“La comodidad de los ricos depende de un suministro abundante de los pobres” (Voltaire).
Usted los verá con la mirada perdida en un futuro casi cinematográfico, lleno de luces y música de fondo con tonos heroicos; la cara y vestuario como pensados por algún diseñador de imagen, cuidadosamente casual, como para aparecer en las etiquetas de alguna sopa dietética o un postre bajo en calorías.
Con la voz entrenada en algunos ensayos frente al espejo se hace uso de la bien trabajada maniobra de dejar caer las palabras como si fueran suyas, porque la reinvención de la imagen es fundamental, como también lo es el dar visibilidad a la capacidad de hacer del lugar común algo original con copia, para regocijo de la prensa que vive de las inserciones pagadas en forma de entrevista.
Sí, los candidatos a puesto de elección, o de reelección, popular tienen un largo camino que recorrer en las tierras de la simulación, el circo, la maroma, el teatro o la simple faramalla con tal de llegar a las boletas electorales y arribar con paso seguro a las playas de la vida dentro del presupuesto.
Los méritos se pueden inventar pues las cámaras y micrófonos están abiertos a la agenda del día: hoy puede ser aparecer en alguna colonia populosa y marginal, mañana en medio de una calle a medio pavimentar, luego en el área rural de todos tan dejada, para posar frente a la obra por concluir y que quedará terminada por completo una vez que el pueblo vote a favor de la repetición de la película, con todo y montajes, de los esfuerzos municipales, o los logros estatales.
Por otra parte, duele la cara de pena ajena al ver a ciertos aspirantes al gobierno metidos en el empaque de ser los salvadores de la entidad, sabedores de los tejes y manejes de la política y la administración pública, expertos en el asado de carne clasificada y dueños de vidas y haciendas en el pequeño feudo familiar, en la cadena de complicidades flatulentas que adornan a las familias “bien” de prosapia pueblerina.
Ahora, quienes por generaciones vivieron pegados a la ubre del PRIAN, saltan como chapulines o vuelan como trapecistas confiados en la red de los recursos familiares, de los apellidos e intereses que se entrecruzan por los caminos del dinero y el poder. Son los que han comprado traje nuevo, colores y logotipo nuevos, pero no son nuevos, sino los mismos depredadores de siempre.
Dan lecciones de gobierno y administración en tomo magistral, desparpajadamente, como si realmente supieran de lo que están hablando, con tono empresarial aunque se trate de asuntos públicos, sin distinguir lo privado de lo social, sin dimensión histórica, sin maldita cosa que los ancle con la realidad, salvo su petulancia hedionda de gente “de bien” que los define como dueños de dinero y recursos.
¿El gobierno es una mercancía más que se compra y vende al mejor postor? ¿La gente común, el pueblo elector es tan imbécil que se deja maicear una y otra vez sin problemas de conciencia? ¿Se puede aspirar a dirigir las instituciones estatales sin que importe lo estatal ni lo social? ¿El gobierno es patrimonio que ciertas familias consanguíneas o políticas se lo pasan de mano en mano como botín particular? ¿Somos una democracia popular sin pueblo? ¿Con dinero baila el chango?
¿Es creíble que por el solo hecho de que un grupo de partidos se una en alianza ya hayan cambiado, que ya no sean los mismos? ¿Se puede creer que una rata de alcantarilla de repente se convierta en un conejo blanco que sale de la chistera electoral para bien de los ciudadanos?
Las elecciones del 2021 tiene un significado que va más allá de la simple sucesión gubernamental en los términos de la ley. Suponen la permanencia del viejo sistema o la posibilidad de avanzar en el cambio que formalmente inició en 2018. De usted depende.