionada concepción de la música vernácula en discos como “Desire”, o en trabajos más recientes. Incluso fue su repentina conversión a la fe, según comentaron en su momento personajes cercanos a Dylan, lo que hizo desistir a Dylan de hacer un álbum en español en 1979, o aplazarlo indefinidamente.
Pero por otro lado, mucho del estilo del rockanroll mexicano y de sus innegables pilares identitarios, vienen de la influencia del canta autor estadounidense, con un Rockdrigo González y su aportación al rock rupestre y a la música del rock para la banda, en Jaime López, tal vez el compositor históricamente más influyente del rock mexicano, e incluso la encontramos en la nasalidad de Lora en los primeros discos del Three Souls in my Mind, además de toda la ola rupestre, entre el recientemente fallecido Roberto González, Armando Rosas, Trolebús, Real de Catorce, o incluso más contemporáneos como Armando Palomas, o El Mastuerzo, no así en el movimiento “folcloprotestoso” nacional, que si bien es cierto le reconoce a él y a Joan Báez su gran aportación en los años de la izquierda contestaria de los sesentas, escasamente, construyeron vasos comunicantes o colaborativos.
Qué decir de su influencia en el rock iberoamericano con “dylanescos” exponentes hasta tirar para arriba, Andrés Calamaro, Guasones, León Gieco, Joaquín Sabina, Sui Generis y una larga lista que tenemos la fortuna de disfrutar en nuestro idioma
Sin duda, Dylan representa en apresurado ejercicio de conciencia para definir su legado, a 80 años de vida y alrededor de 60 de carrera, la posibilidad de que cualquiera pueda escuchar y expresar su propia voz, ser consecuente con sus ideas, creer en ellas apasionadamente y defenderlas, a sabiendas que el tiempo es sabio y que afortunadamente casi siempre coloca las cosas en su justa dimensión, sobre todo si se tiene la oportunidad de sobrevivir la marcha imparable de los años con entereza y dignidad.
Más allá de la intensa controversia tras ganar el nobel en 2016, el pasado 24 de mayo de 2021, hoy en día no podrían alinearse de mejor manera los astros para celebrarlo en todo lo alto, con grandes homenajes, elogiosas columnas y artículos sobre su vida, letras y música en las mejores y más influyentes publicaciones en el mundo, trabajos que hablan de un amplio consenso sobre la importancia de su obra.
Amílcar Peñúñuri, doctor en Ciencias Sociales, director de Política y Rockanroll Radio, 106.7 FM, profesor de la Universidad de Sonora desde 1998. Tweeter @amilcarpolitica