Cuando fue la toma de protesta de López Obrador en el Congreso de la Unión y los diputados de extracción morenista comenzaron a gritar: “es un honor estar con Obrador”; pensé: “qué bueno que el Peje es pacifista”. Esa forma de correar el nombre del presidente, con tanto fanatismo, de inmediato me transportó a esos vídeos de propaganda goebbeliana en la que columnas de nazis saludan con su efusivo “Heil Hitler”.
Consciente de que el liderazgo político de Obrador no es en nada parecido al de esos personajes de regímenes autoritarios del siglo pasado la comparación con ellos puede parecer absurda, sin embargo, después de haber visto las consecuencias del discurso polarizante de Trump en la toma del Capitolio por fanáticos del mandatario norteamericano, me preocupan las consecuencias de usar el principio de “simplificación” y del “enemigo único” de Goebbels. Una estrategia discursiva que se ha usado tanto en por Trump como por López Obrador.
El primer principio de la propaganda de Goebbels tiene el propósito de reducir la complejidad de la realidad creando un “enemigo único”, algo o alguien que represente todos los males. De esta forma el político o el gobernante simplifica su discurso reduciendo la diversidad y la complejidad de los problemas de una sociedad, para encerrar todo en un enemigo en común. En el caso de Trump es la diversidad étnica, mientras que acá en México es la “mafia del poder”.
La “simplificación” o el “enemigo único” es una estrategia de propaganda muy útil cuando se está en campaña. Permite que el mensaje sea comprensible, virulento y polariza la opinión pública, algo que hace posible llevar a la gente a razonar su voto desde una lógica maniquea, de ellos contra mi. Así lo hizo Andrés Manuel llamando al voto masivo a favor de Morena para que sea posible la cuarta transformación en contra de la “mafia del poder”, encerrando en esta a todas las demás opciones políticas. Por su parte Trump, construyendo el muro imaginario que conectó con el racismo interior de la sociedad norteamericana para hacer creer a millones de norteamericanos blancos que la diversidad étnica impide que América vuelva a ser grande. Las dos campañas fueron exitosas usando el principio goebbeliano del “enemigo único”
Pero el discurso de un presidente ya no debe ser el de un candidato. Las estrategias propagandísticas no pueden ser las mismas, porque un gobernante no debe dividir a la sociedad. Tiene la obligación de ser institucional y trabajar para la pluralidad. Es ahí donde las narrativas presidenciales, tanto de Obrador como de Trump, cometen un error que socialmente es muy peligroso. Seguir con una narrativa proselitista, así como con una estrategia de dividir a la sociedad construyendo un “enemigo único”.
En ambos casos la estrategia del “enemigo único” y la “simplificación” siendo gobierno, evita que se reconozcan la complejidad de los problemas que se debe enfrentar sus administraciones, así como también crean un fanatismo peligroso que puede expresarse de formas violentas. La toma del Capitolio en Washington la semana pasada, así como todo lo que estamos viendo que ocurre en Estados Unidos, debe alertarnos del peligro de usar el primer principio de Goebbels para la propaganda desde la presidencia de un país y en el discurso de un presidente.
La suerte de que Obrador sea de ideología pacifista no es suficiente para tener tranquilidad de que la inestabilidad institucional que vive Estados Unidos no se repita aquí. Las palabras de los presidentes importan y si no se cuidan pueden llevar a la división, conflictos sociales y debilitamientos de las instituciones.