Si la ciudadanía decide elaborar una lista de propósitos rumbo a 2026, el cuidado del corazón debería ocupar uno de los primeros lugares. En México, la hipertensión arterial dejó de ser una condición silenciosa para consolidarse como un problema de salud pública de gran magnitud, con impactos directos en la mortalidad y la calidad de vida.
Las cifras dibujan un escenario alarmante: casi uno de cada tres adultos vive con presión arterial alta, y una proporción considerable desconoce su diagnóstico. A pesar de ello, especialistas coinciden en que el control es posible mediante detección oportuna y cambios sostenidos en el estilo de vida.

Radiografía de la hipertensión en México
De acuerdo con datos recientes del Instituto Nacional de Salud Pública y otros organismos, entre 29.9% y 32.6% de la población adulta padece hipertensión, lo que equivale a entre 30 y 40 millones de personas.
El principal desafío no es solo su prevalencia, sino el alto nivel de subdiagnóstico: más del 40% de quienes la padecen no saben que la tienen.
A esto se suma otro dato crítico: apenas cuatro de cada diez pacientes en tratamiento logra mantener cifras adecuadas de presión arterial, lo que explica por qué la hipertensión continúa siendo uno de los principales factores de riesgo de infartos, accidentes cerebrovasculares y daño renal crónico.
La meta global que no se alcanzó
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estableció como objetivo reducir en 25% la prevalencia de hipertensión no controlada para 2025. Aunque se registraron avances en detección y tratamiento, muchos países, incluido México, no lograron cumplir plenamente la meta.
El reto se traslada ahora a 2026, con un mayor énfasis en prevención, educación y seguimiento continuo.

Detección temprana: el eslabón débil
La recomendación de medir la presión arterial al menos una vez al año sigue sin cumplirse de manera generalizada. La hipertensión puede permanecer sin síntomas durante años, por lo que el diagnóstico suele llegar cuando ya existen complicaciones.
Especialistas subrayan que el monitoreo regular, incluso en personas jóvenes, es determinante para reducir riesgos a largo plazo.
Alimentación, aliada clave del control
La dieta desempeña un papel central en el manejo de la hipertensión. No se trata únicamente de reducir el consumo de sal, sino de equilibrar nutrientes que favorezcan la salud cardiovascular.
Entre los alimentos que contribuyen al control destacan los ricos en potasio, como plátano, papa, tomate y aguacate; aquellos con fibra, como avena, legumbres y frutos secos; y productos con antioxidantes, presentes en frutos rojos, ajo, espinaca, remolacha y cítricos.
El consumo de omega-3, principalmente a través del pescado, así como de calcio y magnesio provenientes de lácteos bajos en grasa y verduras de hoja verde, también se asocia con beneficios cardiovasculares.
En cuanto a las bebidas, el agua sigue siendo fundamental. Se suman opciones como el jugo de remolacha, por su efecto vasodilatador, y los jugos naturales de frutos rojos o cítricos, sin azúcar añadida.
Infusiones como tila, orégano o diente de león pueden complementar estos hábitos, siempre con la recomendación de consultar al médico, ya que algunos productos, como la toronja, pueden interferir con tratamientos farmacológicos.
Prevención como ruta hacia 2026
La hipertensión no se controla únicamente con medicamentos. La actividad física regular, la reducción del consumo de alcohol y tabaco, el seguimiento médico y una alimentación equilibrada conforman una estrategia integral.
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De cara a 2026, el mensaje es contundente: medir, prevenir y actuar a tiempo puede marcar la diferencia entre vivir con una condición controlada o enfrentar complicaciones que pueden evitarse.
Con información de Infobae


