Tal vez una de las cosas más frustrantes de la temporada de campañas políticas es que estamos sujetos a los mismos discursos todo el tiempo. Pareciera pues que vivimos en el eterno retorno de la desmemoria. Así como toda la vida, las campañas salen a tantear las aguas, a invadir las calles (incluso en plena pandemia y desafiando sus propios discursos de cautela) y a prometer las mismas cosas de toda la vida.
Incluso cuando se trata de temas que parecieran tener pies y cabeza, es difícil creerles a los operadores políticos y a una clase de ciudadanos que se han pasado la vida entera gozando de privilegios que solo el poder concede. Y esa es la espada y también la pared de esto: ¿Cómo creerles lo que sea que digan? ¿Cómo pensar que existe siquiera la posibilidad remota de que alguna persona que esté en lo político en México pueda interesarle algo más que su propio beneficio?
En Sonora, la cola es interminable. No hay forma de que los actores políticos se conciban a sí mismos como una forma de la verdad de a pie. A fin de cuentas da lo mismo si vivieron toda la vida en el Estado o se la han pasado fuera años y años, la realidad termina por develar que quienes tienen agencia para disputarse el poder siguen siendo los mismos, por más que se maquillen con un disfraz de pueblo.
Lo político a fin de cuentas no es lo mismo que la política. Si el ejercicio del poder beneficiara a la inmensa mayoría de todos nosotros en lugar de a la misma minoría que lucha siempre por la autopreservación, entonces el asunto sería muy distinto.
Por lo menos para mí es muy obvio: los perfiles importan siempre más que las propuestas por la simple razón de que se tratan de un discurso vacío e indeleble. Independientemente de que el Estado de esté cayendo a pedazos, de que haya muertos por todas partes, de que nos hayamos convertido en una enorme fosa comunal, los discursos del poder siguen siendo los mismos.
Y es adrede, por supuesto. Ante la inmensa ineptitud de la avaricia, lo único que queda son las “propuestas”. Pero es, otra vez, el eterno retorno de lo familiar: lo único que siempre ha habido es discurso.
Disculpe usted lector que sea tan pesimista, que me ponga a escribir estas cosas con ya tan poco tiempo de sobra y con el corazón fruncido. Pero bueno, como diría uno de los fantasmas de la inefable Comala de Juan Rulfo cuando le preguntan por qué se veía aquello tan triste: “Son los tiempos, señor”.
Bruno Ríos